Publicado en La Época el 18/1/1898, n.º 17.104, página 2.
Entre otros méritos que encuentro en El lagar de la Viñuela, es uno de los principales el de no ser reflejo
de lecturas ni de prejuicios de secta literaria, sino producto de observación directa de la vida.
En España, y muy particularmente entre la juventud, domina el elemento libresco. Más que estudiar
por sí mismos la naturaleza, los escritores jóvenes de
nuestro país buscan su inspiración en la lectura de libros, casi siempre franceses. Arturo Reyes no es de
aquéllos: enamorado de la hermosa tierra andaluza,
su patria, conociendo el carácter, las costumbres y el
lenguaje de los hijos de Andalucía, sintiendo y pensando como ellos, el autor de El lagar de la Viñuela
es de los escritores que saben trasladar á sus libros pedazos de la realidad.
La historia que cuenta Reyes en su novela es sencillísima, lo que no estorba, antes favorece á su fuerza
dramática; la acción se desprende lógicamente de los
caracteres y de las circunstancias del medio ambiente; no lleva el autor á los personajes á trancas y barrancas; van ellos por su pie, arrastrado cada cual por
sus inclinaciones ó por el impulso avasallador de la
pasión. El cambio que experimentan los sentimientos
de Dolores, lejos de ser un defecto contra la integridad del carácter de la protagonista de El lagar de la
Viñuela, es, en mi concepto, prueba de la intuición
psicológica de Reyes.
Un escritor vulgar hubiera hecho de la apasionada
muchacha una especie de Isabel de Segura rústica,
esperando á su gentil galán día y noche, sin pensar
en otra cosa que en la vuelta del mancebo. Esta inquebrantable firmeza de las grandes enamoradas tiene, por desgracia, frecuentes excepciones, y la Viñuela es una de ellas.
Bien mirado, la evolución de sus inclinaciones no
puede ser más lógica. Cometida su falta en un momento de olvido, ó más bien de sorpresa, necesariamente ha de sentir hacia el ausente, que al partir la
deja sumida en la ignominia, algo que ensombrece sus
amores. Pasa el tiempo, y la moza ve constantemente á su lado á Bernardo, vigoroso, gentil, honrado, respetándola como se respeta á la Virgen del altar, rodeándola de tiernas atenciones, defendiéndola con
bríos contra los ataques de la murmuración. Durante
cinco años, el mismo techo cubre á los dos jóvenes, los
mismos trabajos los juntan á todas horas, las mismas impresiones los rodean. Son dos almas que vibran al unísono; primero los une sentimiento fraternal, después este sentimiento va transformándose en
vagos deseos, en amor inconsciente, en atracción poderosa que al cabo se convierte en pasión violenta,
tanto más fuerte cuanto más contenida está por los
sentimientos de honradez y de lealtad de los dos enamorados.
Podrá lamentarse que las mujeres no sean semejantes á estatuas de mármol, que conserven siempre la
misma postura moral, como las esculturas guardan invariable actitud; pero si el corazón humano
está sujeto á las oscilaciones con que la pasión le agita, si en el caso concreto presentado por el Sr. Reyes
son tantos los estímulos que influyen sobre el alma
de la Viñuela, ¿podrá con razón tacharse de ilógico el
cambio de la hermosa andaluza?
Lo más hermoso de esta historia de amor es la lucha
que entre el deber y el deseo se traba en el corazón de
cada uno de los amantes, lucha de la cual se ven brotar las tremendas angustias en el breve diálogo, único de amor, que media entre Bernardo y Dolores.
Aunque no tuviese El lagar de la Viñuela más bellezas que las de esta escena, bastaría ella sola para acreditar á Reyes de verdadero artista.
Y empleo la palabra escena, porque, en efecto, el
elemento dramático domina en todo el libro; tanto es
así, que con poco esfuerzo podría convertirse la novela en obra de teatro.
¡Qué hermoso también el cuadro en que el autor
pinta á Bernardo dormido y á Dolores entrelazando
las ramas del árbol á cuya sombra descansa el zagal
para defenderle de los rayos del sol!... Este delicado
idilio me recuerda los hermosos episodios de Mireya;
y ya que acabo de escribir el título del famoso poema
provenzal, he de decir que á la novela de Reyes son,
en mi concepto, perfectamente aplicables las siguientes frases que Barallat y Folguera, traductor del
poema de Mistral, escribe en el prólogo de Mireya: «Es
un repertorio de la flora, de las costumbres, de los
modismos, de todo lo que constituye la vida de un pueblo trabajador y artista.»
Yo no sé si los modismos que emplean los personajes son los que usan los habitantes de la región en
que figura la novela; ignoro también si la copia de
las costumbres es rigurosamente exacta. De todos
modos, el color de la novela tiene verdad relativa bastante para justificar el adjetivo de andaluza conque
el autor califica á su novela.
No sería tarea muy difícil encontrar en El lagar
de la Viñuela tal cual defecto, como, por ejemplo, lo
borroso de la figura de Agustín, cierto estiramiento
de la acción que quizá habría ganado en fuerza
siendo más concisa, y excesiva abundancia de diálogos...; pero estos defectos ni amenguan el interés
del lector, ni perjudican al buen nombre que alcanzó
Reyes con su libro Cartucherita, ni, finalmente, defraudan tampoco las esperanzas que á los amantes de
la literatura hizo concebir la publicación de aquella
novela.
ZEDA.
1 comentarios:
Estimado Angel: Vaya curro os estais dando. Ánimos por el trabajo bien hecho. Me ha encantado también esta crítica de alguien (¿Zeda?) que no conocía nuestra tierra pero que se sentía identificado con este libro tan malagueño.
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