Publicado en: Por esos mundos (Madrid). 1/3/1910, página 3, a 6
—Oiga usté, señó Pepe, ¿no ha venio entoavía por aquí Joseito el Cabritero?
—¿Cómo va á venir ese gachó esta noche! No ves tú que el probe estará reponiéndose del susto que le dio esta tarde Periquito el Lebrijano.
—¿Pero qué es lo que le ha pasao con ese que usted dice al Joseito?
—¿Pero de aónde viées tú, guasón, que no te has enterao?
—Pos de la fragua, ¿no ve usté que vengo cuasi vestío de etiqueta?
Y al decir esto invitaba el recién llegado con los ojos y el ademán al tabernero para que éste mirase cómo en lugar de las galas domingueras lucía el tiznado pantalón azul y la no menos tiznada chamarreta del trabajo.
—Pos es verdá, chavó, que viées más resucio que un tintero.
—Cayó ayer una chapuza pa hoy, y como el maestro está maluchillo...
—Entonces ya me explico que no sepas lo que ha pasao.
—Pero ya estoy que rabio porque usté me lo diga.
—Tú sabrás que Pepillo el Cabritero anda medio de empalme con Isabelilla la Petaquera.
—Naturalmente que lo sé; como que están en relaciones desde que él se vino de Cáiz.
—Pos bien, según parece, esta tarde diba Joseito con Isabel y la señá Rosario dando un paseo por el Arroyo de los Angeles, y como hay días en que se alevanta uno con el santo de espaldas, pos el Joseito tuvo la mala suerte de tropezarse con Pedro y con el compadre de éste, Curro el Tunela, que diban porteando cá uno un garrafón por lo menos que se habían bebío en cá del señor Paco el Chinche, que lo que vende es petrólio; y como el de Lebrija no puée beber más de dos copas, porque en cuantito bebe más de dos ya está pidiéndole el cuerpo al hombre que le toquen cualquier cosita de su gusto pa salirse por peteneras, y como tú sabes que la novia del Joseito tiée una cara que es un pasmo de bonita...
—Como que es la gachí más regraciosa de las que ven las estrellas—exclamó Antonio con acento ponderativo.
— Y también sabrás tú, porque la pasión no quita conocimiento, que el Joseito es más manso que una paloma zurita.
—Eso será según y cómo, camará, que cuando el Joseito se arranca es más peor que un balazo.
—Déjate tú de balazos—exclamó el dueño de la taberna—el Joseito es un probetico incapaz de pelear con una avispa... ¡Si conoceré yo al mozo desde que se vino de Cáiz!...
—Bueno, pos supongamos lo que usté quiera y acabe usté ya de una vez—exclamó Antonio, que se sentía atormentado por la impaciencia.
—Bueno, pos lo que pasó fué una cosa esaboría: que la muchacha se diba tomando unos caramelos que le había regalao Joseito y que al Pedro le dió la malita picá que á él le da algunas veces, y se llegó á la muchacha y le dijo que era menester que le diese el más dulce de toitos los caramelos que llevaba en su faltriquera.
—¿Y qué fué lo que hizo entonces el Cabritero?—preguntó como asustado el de la fragua.
—Pos el Cabritero, que seguramente vió el turbión que se le avecinaba, tiró por la calle de la pruencia y le dijo á Isabel que le diera á Pedro lo que Pedro le pedía; pero como el Pedro lo que diba buscando era armar una de las suyas; pos el hombre se encaró con el Joseito, diciéndole que no necesitaba él que nadie autorizase á la Petaquera pa que la Petaquera le diese el caramelo que él le había pedío; total, que sin venir á cuento, el Lebrijano alevantó la hermana de la dizquierda, y... ná, no te asolibiantes, hombre, no te asolibiantes, que no pasó ná, sinó que varias presonas que había allí, se metieron por medio y sujetaron al Perico, y Joseito siguió su paseo con su Isabel y con su madre por el Arroyo de los Angeles, comiéndose sus golosinas.
