lunes, 13 de mayo de 2013

Reseña de Del crepúsculo


DEL CREPÚSCULO, por Arturo Reyes.

Un tomo de versos postumos del finado poeta malagueño. Contiene 94 inspiradas y brillantes composiciones, precedidas de un sentidísimo prólogo, tierno homenaje filial de su hijo D. Adolfo.

La edición ha sido costeada por varios amigos y admiradores del genial escritor, entre los que figuran el marqués de Casa-Loring, D. Narciso Díaz Escovar, D. Antonio Cánovas y Vallejo, D. Luis Armiñán, D. José Jurado de la Parra, D. Ricardo León y otras distinguidas personas. Precio de la obra, 3 pesetas.

Un libro póstumo


 Publicado en: La Época (Madrid. 1849). 30/12/1914, n.º 23.055, página 2.


POESÍAS DE ARTURO REYES

Con el título Del crepúculo se ha publicado un libro póstumo de poesías del ilustre novelista y poeta Arturo Reyes, tempranamente arrebatado á la vida, cuando su talento, en plena sazón, podía brindarnos aún muchas obras tan notables como Cartucherita, Las de Pinto, Cielo azul, Béticas y tantas otras producciones de aquel fértilísimo ingenio.
La piedad de un hijo, que para mejor honrar la memoria y el nombre del gran escritor malagueño es también un literato de mérito, y la generosa admiración de un puñado de amigos leales, ha dado vida  á este libro, rindiendo un tributo de cariño al poeta, y prestando un servicio digno de aplauso á las Letras, porque Del Crepúsculo es una de las más bellas obras de Arturo Reyes.
Forman el volumen cerca de cien composiciones poéticas, insipiradísimas todas, llenas de sentimiento y de ternura. La mayoría de esas composiciones nos da á conocer muchos secretos dolores y amarguras del poeta, y del hombre, que en ambos aspectos era todo corazón y bondad. Por eso reservaba Arturo Reyes esas poesías para que fuesen publicadas depués de su muerte.
Lleva el libro un sentido y bellísimo prólogo de Adolfo Reyes, el hijo del poeta. Se titula Mi padre, y es un verdadero acierto. 

Con más detenimiento nos ocuparemos de esta obra, que deben leer y guardar todos los amantes de la poesía. Hoy nos limitamos á dar esta noticia, y á ofrecer como muestra de las bellas composiciones el siguiente soneto:

A los mios.

Yo quisiera sufrir vuestros dolores,
con el mío fundir vuestro quebranto,
derramar por mis ojos vuestro llanto,
sufrir de vuestra suerte los rigores.
Dejar tan sólo en vuestra senda flores,
las que al triste vivir le dan encanto;
veros tranquilos caminar, y en tanto
sufrir vuestros más hondos sinsabores.
Esto quisiera, y á mi Dios le pido
que en mi cáliz escancie el contenido
del vuestro, que es lo que mi ser ansía;
mas que lo otorgue el corazón no espera
pofípie si por vosotros lo sufriera,
el dolor ser dolor no lograría.


La pobre vida del poeta



La pobre vida del poeta muerto está contada por su propio hijo en el prólogo Del crepúsculo, libro recién impreso, que algunos amigos generosos han costeado. Es una vida de dolor y de miseria. Leo azoradamente estas poesías de Arturo Reyes, escritas en las postrimeras fiebres, mientras la Muerte le rondaba y me parecen más hermosas que los lozanos frutos de su ingenio nacidos cuando el poeta, en  plena salud, lleno de optimismo y alegría, nos trasmite la reidora sensación de los floridos jardines malagueños, la dorada playa del Palo, los verdes cañaverales, los viñedos óptimos y el Mediterráneo azul... y, sin embargo, estas poesías amargas, en las que el desengaño y la resignación se funden en un solo sentimiento, no me interesan. Me interesa más la visión de aquel hombre agonizante, lleno de espíritu, que llama á la Muerte para que ponga término á los rigores del Destino:

«¡Morir, quiero morir, morir ansío!
¡Oh, Muerte, ven, y tu crespón sombrío
ciñe por siempre á mi congoja fiera!»

La gran reparadora no tardó en llegar. Murió Arturo Reyes, y el matiz desconsolador de su agonía nos recuerda cómo murió Bécquer y cómo tantos otros, que no tuvieron bastantes energías en la voluntad para dejar de ser poetas. Paladeando estas amarguras espirituales, nosotros, los que hemos domado en el periodismo todo afán lírico y hemos cohonestado la licitud de vivir de la Retórica aplicándola á los menesteres de nuestros conciudadanos, nos preguntamos si estas vidas precarias y estas muertes desoladoras no son el castigo que una sociedad utilitaria y positivista impone á la inutilidad de la Poesía. La Naturaleza sabrá por qué y con qué sustenta á las cigarras que alegran los rigores estivales... pero la Sociedad humana no ha llegado á percatarse de la necesidad del poeta lírico. Ni siquiera en un país de bajo nivel cultural como España, le pueden sostener á escote, los trescientos, cuatrocientos ó quinientos lectores capaces de sentir la divina emoción de una ideal sutil, vestida con las alas de oro y púrpura del ritmo y la rima. No; en España sólo se puede vivir de las formas más bajas de la Retórica y la Poética: de la oratoria, del artículo político, del teatro cómico. Los cultivadores de otros géneros y especialmente de la poesía lírica han de tener rentas propias, como Campoamor, ó agenciarse una cesantía de ex ministro como Núñez de Arce ó encasillarse en un escalafón burocrático y llegar á jefe de Negociado de tercera como Salvador Rueda.

Y ahora más que antaño. Cada día se aleja más del pensamiento español la romántica pasión por la Belleza inútil, que no daba de comer á nuestros poetas pero que los honraba en una bohemia, que hoy parecería ridicula. Con Cánovas desaparece el estadista que admiraba sobre todas las cosas al forjador de un buen soneto: con la gentil Duquesa de Denia acaba aquella aristocracia que estimaba más en sus salones á Grilo, con no ser más que Grilo, que al heredero de sesenta abuelos bien templados.

Todavía, si el pensamiento español hubiese sacrificado al Poeta para poner sus amores y y sus entusiasmos en el General, ansioso de resucitar la epopeya, ó en el Orador, que lo sugestionara con sus rimbombancias, ó en el Político que le señalara la visión en el horizonte de ideales trocados en grandezas materiales, podría disculparse la mudanza, pero el pensamiento español está dejando de estimar y de querer á todo lo que no sea la rampante y triunfadora Vulgaridad, que mantiene nuestros espíritus á ras de tierra.

Así veo yo morir á Arturo Reyes. Retratándole, dice de él su hijo: "Era muy crédulo para las cosas de bondad. Amaba lo luminoso, lo recto y lo sencillo. Al través de los cristales de su cuarto de trabajo, embebecíase en la contemplación de los claros verdores; dejaba mecer su espíritu en el ritmo de las canciones populares, y más amaba á su tierra mientras más su corazón, harto de sentir, casado de ímpetus, iba fatigándose lentamente."

Muere así el Poeta en España. Conoció la Fama, saboreó el halago de los elogios en letra de molde, mientras que sus libros no le producían dinero bastante para vivir. No rindió, sin embargo, su Arte á la necesidad y á la penuria, pero le entregó la vida. Un hombre de corazón, D. Miguel Ibern, enriquecido en esfuerzos de voluntad y de trabajo, enterado de aquellas tristezas por el llamamiento que hizo en Mundo Gráfico nuestro Paco Verdugo, acudió en auxilio del Poeta, no como un Mecenas fastuoso, sino como un hermano, dispuesto á todo sacrificio. Así, descansando en el apoyo de este brazo fuerte y abnegado, Arturo Reyes continúa su labor, y mientras la muerte le acecha y le ronda, sigue cantando las quimeras deliciosas de la ingrata tierra andaluza, á la que más se ama cuando con más ahinco quiéramos ahuyentarla de nuestro cariño.

Ante el poeta agonizante, España sigue su camino. Se han interrumpido aquí, con el acabar trágico para nosotros del siglo XIX, todas las leyendas: la dorada de nuestra fuerza militar; la áurea de nuestra oratoria política; la broncínea de nuestro pueblo indomable... ¡Todas las leyendas que mantuvieron una artificiosa concepción de nuestra nacionalidad, todas menos la de la ruin vida á que deben someterse cuantos sean soñadores del Ideal, amadores de la Belleza, servidores de la Cultura, enaltecedores del Pensamiento!

Y si este dolorido lamentar mío, toca en el corazón á algunos patricios malagueños, recuerden que ha sido dejada en olvido la idea de alzar una estatua á Arturo Reyes en un jardín público de Málaga. Ya Sevilla ha pagado á Bécquer, gracias al esfuerzo de los admirados hermanos Quintero, la deuda in memoriam que le debía. Si Andalucía no honra á sus poetas, si Córdoba no recuerda á aquel humilde trovador tan andaluz llamado Enrique Redel, si Almería olvida al malogrado lírico Pepe Durbán, si Málaga no enaltece á Reyes, ¿con qué anhelo espiritual compensará esas vergüenzas de nuestra raza que no enseñan respeto más que para el cacique y admiración más que para el caballista y el torero?

