Publicado en Mundo gráfico el 23/4/1913, página 8.
Arturo Reyes ha publicado un nuevo libro de versos: Romances andaluces. Ante este libro, tan representativo, tan pleno de jugosidad y de color como el bello lienzo de un pintor luminista, surgen inevitablemente algunas consideraciones acerca del poeta y novelista malagueño.
Conforme los años van limando toda la divina escoria de la juventud—arbitrariedad, rebeldía, cegueras pasionales, deslumbramientos irreflexivos, etc.—el espíritu se disciplina, las sensaciones se aquilatan más y el juicio es, por ende, más sereno.
Entonces es cuando se sabe separar—y elegir,que es mejor aún,—los cerebralismos de las cordialidades, los libros artificiosos, fríos, hijos de la cultura ó simplemente de las influencias literarias, y los libros cordiales, cálidos, nacidos de la observación propia y de las propias emociones.
Y, como es lógico, al mismo tiempo que la selección, surge la revisión de valores. Dentro de nosotros mismos se derrumban ídolos y se alzan nuevos cultos. Las voces que antes no quisimos escuchar, ahora tienen un grato encanto de sinceridad.
Esta era la palabra que andaba deseando salir desde que escribí el nombre de Arturo Reyes. Arturo Reyes, por encima de su literatura—colorista, relampagueante, donde hay latinas azulosidades de mar Mediterráneo y moras inquietudes de amor y de sangre,—es un gran sincero. Va por su camino, seguro y consciente de lo que significa la obra emprendida en el primer libro de versos que publicó. No vuelve la mirada hacia atrás; no oye las voces de sirena que á ambos lados del sendero le quieren detener; no abdica de su personalidad única.
La gente—tal vez más la gente literaria que la gente que lee (lo cual no es lo mismo, aunque lo parezca), dice que sorprende los secretos de un escritor cuando ha visto que varias de sus obras responden á los mismos criterios emocionales y estéticos y están escritas en el mismo estilo. Incluso llega esta gente á decir: «Yo puedo escribir como Fulano. Verá usted.
Y barajan palabras, incluso ideas peculiares, familiares del autor á quien pretenden parodiar. Pero ese don asimilativo, esa facilidad para una cosa tan fácil como es el comprender la personalidad literaria de un autor estéticamente honrado, podrá producir graciosas caricaturas, tender ante los ojos un telón teatral, pero nunca podrán llegar á sorprender la psicología verdadera ni á dar una sensación exacta, limpia, noble, del natural en toda inespontaneidad.
Los escritores como Arturo Reyes, que se dan de tan amplia y sencilla manera en sus libros, tienen, por lo tanto, que esperar á la revisión, á la selección de valores para ser comprendidos plenamente.
Es decir: cuando la gente que considera fácil sorprender los secretos aparentemente fáciles, asegura que un autor se «repite», es cuando la crítica puede fallar sin miedo á ulteriores rectificaciones.
Eso que el vulgo llama «repetirse» no es más que la honradez estética, la confianza en el propio credo, la ratificación, en fin, de la personalidad.
Arturo Reyes es un admirable ejemplo de cuanto acabo de decir. Sus novelas, sus cuentos, sus poesías y, sobre todo, sus Romances andaluces, recién publicados, son notas acordes—vibrantes ó lánguidas,—de esta gran obra que viene realizando desde su tierra maravillosa de Málaga.
Obra que, á fuerza de precisión emociona! y de riqueza descriptiva, sale, de la literatura y entra en los dominios de otras Bellas Artes hermanas de ella. Tal vez sea lo de menos la trama ó asunto de sus libros; hay que tener en cuenta las polifonías y las policromías del estilo, que tan pronto suena como tiene color y relieve pictóricos.
Andalucía está en los libros de Arturo Reyes como quizás no lo esté en los libros de otros escritores andaluces. Toda ella, con sombras y con luces, con fierezas y desmayos, con la desolada desesperación de los braceros bajo el sol y con la florida sensualidad de sus mujeres, esperando al novio desde las rejas cubiertas de luna.
Según quiere, Arturo Reyes hace panderetas, le da á su estilo son de castañuelas y guitarra, ó frío chispazo de faca antes de que la manche el rojo moaré de la sangre.
En este libro último, escrito en romances rotundos, clásicamente españoles, hay la gracia pícara del sainete, la amargura del drama y esos otros esbozos que no se sabe si son las observaciones certeras de la pluma ó las destrezas del pincel, con que los escritores y los pintores fijan sus apuntes de emoción ó de color.
Son las mismas mujeres, los mismos hombres, idénticos conflictos sentimentales que el lector encontró en El lagar de la Viñuela, en Del Bulto á la Coracha, en La goletera y De mis parrales.
Pero también tienen la misma palpitación de vida, la misma potencia emotiva é idéntica belleza sugeridora.
Por eso, Romances andaluces, siendo para el lector un viejo amigo... que no envejece, es para la crítica una afirmación más de la personalidad de Arturo Reyes, tan clara, tan admirable—de tanta importancia histórica para lo futuro, cuando Andalucía vaya perdiendo los aspectos característicos,— dentro de su honradez estética.
JOSÉ FRANCÉS
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