Antonio que había escuchado con aire meditabundo al tabernero, una vez que este hubo puesto fin a su relato,
—¿Pos sabe usté—dijo—que es una mala faenita la que se ha cargao el de Lebrija y milagrito será que no le salga á ese gachó la faena por un ojo de la cara?
—¡Pero es que tú crees!... vamos, hombre no delires! ¿Tú sabes quién es el Lebrijano?—exclamó, encogiéndose desdeñosamente de hombros el tabernero.
—¡Vaya si lo sé! El Lebrijano es de pino pintao de ácana, y Joseito es de ácana pintao de pino.
—Pos que no te oiga decir eso el de Lebrija, si no quiées tú tener que estár oliendo á árnica por lo menos tres semanas.
—¿Y sigue viniendo aquí toas las noches ese tigre hircano?—le preguntó con acento zumbón al de la taberna, el amigo del Cabritero.
—Vaya, sin faltar una. Toas las noches viée con el Tunela á jugarse la convidá y á ponerse de mó que puée hablarle de tú á la Divina Sabiduría.
—Y dice usté que cuando esta tarde se metió el Pedro con el Joseito, diba con el Tunela?
—Cómo que el Tunela fué el que se metió por medio y el que consiguió que se tranquilizara de pronto el Perico, con cuatro cosas que el hombre le dijo; como que si no es por él, á estas horas está encamaó el Cabritero.
—Ya me extrañó á mí que el Tunela hubiera consentío en que un amigo que tanto estima se metiera con Joseito, sabiendo como sabe mú bien que el Pedro no son más que plumas las que se trae debajo del ala, como se sabe también de memoria que el otro ahí aonde usté lo vé que parece que está siempre embarsamao, fue el que en Caiz le quitó el cartel á Tomasito el Anclote.
—Vamos, hombre—dijo con expresión incrédula el señor Pepe el Matute—¡que fué Joseito el que le quitó en Cáiz la bandera á Tomasito el Anclóle!
—Cuando yo se lo digo á usté es porque es la fija lo que yo le digo y si no ya verá usté como lo de esta tarde trae más cola que una cometa, y tan lo creo yo asin que no me voy á comer á mi casa, sino que va usté á jacer el favor de traerme cuatro anchoas y cuatro aceitunas y cuatro de solera, que no
me voy ya de aquí hoy hasta después de haber platicao con Pepillo el Cabritero.
II
Ya había dado fin Antonio á las anchoas y á las aceitunas y á los cuatro casi algibes de montilla que el señor Pepe el Matute le hubo de servir, cuando penetró en el hondilón el de Lebrija acompañado de su lugarteniente Curro el Tunela, el cual, al penetrar en el establecimiento arrojó á su alrededor una franca mirada escrutadora, mientras su amigo hacíalo á hurtadillas y como lleno de intranquilidad
que turbaba su pecho al acordarse, sin duda, del acto realizado por él aquella tarde con Joseito, al que de modo tan equivocado juzgara antes de que su lugarteniente lo pusiera al tanto de las proezas llevadas á cabo por aquel en Cádiz, sin jactancia.
Pronto fue llenándose el hondilón de parroquianos, algunos de los cuales, los más ternes y jacarandosos del distrito, sentáronse á la mesa del de Lebrija interrogando á éste entre risas y jácara respecto á la hazaña realizada por él aquella tarde con el novio de Isabel la Petaquera.
La entrada de Joseito en el hondilón hizo enmudecer bruscamente á la mayor parte de aquellos, palidecer á Perico y á Curro é incorporarse á Antonio, el cual gritó disponiéndose á cerrarle el paso al primero.
Vente pa acá chavó, que jase ya dos horas que te estoy esperando.
Joseito no representaba más de veintitrés á veinticuatro años y era de cuerpo enjuto y elegante, de rostro fino de sonriente y dulce expresión, de serenos ojos azules y de pelo rubio y sedoso, que le caía en revueltos mechones sobre la tersísima frente.