Dionisio Pérez

Reseña de Del crepúsculo


 Publicado en: La Correspondencia de España. 25/12/1914, n.º 20.771, página 7.

Del crepúsculo, por Arturo Reyes (poesías postumas), con un prólogo de D. Adolfo Reyes.
Este es un libro que nos ha conmovido profundamente al llegar á nuestras manos.

Quisimos mucho al llorado novelista, cuentista, poeta malagueño; admiramos su peculiarísimo estilo, su gracia netamente andaluza, su ternura exquisita, su habilidad de narrador, su inspiración fácil y elevada, sus dotes de observador certero.

Le conocíamos personalmente. Sabíamos que era bueno y modesto, espejo de padres y de esposos, de amigos y de ciudadanos... Su muerte nos llenó de pesadumbre.

Ahora, después del año de su desaparición del mundo de los vivos, su hijo D. Adolfo, escritor y poeta de vuelos y de porvenir, heredero de las eminentes cualidades del ilustre autor de sus días, ha recogido en un volumen, que es una ofrenda, las poesías póstumas de Arturo Reyes, dolorosas, amargas, de hombre enfermo y resignado que se siente morir.....

Avaloran el libro un prólogo, bellísimo, en  que el hijo traza, con delicadeza suma, á grandes rasgos, la biografía de su llorado padre, y un retrato, muy bien hecho, de éste, tal como era pocos meses antes de sucumbir á sus prolongadas dolencias.

Agradecemos el envío del libro. Ya sabe Adolfo Reyes que en esta casa se guarda perdurable y cariñoso recuerdo del malagueño simpático y genial, dignísimo y desgraciado, á quien su patria chica horara, cuando ya estaba herido de muerte, con un homenaje muy parecido á una reparación tardía.

Reseña de Del crepúsculo




"Del crepúsculo",—Poesías póstumas de Arturo Reyes.—Costeada por varios amigos del autor, aparece ahora una edición de sus versos póstumos.

Bien conocida la personalidad literaria de Arturo Reyes, no necesita que se elogien sus versos, sobre todo los del último volumen, que además del mérito de las composiciones que en él se incluyen viene á ser un homenaje merecido que á la memoria del poeta tributan sus amigos y admiradores.

Encabeza el libro un prólogo, muy bien escrito, por D. Adolfo Reyes, hijo del difunto vate malagueño. En este prólogo se contienen datos biográficos muy interesantes acerca del poeta. 

Reseña de Del crepúsculo


Publicado en: El Globo (Madrid. 1875). 14/12/1914, n.º 13.482, página 2.

Del crepúsculo. - Poesías póstumas de Arturo Reyes.

Así se titula el tomo de poesías que ha publicado el hijo de Arturo Reyes, costeado por varios amigos de aquel exquisito escritor y excelso poeta, como recuerdo al cariño de que se supo hacer acreedor.
Ocioso es dedicar adjetivos rimbonbantes  á este libro, en cuyos versos se destaca la vigorosa concepción del talento esclarecido de aquel gran poeta Arturo Reyes, que supo pintar como ninguno la sin rival belleza de su patria chica, de esa Málaga que él supo engarzar en los joyeles de su potente inspiración y amor de todos sus amores.

Arturo Reyes, poeta de colorido maravilloso, era un prosista castizo, correcto y de una plasticidad que sorprendía; ahí están "Cartucherita", modelo de modelos de novelas de costumbres contemporáneas andaluzas, y más aún que andaluzas; malagueñas; "El Lagar de la Viñuela", superior, si cabe, á la anterior, y "La goletera", que acabó de definir la briosa forma de escritor de que ya gozaba en el mundo de las letras.
En "Del crepúsculo" se advierte la influencia que en su ánimo habían impreso las dolencias, y buena, prueba de ello son las poesías "¡Sed tengo!" y "A la muerte".

En el prólogo de la obra, dedicado á la; memoria de Arturo Reyes por su hijo Adolfo, se ve 1a lucha pertinaz y titánica que sostuvo en su juventud, llegando adonde llegó por su propio esfuerzo; venciendo como vence siempre el que dispone dé un caracter tenaz y de un talento avasallador
para oponerse á las miserias qué la vida encierra.

Y como final de estas cortas líneas dedicadas á la memoria de aquel que fué buen esposo, buen padre y buen amigo, repetiremos con su hijo: "No digáis de él nació..., murió..., sino amó intensamente y sufrió agúdos dolores. Mantenedle piadosamiente en vuestra memoria, porque este fué su mayor deseo."

Donde las dan las toman. Capítulo Tercero

Publicado en: El Heraldo militar (Madrid). 8/8/1914, página 3.

 (CONCLUSIÓN)

—Yo te había visto, mujer, yo te había visto, cuando tu madre me dijo aquella barbaridá; tú fuiste a salir de la alcoba y yo te vide esa carita graciosa, poro como el mal trago ya me lo había bebío y se me había puesto al revés el corazón y había visto amortajaítas pa siempre las alegrías de mi pecho, dije yo: adonde las dan las toman, y pa que no juegue más con pistolas vizcaínas, le voy á dar la esazón, y te la dí; pero ya se acabó tó, y yo te perdono, y tú me perdonas; si tu madre y mi amigo lo permiten te voy á dar un beso en esa clavellina de tu cara pa endulzarme el amargor de boca.

Y se dieron el beso anunciado y algunos más mientras la señá Dolores y el Torozona sonrientes y satisfechos, contemplaban como iluminados por el sol brillante, cual si fuesen de riquísima pedrería, las rosas y los claveles de las pintadas macetas.

Arturo Reyes

Donde las dan las toman. Capítulo segundo


 Publicado en: El Heraldo militar (Madrid). 6/8/1914, página 3.


(CONTINUACIÓN)

—Ya vuelvo—le dijo al «Torozona», y salió del hondilón como si fuera á pedir para alguien los Santos Oleos.

Cuando nuestro hombre penetró en el aposento de la señá Dolores, se incorporó ésta violentamente, se dirigió y se detuvo delante de él, cruzó los brazos y exclamó con sordo acento de reproche:

—Ya te saliste con tu gusto, so pendón; ya te saliste con la tuya; lo estabas pidiendo á voces; tú no podías tener á la vera un relicario como era mi Pepa.

— Como era y como es — exclamó sordamente Toño.

—No; como era, porque ya se ha enturbiado la fuente y ya has conseguido lo que querías.

—¿Qué es lo que yo he conseguido?—rugió Toño, abriendo enormemente los ojos—¿qué es lo que dice usté, agüela?

— Yo digo los Evangelios; yo te di lo que tú no merecías, una prima hermana de la Virgen del Carmen, y tú, que no distingues, te creíste que era una chancla y te empeñaste en tirarla á la calle y la tiraste, y como... Julián el Tormenta estaba en la acera de enfrente esperando el maná, pos vela y tú...

No pudo continuar la vieja. Toño, al oir aquello, había sentido morderle un tigre en las entrañas, ¡su Pepa, su Pepa con el Tormenta!


La señá Dolores se asustó de su obra, quiso enmendar el yerro; pero Toño, lívido y arrebatido, se lanzó hacia la escalera sin oir á la vieja que le gritaba:


— Ven, ven acá, ven por Dios, que tó es mentira.

III

Una hora después estaban de regreso Pepa y lavseñá Dolores en el aposento de éste; habían recorrido todo el barrio, cada una de ellas por un lado, sin encontrar á Toño.

Apenas hubo tomado resuello un instante exclamó Pepa:

Yo me voy, madre; yo me voy otra vez hasta encontrarle; yo me estoy muriendo; no me llega la camisa al cuerpo. ¡Virgen Santa y si encuentra al «Tormenta»! ¡Virgen Santísima y lo que va á pasar!

Y cuando ya se dirigía Pepa hacia la puerta se abrió ésta violentamente y apareció en el umbral el «Torozona» jadeante, sudoroso y con el semblante contraído.

—«Torozona», ¿y mi Toño? ¿aónde está mi Toño?—preguntóle Pepa con voz angustiada, y cogiéndole violentamente por un brazo.

—¿Tu Toño... tu Toño?

—Sí, sí, mi Toño, ¿aónde está mi Toño?

—En la cárcel—repúsole el «Torozona» con voz sombría.

—En la cárcel, ¿y qué ha jecho, qué ha sío lo que ha jecho?

—Pos no ha jecho cuasi na, diez años de chirona tie por lo menos.

—Pero, ¿por qué, Dios mío, por qué?—exclamó Pepa, rompiendo en desesperados sollozos.

—Pues por ná cuasi, porque le ha metió una puñalá al «Tormenta» en los pertorales que no ha dicho
pío siquiera, ¡valiente puñalá!, como que parece que se la ha dao con el espolón del «Carlos V.»

Una exclamación de horror brotó de la garganta de la «Tripicallera», mientras la seña Dolores decíale al «Torozona» con voz desgarradora:

—Y tó por mí; «Torozona», vaya usted por Dios corriendo por un piquete pá que me fusilen.

— Mejor será que sus traiga este pañito de lágrimas— exclamó el «Torozona», asomándose á la puerta del cuarto y volviendo con Antonio cogido por el brazo.

