Publicada en La España moderna (Madrid). 1/5/1897, páginas 130-135.
El Sr. Reyes, autor de Cartucherita, no es como el señor Macías, un novelista primerizo, digámoslo así. Mas para el público de Madrid como si lo fuera, pues sus anteriores obras han llamado poco la atención, exceptuando, si acaso, la colección
de poesías titulada Desde el surco.
Cartucherita, puede decirse que ha sacado á este escritor de
la obscuridad. Pocas veces han sido tan generales y calurosos
los elogios de la crítica periodística á una obra, cuyo autor era el día antes desconocido, ó poco menos.
A este buen éxito (que puede calificarse de extraordinario)
de la novelita del Sr. Reyes, parece verosímil que haya contribuido,
entre otras causas, la especial manera de ser de la
prensa, á la cual no se sustraen en absoluto los literatos que colaboran en los periódicos, aunque no sean periodistas profesionales.
El tratarse de una novela andaluza y de torería, también
puede haber ayudado algo, como luego explicaré.
La prensa tiene la pasión del descubrimiento. Inventar algo, en el sentido primitivo y etimológico de la palabra, y aun en el
otro más usual y corriente, es uno de los fines naturales de la
actividad periodística. Obligados á informar al público, los
periódicos tienen que inquirir, y aspiran á descubrir las cosas
más varias. Ya es la materia de la invención (ó hallazgo)
el pensamiento secreto que tiene sobre algún asunto de Estado
el Presidente del Consejo de ministros; ya las opiniones de
una tiple ligera sobre el desnudo en el teatro. Alguna vez, para variar un poco, y á manera de paréntesis, entre el descubrimiento
de un plan de guerra y el de una irregularidad administrativa,
descubren los periódicos un portentoso niño de nueve años que ha escrito un drama en tres actos y epílogo,
con ortografía y todo, ó un pastor de cabras, que se trae á la
corte un tratado de metafísica, original y en verso libre. Cuando
no se tiene á mano uno de estos fenómenos intelectuales,
se descubre, á falta de cosa mayor, algún poeta nuevo, alguna
Malibran en ciernes ó algún Fortuny en estado de canuto.
Al afán de novedad de los periódicos, á su tendencia á ver
las cosas desde el punto de vista del suceso, de la información
en letra de molde, únese cierta rutina, cierta limitación de horizontes
y cierta solidaridad profesional, que hace que, lo que
principalmente interesa á cada uno de estos órganos de publicidad,
sea lo que discuten y dicen sus congéneres.
En gran parte, los periódicos, aunque parezca que se escriben para el público, se escriben para los periodistas. Son una
conversación, y á veces una disputa, entre los diferentes papeles
públicos, los cuales, por ese espíritu de solidaridad que
les une, se imitan unos á otros, cuando no en los juicios ó en
la forma de expresarlos, en la elección de asuntos.
Casi todos los periódicos tratan de idénticas materias, aunque
cada uno discurra sobre ellas según su particular criterio.
Se crean su mundo especial, el mundo de la prensa, en el cual
están enclavados sus tópicos, y basta que uno de aquellos enuncie
un nuevo tema ó saque á luz una nueva noticia, por frívola
é insignificante que sea, para que le sigan otros varios,
si no todos, que es lo más frecuente. Cualquier desatino lanzado
por algún periódico, tiene grandes probabilidades de circular
por toda la prensa, ó de ser discutido y tomado en consideración
por ella. En París hubo un burlón que hizo célebre
su pseudónimo de Lemice Terrieux, enviando á los periódicos
todo género de invenciones, que casi siempre insertaban
aquellos con la mayor formalidad. Bastaba que cayese uno en
el lazo, para que los demás le siguieran dócilmente, como carneros.
Aquí no hemos tenido, hasta ahora, un Lemice Terrieux,
pero los periódicos se copian unos á otros, tanto ó más
que los de Francia.
Estos hábitos y propensiones de la prensa han contribuido,
á mi juicio, á que se dé tanta importancia á la novelita del señor
Reyes. Apenas si han hablado los periódicos de Los Majos
de Cádiz, novela andaluza del Sr. Palacio Valdés, bastante
mejor que Cartucherita (lo cual, en verdad, no tiene nada de
extraño, por ser Los Majos obra de un novelista ya formado y
de los mejores de España). Verdad es que el Sr. Palacio Valdés
está ya descubierto y no constituía una novedad que brindar
al público.
El Sr. Reyes ha tenido la fortuna de que algún literato distinguido se fijase en su obra y la juzgara con benevolencia.
Y, poco á poco, Gartucherita por arriba, Cartucherita por abajo,
casi se ha dado á la publicación de esta obra proporciones
de acontecimiento literario, hasta que ha venido la reacción, representada por dos excelentes artículos del bachiller Francisco
de Estepa, cuyo nombre viene que ni pintado al caso,
puesto que le ba correspondido el papel de Tío Paco, encargado
de rebajar un poco lo que se había aumentado tan sin
medida.
