Publicado en La Época el 28/2/1898, nº 17.144, página 4.
—El mesmo, el mesmo, que es una pistola montá y tiene un corazón más grande y más duro que la piedra
roá é Santa Marta.
—¡Bah!, abuelito, parece mentira que usted diga eso; ese mozo no va á ninguna parte; á ese le injerto yo y da bellotas.
—Pos vete con cudiao tú, no te vaya á salir la bestia
respondona y jaga contigo lo que con Toval el
Churumbero.
—¡Qué fué lo que hizo con Toval?
—Pos na cuasi, y eso que el mozo es de los de jierro
al cinto y mano larga.
—¿Pero qué fué lo que hizo con él?
—Pos que Tovalillo empezó á buscarle la boca, y
como Bernardo es más callao que un cerrojo, el otro
se creyó que to er monte era orégano, y una tarde día
e Sin Juan,—allá en la cañailla e Ponce, no sé
por qué le dio un arrempujón; metió mano al corte
y se fué con las de Caín pa el chavalillo; pero como éste es mu vivo y mu bruto, lo pilló en un revuelo,
le quitó la herramienta, se la guardó mu tranquilo y
endispués echó er cuerpo alante y quince dias estuvo
Tovalico en un baño de árnica, sin que naide supiere aonde tenía los ojos, ni la boca ni las narices.
¡Como que cuando hablaba parecía jacerlo desde un
sótano!
—Pues mire usted, tío Juanillón, apesar de eso no he sentío repeluznos. Puede que algún día se entere
usted de lo que da de sí la carne de ballena. Y sobre
todo, Bernardo ¿qué pito toca en este asunto?
—¿Qué pito? ¡Un millón e caracolas, camará! Pos
si Dolores juera su hermana de padre y madre no la
querría más que la quiere, y sobre to, que dende
que los viejos están jechos tres muebles es el amo de
to y allí su voluntad es el número uno y no se jace
más que lo que él boquea, y jacen bien; er mozo, mejorando
lo presente, es una prenda, y si el barquito
sigue navegando es por él y por Agustín, que jace
to cuanto puee, que puee mucho; es ya to un presonaje:
es arférez. ¡Arférez en cinco años! Ya ves tú si
habrá tenío que achuchar er mozo, y la verdá es que
yo no sé cómo lo cuenta ni cómo ha resistió los dos
balazos sin soltar la pelleja. ¡Sa menester tener duro
el cuero!
—Tiene usted razón; por más que en eso entra
por mucho la fortuna.
—Sí, sin dúa; pero también sa menester entrañitas
e bronce; pos si cuando güerva sería un contra
Dios no salir a recibirlo con música y fuegos artificiales.
—¿Y se sabe cuándo volverá?
—En cuántico trinque el otro galón, güerve pa casarse
con Dolores; el hombre tiée consensia y no
quiée dejar juera der palomar esa palomica blanca
que le trujo er mar paso; por más que yo creo que
la espiga no maura.
—Como que parece que no es hija de Dolores.
—Pos lo es, sigún dicen.
—En fin, abuelo, me voy; no quiero que á la vuelta
me coja la noche.
—Pos jasta endispués, y ya sabes: mucho ojo, que
la vista engaña—repúsole el tío Juanillón, levantándose
para tenerle el estribo.
Enrique montó con la ligereza propia de sus veinticinco años y partió al trote del fogoso bruto, después
de estrechar la maño al viejo, que murmuró, viéndole alejarse envuelto en una nube de polvo dorado
por el sol:
—Yo ya se lo advertí, y si se emperra se la va á
jallar, y si se la jalla, que con su pan se lo coma.
CAPÍTULO VI
Un vistazo atrás
Preciso es que antes de seguir hagamos algo de
historia retrospectiva para que no vayan del todo á
tientas nuestros lectores por las páginas de este
libro.
Como era de temer y como se puede deducir del
diálogo mantenido por Enrique Miranda y el tío Juanillón
en la venta de las Palomas, el mal paso de
Agustín había tenido gravísimas consecuencias.
Tres ó cuatro meses hacía ya que el mozo andaba
á tiros con los insurrectos, cuando una tarde, Dolores,
que habíase demacrado y andaba siempre con
una nube muy negra encima del alma—después de
contestar con un borbotón de llanto á unas preguntas de la señá Tomasa, un poquito puesta en cuidado
con el á ojos vistas desmejoramiento de la Viñuela,—
arrojóse ésta al cuello de su tía, que la llevó
á su cuarto, donde sostuvieron una larguísima
conversación.
Al salir la señá Tomasa y Dolores de la estancia
donde hubo de tener lugar la conferencia, lo hizo la
primera con el rostro purpúreo y las manos en las
sienes y la segunda con los ojos escaldados y las
mejillas como la grana.