Un minuto después decíale el Toño á Pepa mirándola con infinita ternura:

(Continuará.)

Donde las dan las toman. Capítulo Primero


I

Cuando Pepa la «Tripicallera» penetró en la sala de su madre, entreteníase ésta en hacer prodigios con la aguja en algo parecido á una chapona acariciada por los intensos rayos de sol que inundaban el aposento y convertían en joyeles de piedras preciosas las flores que en tiestos y macetas orlaban el renegrido balcón.

Pepa entró en la estancia á modo de torbellino y sentóse sin deor oste ni moste en una silla, apoyó un codo en el espaldar y una meijlla en la palma de la mano y dio comienzo á redoblar nerviosamente con los tacones sobre los rojos ladrillos.
La señá Dolores desdobló el escuálido busto, se colocó las gafas á modo de venda sobre la rugosa frente y exclamó con acento de reproche, contemplando fijamente á su hija:
—Que Dios te los dé mu güenos.
— Usté perdone, madre, usté perdone; es que yo estoy mu malita, es que á mí mi hombre concluye de golverme loca.
—Tú te tieés la curpa, pero ya á la cosa no se le puée echar tapas y medias suelas, y por un gustazo un trancazo.
—Pero si es que no se puée aguantar á ese charrán.
—Ya le lo ecíamos yo y tó er mundo antes de que fueras á la parroquia.
—Sí, pero es que yo tenía una venda.
—Y vamos á ver, ¿qué hay de nuevo?
—Pos hay de nuevo que yo no puéo más, que tengo repudría la sangre, que hace dos horas, al ir á casa de Pepita la Infundiosa, me tropecé con mi hombre, y lo vide yo, yo, yo con mis ojos, pegar la hebra con Toñuela la de los Lunares, con ese estornúo de mujer, con ese tiesto, con esa cresta de gallo mínimo, que no vale lo que yo espertoro.
— ¿Y qué más? 
—¿Quié usté más? Pus, sí, hubo más; que cuando los vide me fuí pa ellos, y dicen que la Toñuela tiée un ojo como un melocotón, y... mire usté, qué añadío voy á encerrar en un guardapelo.
Y al decir esto sacaba del bolsillo y se lo mostraba en la crispada mano una abundante maraña de pelo rubio.
—Pos mira, en dándole una poca de cal, un añadío pa mí; ¿y qué más pasó?
—Pos pasó que á mi hombre, que está pidiendo á voces un ronzal, se le puso la rabia en el corazón y me llevó á la casa y me ha puesto el cuerpecito acardenalao.
Y la muchacha rompió en acerbo llanto al recordar la contundente escena.
Minutos después deciale su madre empujándola suavemente hacia la alcoba:
—Anda, métete ya dentro, que estará por venir, y lo que es la digestión, se la cortamos; ¡vaya si se la cortamos!

II

Toño sabía dónde estaba Pepi; durante una hora logró dominarse, no sin dar fin á una botella de Montilla ayudado por Juanico el «Torozona» en la taberna del «Ballenero»; pero después se le puso en pie algo en la conciencia y le dijo:
—No seas bruto, hombre, no seas bruto; tu Pepa es más bonita que el sol, más buena que un bálsamo,
te quiere con delirio y tú eres un animal, porque después de faltarla un día si y otro no, y el de enmedio con toditos los jarambeles con que te tropiezas, le amoratas el cutis de terciopelo, y eso es
una judiada, y el día menos pensao se va á cansar tu rosicler de aguantarte y te da el tifus y el cólera y hasta la fiebre amarilla, y vas á andar por esas calles de Dios haciéndole la competencia al «Melena» y á Joselito el de «Vélez».
Y pensando en aquello que le decía, lo que se le había incorporado en la conciencia, no pudo aguantarse más.

(Continuará.)

martes, 5 de marzo de 2013

El poeta Arturo Reyes

Publicado en La Unión ilustrada. 21/9/1913, páginas 8 y 9.



Si la biografía de un hombre ilustre, pide la convencional fijación de fecha de natalicio y la enumeración  impertinente de sucesos en que intervino aquella personalidad, permitidme que ahora rompa yo el caduco molde, y que, sólo de pasada, os cuente que nuestro poeta tenía cuarenta y ocho años, á la hora de morir.

Desde que la flor intelectual de nuestro poeta desbordó sus brillantes pétalos sobre el cáliz de una inteligencia culta, empezó á llenar de aromas el sagrado jardín parnasiano.

Porque Arturo Reyes fue, ante todo y sobre todo, «poeta excelso».

¡Poeta! He aquí el título glorioso; la ejecutoria de nobleza de un escritor. Hablar el lenguaje de Apolo, es  conocer [el] idioma de los dioses. Las mayores elegancias de dicción encuéntranse en la poesía; que la prosa parece refractaria á tales atildamientos; ya que el román paladino de hoy, no alcanza jamás á las gallardías de forma que se han refugiado desde la antigüedad clásica y han cristalizado, usando un tropo vulgar, sólo en los versos; donde se explaya el espíritu al través de esas formas, que son su adecuado ropaje.

De Arturo Reyes no puede decirse, sino que fué exclusivamente literato durante toda su vida; que cantó los grandes ideales; que en esos peregrinos libros «Desde el surco», «Otoñales» y «Béticas», nos transmitió para siempre su espíritu, lleno de delicadezas singulares.

Cantor parnasiano, por la plasticidad de la forma, nos adormeció dulcemente, y legó á la hispana literatura  un tesoro de espiritual encanto.

Empezó á escribir, cuando era muy joven; y aunque había encanecido, él dijo en su poesía titulada «Mis canas», que cada cabello blanco tenía su historia; (historia amarga seguramente), [su] alma no había envejecido aún; antes bien, había ido recobrando juventud y lozanía, á medida que las ordenadas lecturas, la familiaridad con el arte; la clarividente mirada del vate que escrutaba nuevos horizontes, y los labios del espíritu que probaban de consuno lo dulce y lo amargo del vivir, convertían en maravillosa obra lo admirado y sentido.

No hablemos de los oficios ruines, aunque lícitos, en que los genios de España, tienen necesidad de ocuparse para obtener los emolumentos que han de darles el pan cotidiano: Cervantes, recaudando alcábalas y Arturo Reyes ocupando un pupitre en oficinas municipales, no manchan su impoluta grandeza mental por ello, ni por ello dejan de ser lo que son. Representan, además, á todos los hijos del gran Arte: que tienen que postular para comer.

Estos ruines apremios de la vida social, fueron los que vertieron acíbar en la copa de su licor de gloria. Artista que se debía por completo á su arte, había necesidad de buscar intervalos en que olvidar el cálamo y la lira; en que luchar con editores y jefes de negociado, siquiera éstos reconocieran la superioridad de su subordinado insigne.

Y después de la peregrina satisfacción de haber producido, de haber dado todo el zumo de una inteligencia refinada, Arturo Reyes tenía que descender de su propio pedestal, para discutir con libreros negociantes el terrible tanto por ciento de comisión, amargándose con estas luchas de los dulces placeres que acompañan al artista, desde la génesis hasta la consecución de su obra.

La biografía, pues, de Arturo Reyes, puede sintetizarse en este fácil juego de palabras: vivió para cantar, y cantó para vivir.

Aquél hombre, con más tipo de prócer árabe que de poeta heleno; que tenía escondido en su alma un venero de inspiración, era ante todo, poeta.

Como poeta, pues, hemos de juzgarle; y con la memoria de su estro peregrino, endulzaremos estos momentos en que recordamos al maestro ilustre.

Nuñez de Arce, á quien se parece mucho Arturo Reyes, en cuanto á lo lapidario de la forma, dijo públicamente que auguraba grandes triunfos á nuestro llorado poeta, si seguía como había empezado: no buscando su inspiración en el ansia ciega de la novedad que á tantos extravía, ni en el febril deseo de excitar á toda costa la displicente curiosidad de un público hastiado ó corrompido; ni en el imperio efímero, pero impetuoso, de la moda; sino en las que fueron y serán siempre eternas fuentes de la verdadera poesía; el amor de la naturaleza, los íntimos y generosos movimientos del ánimo, la expresión serena y diáfana de la belleza y los altos ideales de la vida.

Fiel á estas enseñanzas, lanzadas apostólicamente desde su elevado sitial por el príncipe de los poetas modernos de España, Arturo Reyes, no puso su inspiración al servicio del modernismo mal sano; ni ensalzó lo que es oprobio, ni deprimió lo que es virtud; cantó á la Naturaleza como Virgilio; elevó himnos al amor, como Lucano; y últimamente en el ocaso de su vida, poco tiempo antes de morir, y en admirables estrofas que forman su obra póstuma rivalizó con el espiritual Juan de la Cruz, al entonar, con acentos de cristiana devoción sus mejores poesías á la fé.

Pronto verán las gentes, cuando se dé á la estampa el peregrino volumen que ha de contener estos últimos cantos lanzados al morir por nuestro cisne cantor, el misticismo que, como blanca paloma, mensajera de celestiales consuelos, había anidado en el alma del poeta, en las postrimerías ligeramente dichosas de su vida.