No es que Cartucherita carezca de mérito. Es, á la verdad,
una obrita muy aceptable, una nota de color, un cuadrito de
género andaluz, de colores vivos y alegres, que se ve con agrado;
pero no pasa de ahí. No es una obra literaria de verdadera
importancia como Paz en la Guerra, por ejemplo. Los personajes
de la novelita del Sr. Reyes no tienen nada dentro, son completamente
vulgares, no hay en ellos más que color local.
El asunto de esta novela habrá contribuido también á su
buen éxito. Las costumbres andaluzas interesan más que las
de otras provincias al público madrileño. El flamenquismo ha
hecho que lo andaluz pase de provincial ó regional á nacional.
En este sentido, Andalucía es la región que da el tono en España.
Las demás provincias las conocen sus naturales: Andalucia
es popular en todas partes, al menos en lo que tiene de
pintoresca, de alegre, de comunicativa. Es la tierra de los toreros,
de las mujeres más graciosas, de los cantares más sentidos,
del mejor vino; de todo lo que en primer término se aprecia
y admira en España. Para los extranjeros, español es sinónimo
de andaluz. Exageran, sin duda, pero no andan del todo
descaminados, si se tiene en cuenta el predominio de los gustos
y costumbres de aquella comarca.
En Cartucherita sucede lo contrario que en La Tierra de
Campos. El efecto del conjunto es superior al efecto de las
partes, consideradas aisladamente. La acción está desarrollada con soltura y facilidad. Pero las pasiones y la manera de sentirlas
los personajes son vulgares, y la psicología de estos es verdaderairiente elemental. Lo mejor que tienen, y lo mejor
también de la novela, es el lenguaje popular que el Sr. Reyes,
les hace liablar con mucha naturalidad y colorido. El bachiller
Francisco de Estepa ha puesto también algunos reparos á
este aspecto de la obra; pero aunque es muy probable que estén
justificados, creo que la reproducción del habla andaluza
tiene en Cartucherita la suficiente exactitud para producir el
efecto que busca el novelista.
Lo peor es cuando habla éste y callan los personajes. Entonces
el estilo es ampuloso é hinchado como él solo; verdadero
estilo de novelista por entregas.
Véanse algunas frases como muestra:
«La rectitud de su alma (la del torero Cartucherita) recobraba
sus sacratísimos derechos.» Lo que quiere decir, en plata,
el novelista, es que á dicho sujeto se le hacía muy duro
corresponder á los beneficios de su protector, convirtiéndole en
marido burlado, ó lo que pensaría el diestro, elevándole á la
categoría de un Miura ó un Veragua.
Estos escrúpulos son al cabo ineficaces, y entonces, según
el autor de la novela, «el placer se estremeció ante su propia
grandeza y el delito ante su irresistible pujanza». Mucha hipérbole
es ésta para un lío entre un torero y una flamenca. Si
se tratara de alguna aventura entre una dama romántica y un
poeta melenudo, la frase, cursi y todo, podría pasar.
A la impropiedad y desproporción de las frases se une en
muchos casos la de los vocablos. Hablar, v. gr., de brusquedades
exóticas de un torero (que no tiene nada de exótico), es
tratar con demasiada libertad al idioma.
Por último, el desenlace de la novela, que sería lógico... hasta cierto punto, si no hubiese lugar á que «el delito se estremeciese», como dice el autor de la novela, esto es, si Clotilde
y Cartucherita no se la pegasen al pobre D. Lorenzo, no
se explica bien después del triunfo amoroso del torero. Verdad es que el lector se queda sin saber á punto fijo si la catástrofe
es un accidente ó un suicidio.
Lo único positivo es que es una salida para el novelista,
una solución ó un recurso que se le presenta para terminar su
historia.
E. GÓMEZ DE BAQUERO
4 comentarios:
Bueno este señor yo creo que no le gustaba nada nuestro poeta andaluz, nuestras costumbres, nuestro habla peculiar. Probablemente los críticos fueron benevolentes con Arturo pero si no hubiera sido una buena obra quizás hubieran callado, "el que calla otorga".
Tras leer la crítica tan negativa sobre el maalgueño, pienso que a este señor no le gustaba que cuando se hablara de España se pensara en Andalucía. Nuestra tierra de la que tenemos que sentirnos orgullos@s!
Pepa, el final del siglo XIX es un momento crucial: estamos perdiendo las colonias y no pocos intelectuales (Unamuno entre ellos) ven en el abandono del casticismo y la apertura a Europa como el remedio contra la decadencia española.
Posiblemente, Gómez de Baquero, que fue un crítico muy reconocido en su época, fuera partidario de esta opción y por eso se ensaña con Cartucherita.
Gracias de nuevo por tu comentario.
Nunca había oído hablar sobre este crítico literario. Sin embargo Unamuno realizó una crítica sobre Arturo Reyes muy bonita y emotiva. Cuando la encuentre os la enviaré. Saludos y gracias a vosotros por vuestra fantástica labor.
Pepa, sería estupendo contar con la crítica de Unamuno.
Muchísimas gracias por tu apoyo y por tus comentarios.
Felices fiestas.
Publicar un comentario