—Por la Virgen Santísima, tía Tomasa, por la
Virgen Santísima no le diga osté na al tío; mire osté
que si se lo boquea me tiro por un barranco.
—Hay cosas que no se pueen callar manque se
quiera, Dolores; hay cosas que pa no verlas hay que
saltarse los ojos. ¡Charránl ¡Y lo que ha jecho! ¡Dios
mío y lo que va á decir tu tío cuando se entere! ¡Qué esazón más grande, Virgen santa, que esazón más
grande!
Cuando la noticia le fué administrada al Sr. Juan,
lo cual hizo la señá Tomasa con la mayor delicadeza,
y el viejo pudo darse cuenta de lo ocurrido,
¡Dios de Dios!, tuvieron que dejarlo solo. ¡Vaya un
genio el del hombre! Él tardaba en irse del seguro,
pero cuando se iba era un trabucazo; verdad es que
la cosa era para arrancar á cualquiera. Si Bernardo
era su mano derecha, Dolores era el más dulce de
los recreos de su vejez. Dolores se lo había ganado
con sus buenas acciones y sus zalamerías, y la traición
de Agustín le dolió como una puñalada.
Durante varios días nadie se atrevió á mirarle
frente á frente. Como que los pasó el hombre hablando
solo, mordiéndose los pulpejos, peleando con
su sombra y sembrando el aire de amenazas que metían
miedo.
Al fin y al cabo, como no hay temporal que no
amaine, tornaron las aguas al río, y
—No llores más—dijo bruscamente una tarde á la
muchacha,-no llores más. ¡Lástima que á un parral
tan gracioso le haya caío la ceniza! Y to por ese
zanguango que no vale lo que un jálito de tu cuerpo;
en fin, á lo jecho, pecho; yo le pondré á ese mozo
cuatro letras que le van á picar más que un pimiento
chirle; eso ha sío un sacrilegio; tú debías haber estao
pa él más sagrá que la Virgen en la ermita. Ha
escupío á lo alto y á tos mos ha llenao la cara e saliva;
pero lo que él ha ensuciao sa menester que lo
lave, y lo lavará, ¡vaya si lo lavará!, jasta que te
deje otra vez más blanca que la flor del armendro.
La carta á Agustín fué motivo de grandes discusiones.
¿Quién la iba á escribir? Ninguno de los de
casa se atrevía á llevar á cabo obra de tales magnitudes;
tampoco era cosa de poner á un extraño al
corriente de lo que ocurría; el mal grano se muele
en molino propio. Unos opinaron que el señor cura,
otros que el maestro, otros que el arzobispo de Sevilla; pero cuando ya todos se desesperaban ó, mejor
dicho, votaban por el primero, el Sr. Juan se dio
en una pierna un manotazo capaz de truncar una pirámide
y murmuró con aire de triunfo:
—Ya sé yo quién la va á escrebir sin que se entere
naide.
Y sin exponer la idea concebida, retiróse á descansar,
para á la mañana siguiente, cuando aún las estrellas esmaltaban el azul, coger el jaco y salir con
dirección á Málaga.
Apenas hubo soltado, ya en la capital, en el parador
de San Rafael, especie de Hotel Roma para los
próceres de Iznate y Alfarnatejo y otras parecidas procedencias, apenas hubo soltado el jaco, repetimos,
se dirigió y metióse en uno de los portales de
memorialista de los varios que aún viven en la ciudad
bravía de las doscientas tabernas y una sola
librería, á expensas de soldados amantes, criadas
enamoradas y labriegos sin acepillar.
El memorialista, un viejo obeso, pulcro, sonriente,
con gafas de oro, calva medio cubierta por un gorro,
color sano, bigote encanecido y mirada maliciosa,
hízose pronto cargo de aquel mal negocio, y después
de acariciarse durante algunos instantes con el extremo
de la pluma las mejillas, con aire grave y meditabundo
dio comienzo al trabajo en hermosos y clarísimos
caracteres.
Cuando hubo terminado, leyó para sí lo escrito
con gran atención, ultimó con algunos acentos, puntos
y comas la inspirada página, y después, volviéndose
con aire de docta suficiencia hacia el Sr. Juan,
dio lectura en alta voz á la carta, que era una filípica
capaz de conmover, no ya á Agustín, sino á la mismísima
roca Tarpeya.
—Mu rebién que está eso; ¡pero mu requetebién!
—¿Y quién firma?
—Ponga osté: Tu padre.
—Hombre, siempre se pone, el nombre de pila.
(Se continuara)
1 comentarios:
Siempre había oído eso de "Málaga, ciudad bravía de las doscientas tabernas y una sola librería", pero no sabía que la escribió mi bisabuelo. ¡Qué bonito este capítulo , habla del Hotel Roma, del Parador de San Rafael, y de los memorialistas…!
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