El aserto nuestro, que tiende á elevar á Arturo Reyes, sobre todo, como poeta, pruébase también en las peregrinas novelas que le han dado fama.

El pueblo que pinta, siempre gallardo, enamorado y valiente, emociona por el caudal de poesía que el autor empleara en la pintura; de tal manera que contrastando lo fingido con lo natural, se aprecian algunas diferencias sustanciales; y de ahí que la dulce mentira poética haya hecho más simpático el ambiente andaluz en las novelas escritas, que en la realidad estudiada por el genial novelista.

Todo lo observado por Arturo Reyes, denuncia un exaltado temperamento poético; y á la manera de esos pintores que superan en brillantez al natural, nuestro poeta ilustre recarga el azul de los cielos, la belleza de nuestras mujeres, la gallardía de nuestros hombres, el aroma silvestre de nuestros campos y el perfume sutil de nuestros jardines; siendo la hipérbole la figura favorita de aquel gran poeta, que todo lo agrandaba generosamente y lo enaltecía todo, expresando las cosas con tal vigor que no hubo manera de que su arte pasase inadvertido.

Buscad á Arturo Reyes en todos sus libros; pero siempre encontrareis al poeta, aún á través de aquellas líneas de prosa que no tienen medida, pero que en él tienen cadencia y pulcritud denunciadores de que al narrador le es habitual el bien decir propio de los poetas.

Si también exijís [sic] que os hable del hombre, yo os diré que es cuestión á dilucidar, si el hombre era superior al poeta, ó si el poeta superaba al hombre.

Lleno Arturo Reyes de amor, explayábalo con sus amigos, con sus camaradas y con sus compañeros. Acaso fuera Arturo Reyes, el único escritor que no hablaba mal de los demás.

La pureza de sus afectos, su hombría de bien y su seriedad, conquistáronle una indiscutible superioridad, tácticamente reconocida por todos.

El nimbo que á su espíritu faltaba, lo alcanzó en los últimos tiempos de su azarosa vida; creyó en Cristo y cayó de rodillas ante el símbolo redentor, musitando la hermosa palabra:

«¡Ave Crux, spes única!»


Santiago Márquez del CASTILLO


Siesta apacible




El sol ardiente acaricia 
con sus fúlgidos destellos 
la llanura y la montaña: 
al almiar y al granero 
próvido el trigal sonríe; 
pica el pájaro en el huerto 
el ya sazonado fruto; 
bajo el chopo corpulento 
duerme el pastor, y el rebaño, 
vigilado por los perros, 
entre las breñas floridas 
sestea; sólo el silencio 
turban la brisa en las ramas;
el balar de algún cordero; 
del ave, que entre las frondas 
se posa, el dulce gorjeo; 
en los corrales vecinos 
el reto, que siempre es reto 
del gallo el canto, y el lánguido, 
dulce, quejumbroso acento 
con que canta una zagala 
de rostro cuyo abolengo 
oriental copia en sus ondas 
el fugitivo arroyuelo 
donde lava, que retrata 
sus ojos, grandes y negros 
cual blanca es su dentadura 
y son sus labios bermejos 
y es su tez fina y morena 
y son rizos sus cabellos, 
que desbordan por debajo 
del amplísimo pañuelo 
que los cubre, y cual es mórbida 
la arrogancia de su seno, 
que oprime oscuro corpiño, 
y cual es grácil su cuerpo, 
que vela la tosca urdimbre 
de su rojo zagalejo.
Suspende el cantar la moza
su faena y suspendiendo 
la suya un zagal garrido 
que con otros compañeros 
en los cercanos trigales 
agaleillan en el suelo 
las espigas que cercenan. 
Y brota el cantar, y el viento, 
al recogerle en los labios
de la moza, tiende el vuelo
y hasta otros labios lo lleva, 
que de los otros son dueños; 
dulce cantar que á los labios 
del mozo lleva este beso. 
Dicen que el llover nos quita 
pan y vino, por San Juan: 
que llueva, que á mí, serrano, 
me alimenta tu mirar. 

ARTURO REYES 

En el patio




Se filtra el sol por el viejo
parral que el patio adosela 
con sus ramas florecientes, 
en las que, al sol, centellean 
los racimos y sus rayos
bordar parecen la tierra 
con movedizos encajes 
de oro sutil; una clueca 
á sus polluelos cobija 
con sus alas, prisionera 
de una nasa de carrizos; 
al aseo y a pereza 
un gato ríndele culto, 
á la sombra que proyecta 
un jazmín, que con sus brazos, 
la tosca taza de piedra 
de una fuente carcomida, 
casi oculta; como pérsicas 
alcatifas en los muros 
que escala la enredadera 
extiende sus pabellones; 
como adormecidas cierran 
en el ruinoso arriate 
las pálidas azucenas 
y el geranio purpurino 
y las tímidas violetas 
sus corolas perfumadas; 
tiende la oriental palmera 
sus pomposos abanicos 
que urgan el parral; la siesta 
duermen algunas vecinas 
de sus humildes viviendas 
en los dinteles; del cielo 
el azul un mar remeda 
de zafir, que á veces cruza 
como góndola ligera 
alguna paloma nítida; 
el calor todo lo enerva, 
todo del calor al ósculo, 
dormita, todo se entrega 
á un dulce sopor y solo 
turba la quietud serena
del patio el hondo silencio 
que por él se enseñorea, 
el son rítmico y monótono 
con que el agua se destrenza 
al caer sobre la taza; 
de mármol y la voz llena 
de languidez y dulzura, 
de pasión y de tristeza 
con que canta una gitana 
esta copla que revela 
que la que canta la copla
al cantar canta una pena: 
«Dicen que en el mes de Junio 
queman los rayos del sol; 
¡pa quemar, el primer beso 
que mi serrano me dio!»

ARTURO REYES

Tristezas




Ha muerto Arturo Reyes, el gran novelista y poeta malagueño; el cuentista maravilloso; el novelista regional más notable y con justicia elogiado, en Andalucía.

Arturo Reyes vivió en poeta, como ha dicho muy acertadamente un periódico de la corte,—y ha muerto casi de improviso, cuando todos esperaban más hermosos frutos aún de su clara inteligencia, de su brillantísimo ingenio, de su perspicaz observación acerca de su amada tierra andaluza.

No sé cual era el estado económico de Arturo Reyes, pero no sería muy halagador cuando desempeñaba un destino municipal a pesar de su fama y su renombre. ¡Producen tan poco, generalmente, las letras y las artes!... 

(...)

Por el alma de Arturo Reyes




POR TELÉGRAFO

( DE NUESTRO CORRESPONSAL)

Málaga 26 (4 tarde) 

En la parroquia de las Mercedes se han celebrado con extraordinaria solemnidad, á costa de sus íntimos y admiradores, honras fúnebres en sufragio del alma del gran novelista Arturo Reyes. 

Han asistido unas 500 personas, en su mayoría intelectuales.

El templo ofrecía severo aspecto. En el centro destacábase un soberbio túmulo, rematado por coronas de laurel. 

Las autoridades hicieron acto de presencia, presidiendo el duelo el gobernador civil y el alcalde. 

La muerte de Arturo Reyes



Arturo Reyes




POR TELÉGRAFO 

(DE NUESTRO CORRESPONSAL)

Málaga 18 (6,55 tarde) 

Anoche fué trasladado al cementerio de San Miguel el cadáver de Arturo Reyes. Como casi nadie tenía noticia de que se realizaba la traslación, fueron contadísimas las personas que á ella asistieron. 

Presidieron el cortejo fúnebre el alcalde interino, el secretario y el contador del Ayuntamiento, el secretario del Gobierno, civil, el presidente de la Asociación de la Prensa, el director de la Academia de Declamación, el canónigo Sr. Marquina y los magistrados señores Lasala y Suárez.

Figuraban además en la comitiva algunos periodistas y literatos. 

Toda la prensa local dedica sentidísimas necrologías al inspiradísimo poeta malagueño. 

Reyes padecía hace tiempo una grave dolencia, que, poco á poco, iba restándole energías y vida. El lunes se  sintió peor que de ordinario, y desde las primeras horas de la madrugada de ayer ya auguraron los facultativos que era inminente un desenlace fatal. 

Cuando éste sobrevino rodeaban al ilustre novelista sus íntimos Díaz Escovar, León, Serralbo, Ramón Urbano y el arcediano de esta catedral Sr. Miarquina.

Lo último que Reyes ha escrito es una composición para una velada de la Unión Industrial. Compuso las últimas estrofas la noche antes de su muerte. 

Arturo Reyes




Relativamente joven, cuando aun podía dar muchos días de gloria á la literatura española, ha muerto en Málaga, su tierra natal, casi repentinamente, el eminente escritor é inspirado poeta cuyo nombre va al frente de estas líneas.

Honda y dolorosa impresión ha producido en nuestro ánimo el lacónico telegrama en que se ha comunicado á la Prensa madrileña la infausta noticia de la muerte de Arturo Reyes, nuestro ilustre paisano y amigo entrañable, en quien no sabíamos qué admirar más, si su modestia encantadora, su honradez acrisolada, su gran corazón ó su talento poderoso. 

