Publicado en El Fusil el 5/10/1912, página 3.
El ilustra poeta, don Salvador Rueda, tiene la pícara manía de la popularidad, y de que todo el mundo se ocupe de su persona.
Verdad es que si no apelara á tales recursos, apenas si nadie se acordaría de él.
Rueda ya pasó á la Historia, y dicho sea sin ánimo de molestarle, bien pagado está.
Tuvo su época, y durante ella, alcanzó una justa y merecida reputación; ganó dinero; vendió sus libros á buen precio, y hasta se procuró un destinito inamovible, y en armonía con sus aficiones, que le asegurara una tranquila vida.
Pero los homenajes son su monomanía.
Hace anos cuantos años recorrió toda la América, á ver si le coronaban, y por fin, en la Habana, se organizó una pequeña mojiganga, para colocarle sobre la cabeza una corona.
Tal ceremonia, no obstante ser modesta, le colocaba á la altura de Quintana y Zorrilla, que también fueron coronados, y en lugar más elevado que Campoamor, que tuvo el buen gusto de no dejarse coronar.
Rueda, no contento con la coronación americana, se ha preparado otro homenaje en Málaga, su pueblo
natal, y ya tienen ustedes al hombre más contento que Arias de Miranda con la cartera de Gracia y Justicia.
Por cierto que parecido al de Rueda se ha celebrado en Málaga otro homenaje en honor de Arturo Reyes, otro poeta malagueño.
Bien está eso de los homenajes, que halagan la vanidad de los vanidosos, y no cuesta dinero.
Pero es el caso que algún colega madrileño ha lanzado descaradamente la idea de que el Gobierno, en ateación á que Arturo Reyes tiene muchos hijos, debe señalarle una pensión.
No, mi querido colega; nada de pensiones á un poeta por tal motivo. El Gobierno tiene muchas cosas á qué atender, y si fuese á pensionar á todos los poetas fecundos, ¡adiós presupuesto de gastos!
Homenajes, todos los que se quieran, que salen por una friolera; pero dinero, ¡ni una peseta!
A Zorrilla, que era un poco más poeta que Rueda, le negó el Congreso una limosna que para él pidió Castelar.
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