Enamorado de la hermosa región andaluza, especialmente del suelo en que nació y vivió, nadie como él ha reflejado aquel ambiente, copiando del natural, y embelleciéndolas con su arte exquisito, supremo y definitivo, el alma, los sentimientos y las costumbres de aquellos naturales. Con ellos convivió y de su pluma brotaron con pasmosa realidad para hacer imperecedera la memoria de su genial creador. 

¿Qué necesitó Arturo Reyes para ser conocido y admirado del público y de la crítica? Empezar á escribir. En su primer libro, Desde el surco, ya se reveló como poeta inspirado, sencillo y elegante, libre del artificio y amaneramianto de que adolecen casi todos los poetas de nuestro tiempo. De aquel su primer libro, dado á luz con la timidez y el temor que le sugerían su modestia excesiva, se agotó bien pronto la edición, no obstante haberse publicado sin los reclamos que son de rigor en estos tiempos. 

Su segundo libro, la novela Cartucherita, fué, puede decirse, la consagración de su gran talento y de sus incomparables aptitudes de narrador ameno, interesante y de maravillosa intensidad. A partir de la publicación de esta novela, de la cual se han hecho cuatro ó cinco ediciones, Arturo Reyes gozó merecidamente fama de escritor insigne, confirmando este juicio en todas sus obras posteriores. 

Además de las dos citadas, y manteniéndose siempre en primera línea, Arturo Reyes ha publicado El lagar de la Viñuela (novela), Del Bulto á la Coracha (cuentos), Cosas de mi tierra (cuentos), Cuentos andaluces (ídem), La goletera (novela, cuarta edición), Otoñales (poesías, agotada). Las de Pinto (novela), Béticas, (poesías. Premiada por la Academia Española), De Andalucía (cuentos), Cielo azul (novela). De mis parrales (cuentos) y Romances andaluces. De este su último libro nos hemos ocupado no hace mucho en estas mismas columnas, otorgándole el caluroso elogio que merece.

Analizando la obra total de este incomparable escritor, asombra verdaderamente que, moviéndose de continuo en tan reducido escenario y tratando siempre del mismo asunto, no incurriera jamás en la languidez ni en la monotonía. Por el contrario, de la lectura de sus obras completas, lo mismo en prosa que en verso, resulta la mayor y más agradable variedad.

Además de las obras citadas, Arturo Reyes ha publicado en los más importantes periódicos, políticos y literarios, multitud de cuentos brillantes y amenísimos, que también han contribuido á mantener y consolidar su brillante reputación.

Como escritor regional, por la verdad de la pintura y la corrección del estilo, Arturo Reyes puede hombrearse dignamente con el gran Pereda.

Para los que le quisimos de verdad y lo sobrevivimos, sólo puede consolarnos, en parte, el saber que, desde el momento de su muerte, ha comenzado á vivir en la Historia. 

Francisco FLORES GARCÍA

Entierro de Arturo Reyes en Málaga




MÁLAGA 18.—Anoche fué trasladado al cementerio de San Miguel el cadáver de Arturo Reyes. 

Como nadie tenía noticias de que se realizaba la traslación, asistieron contadas personas. 

Presidieron el cortejo fúnebre el alcalde interino, el secretario y el contador del Ayuntamiento; el secretario del gobierno civil, el presidente de la Asociación de la Prensa, el director de la Academia de Declamación, el canónigo Sr. Marquina y los magistrados Sres. Lasala y Suárez. 

El entierro de Arturo Reyes



MALAGA. (Miércoles, noche.) Anoche verificóse precipitadamente el entierro del novelista y poeta malagueño Arturo Reyes, asistiendo á el contadas personas que se enteraron á tiempo.

Presidió el alcalde, y asistieron al acto el secretario y el contador del Ayuntamiento, el presidente de la Asociación de la Prensa, el canónigo Sr. Marquina, el secretario del Gobierno civil, el director de la Academia de Declamación, el delegado regio de primera enseñanza, periodistas, literatos y artistas. Esta tarde verificóse el sepelio en el cementerio de San Miguel.

Los últimos días del poeta

Arturo Reyes pasó la noche del domingo último escribiendo una poesía para la velada que había organizado la Unión Industrial. El lunes, por la mañana, sintióse indispuesto, pero no dio importancia á la dolencia. Por la noche agravóse, y el mal fué tan en aumento, que falleció al día siguiente por la tarde.

Arturo Reyes murió dulcemente, rodeado de sus íntimos Narciso Díaz Escovar, Eduardo León Serralbo, Ramón Urbano y el canónigo Sr. Marquina.

Arturo Reyes preparabase á marchar ayer mismo para Barcelona, adonde se proponía pasar una temporada, invitado por el dramaturgo Sr. Marquina.

Detalle triste

El insigne poeta muere sin haber tomado posesión del cargo de bibliotecario municipal que se había creado por iniciativa de la Asociación de la Prensa, como homenaje de la ciudad al escritor que la enaltecía con sus obras, y como un medio de ayudarle á vivir decorosamente.

Duelo general

El duelo por la muerte del gran malagueño es general en la población. 

Muchos malagueños ausentes han enviado sentidos telegramas de pésame. 

La Prensa local le dedica necrologías sentidísimas.

Muerte de Arturo Reyes




Casi repentinamente, pues hasta anteayer hizo su vida habitual, ha fallecido el ilustre poeta y gran novelista Arturo Reyes, víctima de un cólico hepático.

Conforme se divulga la noticia, el duelo va siendo general en todo Málaga, pues aquí se admiraba profundamente y era queridísimo Arturo Reyes, por su valía, su modestia y su extremada bondad.

Va para muchos años que Reyes era popular; su novela Cartucherita fué un acontecimiento literario que le abrió las puertas del Parnaso, siendo todavía muy joven. En aquella obra se reveló el autor no solamente como admirable narrador, sino como poeta altísimo, capaz de trasladar al libro las emociones más hondas y exquisitas y los pensamientos más levantados. 

Después ha publicado muchas novelas y tomos de versos, casi todos inspirados en el paisaje y las costumbres de Andalucía. Algunas de las composiciones insertas en estos volúmenes pasarán á las antologías como modelos del bien decir. 

Además de escritor notabilísimo, era Arturo Reyes un gran corazón, capaz de interesarse siempre por las cosas nobles, verdadero poeta «por dentro», que escribía ante todo por satisfacer una necesidad de su espíritu, prendado de la Naturaleza y del Arte, y que ni una sola vez dejó de expresar en sus obras este enamoramiento de lo verdadero. lo bello y lo bueno. 

Amigo cariñoso y hombre honrado, será llorado por cuantos le trataron, y echado muy de menos por los amantes de la poesía española. 

Descanse en paz, y reciba su atribulada familia la expresión de nuestro pésame, tan sentido como sincero. 

Muerte de Arturo Reyes



Málaga 17 (8,40 noche) 

Casi repentinamente, pues hasta el sábado hizo su vida habitual, ha fallecido el popular escritor malagueño Arturo Reyes, á consecuencia de un cólico hepático. Al circular la noticia por la ciudad ha producido general sentimiento, pues Reyes era admirado y querido sinceramente por sus paisanos.

Arturo Reyes era uno de los literatos españoles más estimados actualmente. Desde que publicó su novela Cartucherita consiguió un sólido prestigio, que fué cimentándose con producciones posteriores. 

Fué Reyes un escritor regional que sentía y amaba con intensidad la tierra y los hombres de Andalucía.

Como Pereda, como Blasco Ibáñez, como Macías Pícaivea, el novelista que acaba de morir consagró toda su labor artística á reproducir el paisaje de su región y las pasiones y caracteres de sus hombres. Y lo supo hacer con aquella exactitud propia sólo de los escritores de gran talento que ven el natural tal como es y lo trasmiten al libro espontánea y sinceramente.

Al publicarse Cartucherita, novela que pasa entre toreros, los principales críticos de España elogiaron extraordinariamente esa producción, y Arturo Reyes, ignorado hasta entonces, pasó á ocupar uno de los principales puestos en la literatura. No cesó de trabajar desde entonces ni un solo momento, y en la hoja literaria de nuestro periódico escribía continuamente primorosos cuentos de una encantadora amenidad.

Fué también un notabilísimo poeta, que supo llevar á sus estrofas todo el vigor y la intensidad emotiva de la escuela andaluza. Particularmente en sus romances moriscos alcanzó su musa el esplendor y la lozanía que solamente consiguen los privilegiados del arte.

Como hombre era de una modestia sincerísima, que, aunque muy simpática por ser poco vulgar, le perjudicó bastante en su profesión literaria.

Enemigo de figurar y de solicitar favores, vivió Arturo Reyes apartado de toda relación literaria, «cultivando su huerto» y ajeno á todas las intrigas y mezquindades del mundo de los escritores, donde se cotizan los valores artísticos como en una bolsa donde abundan los agios.

La pena por la muerte del insigne autor de Cartucherita, La goletera, Del Bulto á la Coracha y de otros muchos libros, no puede ser exclusiva de los malagueños, pues Arturo Reyes era estimado en lo mucho que valía por todos los españoles de buen gusto.

Un novelista ilustre. Muerte de Arturo Reyes



Con verdadero sentimiento recibimos la noticia de la temprana muerte del ilustre novelista y poeta malagueño Arturo Reyes, uno de los grandes prestigios de la literatura regional. Falleció ayer, después de breves días de enfermedad, á consecuencia de un cólico hepático, cuando apenas contaba cuarenta y seis años de edad.

La muerto del notable escritor representa una gran pérdida, y será sentidísima por sus paisanos, que hace poco tiempo le dedicaron un honroso y brillante homenaje, en unión del novelista Ricardo León y del poeta Salvador Rueda. En Madrid será también muy sentida; pues tenía numerosos amigos, que estimaban  en Arturo Reyes no sólo al escritor, sino al hombre honradísimo y bueno, todo corazón y lealtad.

Se reveló Arturo Reyes como poeta. Su primer libro, Desde el surco, era una bellísima colección de vibrantes poesías. Más adelante, ya alternando con otros trabajos, publicó otros hermosos libros de versos, como Otoñales, Béticas y Romances andaluces. Era un poeta sentimental y delicado, colorista, sin exageraciones, y lleno de inspiración. Su primera novela, la famosa Cartucherita, le dio fama en toda España de una manera rapidísima. En ella demostró sus excelentes condiciones de novelador y costumbrista, y con ella cimentó sus prestigios.

Después dio á luz El lagar de la Viñuela, La goletera, Las de Pinto y Cielo azul, y colecciones de bellísimos cuentos, como Del Bulto á la Coracha, Cosas de mi tierra, De Andalucía y De mis parrales. Toda su abundante producción mereció justos elogios de la crítica.

Era Arturo Reyes un escritor regional, enamorado de su tierra. En sus novelas, en sus cuentos y en sus versos, pintaba admirablemente las costumbres, los paisajes y los hombres de su tierra. Después del Solitario, nadie trazó mejor que Arturo Reyes, ni más brillantemente, aquellos cuadros de luz y de alegría de la tierra andaluza, para la cual formó el novelista y el poeta un monumento en su obra literaria.

En la personalidad de Arturo Reyes había algo quizás mejor que el literato. Era el hombre bueno, el trabajador incansable y honradísimo, el padre de familia modelo. Vivía pobre, á pesar de su copiosa labor; tenía un destino en el Ayuntamiento de Málaga, y trabajaba como un negro para los suyos, sintiéndose recompensado con el cariño de sus hijos. 

Descanse en paz el malogrado escritor y cariñoso amigo.


Muerte de Arturo Reyes



Víctima de rápida enfermedad ha fallecido el notable poeta D. Arturo Reyes. Muy estimado en esta capital, su muerte ha producido hondísima impresión.


El celebrado escritor andaluz nunca había querido dejar su amado retiro de Málaga, donde vivía con gran modestia y se empapaba del cálido y luminoso ambiente que con tanta verdad y poesía trasladaba á sus libros. Allí hizo todas sus bellas novelas y sus inspirados versos, que le conquistaron un relevante puesto en la literatura española, aunque no le produjeron lo bastante para vivir tranquila y holgadamente. 

Toda la Prensa se interesó el año pasado en que el Ministerio de Instrucción pública otorgara á Arturo Reyes un destino que mejorase su situación económica; pero el número de hijos, hermanos, sobrinos y paniaguados de los próceres políticos excede al de las colocaciones, y el ilustre novelista malagueño ha muerto como había vivido: en la pobreza.

lunes, 4 de marzo de 2013

Muerte de Arturo Reyes



Málaga (Martes, noche.) Acaba de fallecer, casi repentinamente, el novelista y poeta malagueño Arturo Reyes, que hasta anteayer hizo su vida habitual.

La noticia ha causado duelo general en Málaga, donde era admirado y querido por todos, pues su carácter afabilísimo era causa de que no contase con ningún enemigo.

La muerte de Arturo Reyes nos ha sorprendido dolorosamente. Nadie esperaba noticia tan triste, y menos ahora, cuando puede decirse que el poeta comenzaba á vivir.

Reyes, periodista primero, cuentista, poeta y novelista después, arrastró en lo económico una vida que lindaba más con la humildad que con la holgura. Artista de nacimiento y hombre bueno por condición, supo conllevar sin pena ni desmayo su digna estrechez. Dióle pronto la Literatura un nombre; pero rara vez á la consecución de la fama sigue en la república de las letras el enriquecimiento, y de altísima reputación gozaba ya Arturo Reyes cuando aún podía comparársele con los pájaros que cantan en el secarral; que no por ser sus trinos más armoniosos logran hacer de la Naturaleza una madre más pródiga. Y cuando últimamente, recientemente, había comenzado á asomar en la vida de Arturo Reyes el sol—harto perezoso para quien supo cantarle magníficamente y decorar con sus rayos páginas de oro—; cuando una vida mejor sonreía, como justo premio, al novelista de la luz y al hombre de la eterna resignación, viene la inesperada muerte implacable á arrebatárnoslo. ¡Misterios de la vida, que más se apresura á partir cuando se ha hecho menos aborrecible!

Deja Arturo Reyes en el cuadro de nuestras literaturas regionales, que es tanto como decir en la Literatura española, un puesto muy difícil de llenar.

Se le comparó con Federico Soler (Serafí Pitarra), porque, así como éste llevó á sus obras el alma y el paisaje de Cataluña, los paisajes y el alma de Andalucía llevó Arturo Reyes á las suyas.

Fué un escritor costumbrista, no con la profundidad de un Mesonero, sino con una ligereza aparente, que no se desdeñaba de propender á lo hondo; ni con el alambicamiento de un Estébanez Calderón, sino con una sencillez que tampoco excluía los altibajos. Espejo fiel de la realidad, en las obras de Arturo Reyes habrá que buscar, andando el tiempo, la vida andaluza actual, y ellas servirán á la historia íntima de aquella región hermosa bastante mejor que otras mil producciones de corte andaluz cuyos autores parece que sólo se inspiraron en lo meramente grotesco.

Cosas de mi tierra, Del Bulto á la Coracha. Cuentos andaluces, De Andalucía y De mis parrales, colecciones de cuentos en los que hay algunos que no se cambiarían por novelas muy ponderadas; Cartucherita, El lagar de la Vilueña, La goletera, Las de Pinto y Cielo azul, novelas que alcanzaron repetidas ediciones y señalaron el punto culminante de la fama de su autor; y libros de versos, como Desde el surco, Otoñales y Béticas, éste premiado no ha mucho por la Real Academia Española, en que se da el peregrino caso de un romántico encuadrado en formas clásicas, impecables... tal es el legado glorioso de un gran ingenio andaluz, de un gran ingenio español, que no volverá á deleitarnos con la miel de nuevas prosas y la armonía de nuevos versos.

Arturo Reyes y su última obra



Arturo Reyes ha publicado un nuevo libro de versos: Romances andaluces. Ante este libro, tan representativo, tan pleno de jugosidad y de color como el bello lienzo de un pintor luminista, surgen inevitablemente algunas consideraciones acerca del poeta y novelista malagueño.

Conforme los años van limando toda la divina escoria de la juventud—arbitrariedad, rebeldía, cegueras pasionales, deslumbramientos irreflexivos, etc.—el espíritu se disciplina, las sensaciones se aquilatan más y el juicio es, por ende, más sereno.

Entonces es cuando se sabe separar—y elegir,que es mejor aún,—los cerebralismos de las cordialidades, los libros artificiosos, fríos, hijos de la cultura ó simplemente de las influencias literarias, y los libros cordiales, cálidos, nacidos de la observación propia y de las propias emociones.

Y, como es lógico, al mismo tiempo que la selección, surge la revisión de valores.  Dentro de nosotros mismos se derrumban ídolos y se alzan nuevos cultos. Las voces  que antes no quisimos escuchar, ahora tienen un grato encanto de sinceridad.

Esta era la palabra que andaba deseando salir desde que escribí el nombre de Arturo Reyes. Arturo Reyes, por encima de su literatura—colorista, relampagueante, donde hay latinas azulosidades de mar Mediterráneo y moras inquietudes de amor y de sangre,—es un gran sincero. Va por su camino, seguro y consciente de lo que significa la obra emprendida en el primer libro de versos que publicó. No vuelve la mirada hacia atrás; no oye las voces de sirena que á ambos lados del sendero le quieren detener; no abdica de su personalidad única.

La gente—tal vez más la gente literaria que la gente que lee (lo cual no es lo mismo, aunque lo parezca), dice que sorprende los secretos de un escritor cuando ha visto que varias de sus obras responden á los mismos criterios emocionales y estéticos y están escritas en el mismo estilo. Incluso llega esta gente á decir: «Yo puedo escribir como Fulano. Verá usted.

Y barajan palabras, incluso ideas peculiares, familiares del autor á quien pretenden parodiar. Pero ese don asimilativo, esa facilidad para una cosa tan fácil como es el comprender la personalidad literaria de un autor estéticamente honrado, podrá producir graciosas caricaturas, tender ante los ojos un telón teatral, pero nunca podrán llegar á sorprender la psicología verdadera ni á dar una sensación exacta, limpia, noble, del natural en toda inespontaneidad.

Los escritores como Arturo Reyes, que se dan de tan amplia y sencilla manera en sus libros, tienen, por lo tanto, que esperar á la revisión, á la selección de valores para ser comprendidos plenamente.

Es decir: cuando la gente que considera fácil sorprender los secretos aparentemente fáciles, asegura que un autor se «repite», es cuando la crítica puede fallar sin miedo á ulteriores rectificaciones.

Eso que el vulgo llama «repetirse» no es más que la honradez estética, la confianza en el propio credo, la ratificación, en fin, de la personalidad.

Arturo Reyes es un admirable ejemplo de cuanto acabo de decir. Sus novelas, sus cuentos, sus poesías y, sobre todo, sus Romances andaluces, recién publicados, son notas acordes—vibrantes ó lánguidas,—de esta gran obra que viene realizando desde su tierra maravillosa de Málaga.

Obra que, á fuerza de precisión emociona! y de riqueza descriptiva, sale, de la literatura y entra en los dominios de otras Bellas Artes hermanas de ella. Tal vez sea lo de menos la trama ó asunto de sus libros; hay que tener en cuenta las polifonías y las policromías del estilo, que tan pronto suena como tiene color y relieve pictóricos.

Andalucía está en los libros de Arturo Reyes como quizás no lo esté en los libros de otros escritores andaluces. Toda ella, con sombras y con luces, con fierezas y desmayos, con la desolada desesperación de los braceros bajo el sol y con la florida sensualidad de sus mujeres, esperando al novio desde las rejas cubiertas de luna.

Según quiere, Arturo Reyes hace panderetas, le da á su estilo son de castañuelas y guitarra, ó frío chispazo de faca antes de que la manche el rojo moaré de la sangre.

En este libro último, escrito en romances rotundos, clásicamente españoles, hay la gracia pícara del sainete, la amargura del drama y esos otros esbozos que no se sabe si son las observaciones certeras de la pluma ó las destrezas del pincel, con que los escritores y los pintores fijan sus apuntes de emoción ó de color.

Son las mismas mujeres, los mismos hombres, idénticos conflictos sentimentales que el lector encontró en El lagar de la Viñuela, en Del Bulto á la Coracha, en La goletera y De mis parrales.

Pero también tienen la misma palpitación de vida, la misma potencia emotiva é idéntica belleza sugeridora.


Por eso, Romances andaluces, siendo para el lector un viejo amigo... que no envejece, es para la crítica una afirmación más de la personalidad de Arturo Reyes, tan clara, tan admirable—de tanta importancia histórica para lo futuro, cuando Andalucía vaya perdiendo los aspectos característicos,— dentro de su honradez estética.


JOSÉ FRANCÉS

Reseña de Romances andaluces



Con veinticinco romances de género andaluz, ha formado un variado y deleitable libro nuestro distinguido amigo don Arturo Reyes. Romances andaluces lo titula, y si bien todos ellos están vaciado en amenos episodios, propios de la tierra de María Santísima, llamarán seguramente la atención del lector los que llevan por epígrafe Idilio, Gitanerías, Dos coplas, Entre riscos, Penas hondas y Oro de ley, de un lirismo que nos hace recordar al más eminente de los poetas de su siglo: á Gustavo Bécquer.

Si el autor de Cosas de mi tierra, La goletera, De mis parrales y otras novelas, cuentos y poesías no tuviera acreditada su valía ante la opinión, especialmente en Cosas de su [sic] tierra, es seguro que su libro Romances andaluces habría de otorgarle merecidos títulos.

¡Pobres poetas!



Arturo Reyes, el eximio poeta español, se encuentra en la pobreza. El ilustre cantor, honra de la patria poesía, necesita de sus buenas amigos, de sus amantes compañeros, para que uno, como Carretero, implore del simpático ministro de Instrucción pública un destinillo, algo que pueda aliviar la aflictiva situación del trovador de oro.

¡Recompensas humanas...! ¡Un destino para un poeta que ha sabido legar á su pueblo, á la historia de la Literatura, destellos de su numen y chispazos de su galana inspiración.

¡Pobre Arturo Reyes...! ¡Pobre poeta...! 

El veterano maestro del periodismo español, D. Miguel Moya, secunda con Carretero la iniciativa de proteger al compañero ilustre, y yo creo que todos aquellos que dedicamos los ocios de nuestra vida á encarecer, en la  medida de nuestras fuerzas, el arte español, estamos tan obligados ó más que los profesionales á hacer, no algo, que no es eso lo que se merece, sino mucho, por el divino poeta castellano.

A nosotros corresponde la realización de la obra; dejemos á un lado los escepticismos de los pudientes, de los que chupan, de los que viven atentos sólo á su sueldo y á cumplir medianamente sus deberes; dejemos aparte las eminencias de doublé, que ven la vida al través del prisma de la letra de cambió y del peso exacto en los comestibles; quédense en sus puestos los que alcanzaron con una carrerita corta ó con un destinillo holgado la satisfacción de vivir, de pasar la vidita, como dice mi amigo Costa, ilustre escritor catalán, y vamos los pobres, los míseros, los que hacemos versos, aunque no sirvan más que para envolver los garbanzos, de los otros, á entablar lucha franca, lucha leal, con el que sea, para evitar que Reyes, el autor del andaluz poema titulado «Cartucherita», perezca de hambre ante la indiferencia de un país desagradecido con sus poetas.

Se recompensan los servicios de todos los funcionarios públicos; las empresas particulares premian los especiales de sus empleados; los aristócratas ofrecen dádivas á sus lacayos en momentos determinados de la vida y... ¡á los poetas como Reyes...! ¿nada...? Injusiticia humana, no tan injusta por la idea como por el fondo de ella.

El ministro de Instrucción pública no desatenderá los ruegos de los poetas españoles y sabrá corresponder á la promesa que hiciera á Carreterro en reciente conferencia, pues entusiasta como siempre por su pueblo, no permitirá que perezca quien, desde su esfera, supo engrandecerlo y enaltecerlo.

Nómbrese una Comisión de escritores, presidida por el maestro Moya, y con el apoyo de todos enjuguemos las lágrimas de Reyes; siquiera por las que nos hizo verter, de noble sentimiento, al pasar los ojos por las hermosas páginas de sus hermosas obras.


Jesús de MIJARES CONDADO

Ministerio de Instrucción pública y Bellas Artes



Real orden sobre adquisición de obras, de las que es autor D. Arturo Reyes Aguilar.

Fragmento de una entrevista al ministro D. Santiago Alba


(...)


Ya en pie, y al mismo tiempo que estrechaba su mano, me permito pedirle alguna gracia en despedida.

—D. Santiago: Arturo Reyes, el glorioso poeta malagueño, está ¡muy pobre y muy enfermo!... Hace tiempo, Paco Verdugo, nuestro director, demandó desde MUNDO GRÁFICO alguna protección oficial para el notable literato pobre... Un destino de los muchos que se crean para parientes y amigos..; una subvención...; compra de sus obras: ¡algo!; toda la prensa la secundó noblemente. D. Miguel Moya puso al servicio de la excelsa idea todo su mucho valer... Y ahora yo, el último de todos, pero en nombre de ellos, con esa audacia de que me hablaba usted hace unos momentos, imploro al joven ministro de Instrucción pública su valiosa ayuda, para que en España un poeta, coronado y consagrado, no pase hambre. 

—Verá usted—me contestó;—en efecto, todos esos señores me han hablado de este asunto... ¡Y yo lo que deseo con ustedes es aliviar la situación de Reyes!... Ya so lo dije á Moya y á Martín Fernández... Necesito tres ejemplares de cada una de sus obras; tráigamelos usted mismo y yo prometo á ustedes que conseguiré... algo para mejorar su vida. 

Las palabras del ministro fueron piadosas y sinceras... Yo creo en su promesa y pondré en su noble mano las obras... Tú, lector, sabrás por mi pluma si fué auxiliado dignamente Arturo Reyes. 


JOSÉ MARÍA CARRETERO

Otro homenaje




El ilustra poeta, don Salvador Rueda, tiene la pícara manía de la popularidad, y de que todo el mundo se ocupe de su persona. 

Verdad es que si no apelara á tales recursos, apenas si nadie se acordaría de él.

Rueda ya pasó á la Historia, y dicho sea sin ánimo de molestarle, bien pagado está.

Tuvo su época, y durante ella, alcanzó una justa y merecida reputación; ganó dinero; vendió sus libros á buen precio, y hasta se procuró un destinito inamovible, y en armonía con sus aficiones, que le asegurara una tranquila vida. 

Pero los homenajes son su monomanía.

Hace anos cuantos años recorrió toda la América, á ver si le coronaban, y por fin, en la Habana, se organizó una pequeña mojiganga, para colocarle sobre la cabeza una corona.

Tal ceremonia, no obstante ser modesta, le colocaba á la altura de Quintana y Zorrilla, que también fueron coronados, y en lugar más elevado que Campoamor, que tuvo el buen gusto de no dejarse coronar. 

Rueda, no contento con la coronación americana, se ha preparado otro homenaje en Málaga, su pueblo
natal, y ya tienen ustedes al hombre más contento que Arias de Miranda con la cartera de Gracia y Justicia. 

Por cierto que parecido al de Rueda se ha celebrado en Málaga otro homenaje en honor de Arturo Reyes, otro poeta malagueño.

Bien está eso de los homenajes, que halagan la vanidad de los vanidosos, y no cuesta dinero. 

Pero es el caso que algún colega madrileño ha lanzado descaradamente la idea de que el Gobierno, en ateación á que Arturo Reyes tiene muchos hijos, debe señalarle una pensión. 

No, mi querido colega; nada de pensiones á un poeta por tal motivo. El Gobierno tiene muchas cosas á qué atender, y si fuese á pensionar á todos los poetas fecundos, ¡adiós presupuesto de gastos!

Homenajes, todos los que se quieran, que salen por una friolera; pero dinero, ¡ni una peseta! 

A Zorrilla, que era un poco más poeta que Rueda, le negó el Congreso una limosna que para él pidió Castelar. 

En honor de dos poetas




MALAGA (Domingo noche)

En los jardines del Hotel Simón, enclavados en la Caleta, se ha celebrado el banquete organizado en honor de los poetas andaluces D. Salvador Rueda y D. Arturo Reyes.

La nutrida y selecta concurrencia estaba formada por todos los literatos, artistas y periodistas malagueños, representaciones de las autoridades y de los Centros y Corporaciones.

Brindaron D. Narciso Díaz de Escobar, D. José Martín Velandía y D. Ricardo Barroso, ensalzando á Rueda y á Reyes y dedicando calurosos elogios á Ricardo León. Fueron muy aplaudidos.

Con gran acierto dió lectura D. José Blasco Alarcón á un magnífico soneto de autor desconocido. La composición fué ovacionada.

El acto resultó importante y en extremo cordial.

De Lunes á Lunes




Con ocasión de una fiesta literaria que el Mundo Gráfico ha organizado en Málaga en honor de tres esclarecidos hijos de aquella provincia, ha transcendido al público la precaria situación económica en que está uno de ellos, Arturo Reyes, poeta inspiradísimo y autor de numerosas novelas que le han dado grande y merecido renombre; pero no una rentita que lo pusiera a salvo de las acometidas de a pobreza.

Si entre los escritores españoles de esta época hay unos pocos que han llevado al último extremo los esfuerzos lícitos para asegurarse un cómodo y tranquilo vivir, entre esos pocos está Arturo Reyes. Originalidad talento, comunicativa emoción, brillante fantasía, persistente trabajo, honorabilidad privada y pública, franco y simpático carácter.... Y, sin embargo, no ha logrado lo que cualquier zamacuco consigue pesando garbanzos y midiendo aceite.

Esto prueba incontestablemente, aunque huelga la demostración, que nuestro país es un mísero mercado para el libro. Las gentes leen periódicos y gracias; pero soltar tres pesetas de un golpe por un libro, vade retro.

Valle Inclán, á los tre ó cuatro meses de haber publicado una de sus sonatas se quejaba de que sólo había vendido treinta y cuatro ejemplares. Todavía tiene alguna explicación, aunque no sea convincente, aquel fracaso crematístico del insigne marqués de Bradomín, porque este maravilloso estilista es tan exquisito, tan personal, ta quintiesenciado, que no ha conquistado la popularidad ni la conquistará nunca, cosa que crispa de alegría y de orgullo á su endiablado aristocratismo. Pero Arturo Reyes no está más allá del bien y del mal, como D. Ramón María, ni es preciosista, ni se pasa los años cincelando extrañas joyas excluidas del uso corriente, cuando no autos y versallescos vasos de noche, sino que es lisa y llanamente un admirable artista todo luz, gracia, ternura y decoro, en cuyas obras, henchidas del calor y del aroma de las espléndidas regiones mediterráneas, poéticamente se copian del natural el pintoresco y agudo lenguaje del pueblo, la noble valentía varonil, la gitana hermosura de las mujeres, el rumbo, el amor, el sacrificio el verdeante lagar, la barca y la playa, la serenidad de los cielos y el huerto florido

Desbordandose en sus novelas la pasión - Yo las he leído todas- y jamás en ninguna de ellas se desliza, no ya una morbosa tendencia, sino una palabra siquiera que pueda avergonzar o repugnar a un lector  sanamente consituído. El amor es el nervio de casi todas ellas pero no el amor de los chamizos mentales en que D. Felipe Trigo y sus desdichados imitadores fabrican los elixires destinados a enfermar física y moralmente á la juventud y á deleitar la extraviada imaginación de los inválidos del vicio, sino un amor -cualesquiera que sean sus ímpetus y sus materiales vibraciones- en que ni un vislumbre asoma de degeneración ni inverecundia. Tales son los libros de Arturo Reyes con todas las condiciones exigibles para que el público agotara prontamente las más copiosas ediciones; y, puesto que Arturo Reyes es pobre, no otra puede ser la causa sino que en España es malísimo el negocio el de hacer libros.

Ahora bien, como en sus oratorios dice D. Demetrio Alonso Castrillo: ¿no está, en cierto modo, obligado el Poder Público á suplir el atraso, la indiferencia, la deficiente cultura por cuya virtud -si virtud puede llamarse á este motivo de nacional sonrojo- hay en nuestro país hombres de excelso entendimiento, de intachable vida y de labor beneficiosa y fecunda, candidatos á la inmortalidad á los cuales dejan morir de hambre, ó poco menos, las presentes generaciones?

Ya sé yo que ni en sus apéndices figura ley alguna concediendo destino o ayuda á los escritores amados de las musas y reñidos con la fortuna, como la hay para que D. Fermín Calbelón cobre su cesantía de ex ministro por haber enmarañado los servicios de Fomento; pero, queriendo el Gobierno, y aun recabando para ello autorización de las Cortes, no les será difícil pagar las deudas de honor contraídas por la Patria con algunos de sus hijos que más le honran y, entre ellos, claro está el ilustre novelista malagueño Arturo Reyes.

Yo creo que contra esta obra de reparación y de justicia, nadie votaría; antes bien, por todos sería aplaudida. Pero con una condición: la de poner una criba tan estrecha, que por sus agujeros no se colaran - como en otro caso se colarían irremisiblemente - los currinces y hampones de las Letras y las Artes y la innumerable fauna de las clientelas ministeriales que aún está por colocar, no obstante el paternal trienio de mando del señor Canalejas... el mejor de los amigos y el más bueno de los hombres.

Evaristo Romero

sábado, 2 de marzo de 2013

Arturo Reyes



Al reseñar nuestro querido colega «Mundo Gráfico» la fiesta íntima celebrada en Málaga en honor del ilustre escritor Arturo Reyes, hace al ministro de Instrucción una indicación, con la que en absoluto estamos conformes.

Es triste que escritores como Arturo Reyes vean la vejez amargada por la penuria y la estrechez de recursos, habiendo enriquecido con joyas preciadas la literatura de su país. Cuente con nuestra adhesión el querido compañero D. Francisco Verdugo, director de «Mundo Gráfico» que expone tan bella iniciativa en pro de su paisano Reyes, en las líneas que copiamos:

«Una de las fiestas más simpáticas de las últimamente celebradas en Málaga, ha sido el homenaje rendido en el teatro Cervantes á los ilustres escritores malagueños Arturo Reyes, Salvador Rueda y Ricardo León. La ausencia justificada por asuntos particulares de estos dos últimos señores, hizo que en la linda fiesta se concentrase la atención únicamente en el genial escritor, honra de su patria chica y alto y sólido prestigio literario entre los de la patria grande, D. Arturo Reyes.
La alabanza justa salió á los entusiasmados labios de los asistentes al homenaje; pequeñas manos enguantadas de blanco, bellas y dulces manos de mujeres hermosas se agitaron nerviosamente como palomas blancas, y consagraron con el batir de sus palmas y el mago sortilegio de sus risas de ángel los altos méritos del costumbrista insigne y del poeta inspiradísimo. 
En aquel concierto de alegrías y de satisfacciones, desentonaba como una ironía la sonrisa amarga de Arturo Reyes...
 
Si su patria y su tierra consagraron el valer innegable del escritor malagueño, su patria y su tierra no han tenido para Arturo Reyes las atenciones á que estaban obligadas. Arturo Reyes, aunque sea doloroso y vergonzoso decirlo, vive mal. Esto ocurre en un país como el nuestro, donde la protección oficial en forma de credenciales y de destinos vitalicios, reparte prebendas á compadres de la política y se muestra pródiga con cualquier advenedizo, aunque lleve por toda cédula personal la vigorosa presión de una buena influencia.
 
Este caso de Arturo Reyes es un caso de conciencia pública, de decoro nacional, y su remedio está en la mano del señor Alba, ministro de Instrucción. ¿Porqué no hemos de confiar en que cuando llegue á su conocimiento se apresurará á evitar tamaña injusticia?  
Dejémonos invadir por un dulce y consolador optimismo, y soñemos con que pronto el señor Alba dará á Arturo Reyes medios decorosos de atender á su vida prestando útiles servicios á la nación y procurándole la tranquilidad necesaria para que siga legándonos,  como tesoro inapreciable, sus cuentos y sus poesías inspiradísimos y sus novelas maravillosas.»