—Adiós, Antoñuelo — dijo Joseito acercándose á su amigo; y ya á su lado paseó tras estrechar la mano que aquel le tendía, una mirada apacible por entre la brillante concurrencia.
—Pos ya tenemos ahí el novio de la Petaquera!—dijo guiñando maliciosamente un ojo al de Lebrija, Periquito el Alpargatero.
—Pos no pensé yo que viniera esta noche ese gachó—dijo sorprendido el señor Cristóbal el Ferrolano.
Pedro sonreía forzadamente, pero sus ojos delataban las hondas turbaciones que se enseñoreaban de su espíritu.
Joseito charló jovial y animadamente durante algunos minutos con Antoñuelo, y después, separándose bruscamente de este, avazó con reposada actitud y sin hurtar á sus labios la sonrisa, hacia el grupo acaudillado por Pedro, se acercó á éste y hurgándose en cortés alarde el ala del de rondeña estirpe, exclamó con voz sonora:
—Buenas noches, caballeros.
—Buenas noches—respondiéronle algunos de los próceres, entre ellos el de Lebrija, que procuró que su voz resonara bronca y amenazadora como un trueno precursor de las más imponentes tempestades.
Joseito contempló de hito en hito al Lebrijano durante algunos instantes, y
—¿A que no sabe usté á lo que yo vengo esta noche aquí?—le pregunto con voz casi acariciadora.
—No sé, como no sea que haigas vinio á traerme algún encargo...—le repuso Pedro procurando ocultar su emoción y sus temores.
—Pos mire usté, cuasi le traigo un encargo; porque lo que le traigo yo á usté es un
caramelo: un caramelo es lo que yo le traigo á usté pa que se endurce la boca.
—Pos mire usté, le agradezco á usté la mar la fineza —dijo el de Lebrija tomando el caramelo que el Cabritero le ofrecía.
—Es que yo tengo gusto en que se lo tome usté delante de mí, pa que en verlo gozar se recreen los ojitos de mi cara.
—Pos hombre, si á Pedro le gusta más un durce que una sardina á un minino—exclamó, procurando también ocultar sus inquietudes el Tunela.
—¡Vaya!—dijo Pedro— y echándose el caramelo á la boca, continuó:
—Pos venga usté toas las noches á estas horas, amigo, que esta es la hora en que más me gusta á mí ponerme la boca como la almíbar.
—Joseito clavó sus ojos en los de Pedro; pero sus ojos perdieron de pronto su vaga y serena expresión y fué su mirar apacible sustituido por una mirada acerada, fría, glacialmente amenazadora.
El de Lebrija, que empezaba á paladear el caramelo, se puso de pronto encendido como la grana, se crisparon sus dedos y una ráfaga de cólera indómita resbaló un punto por sus grandes ojos obscuros; pero los de Joseito parecían prometerle de modo tan elocuente y decidido algo tan terriblemente trágico, que hizo un esfuerzo poderoso y sonrió á Joseito, el cual, tras saludar á los allí congregados llevándose de nuevo la mano al ala del sombrero, se dirigió hacia donde le aguardaba inquieto y pálido su amigo, y diez minutos después, cuando va se hubo quejado el de Lebrija escoltado por su tan brillante séquito, exclamó el señor Pepe el Matute con acento zumbón dirigiéndose á Joseito y no sin mirar con expresión triunfante á Antonuelo:
—Has jecho mu requetebién con tirar por ese camino, porque ese Pedro es más malito que un cangro y más vale dar un embite que no que mos den una puñalá y nos manden al cimenterio.
Joseito que lo había escuchado, mirándole con expresión irónica al tabernero, se encogió de hombros, y
—Si que es mucho mejor dar un caramelo que no que mos den eso que usté dice.
—¡Vaya!—dijo el señor Pepe, y tras un instante de silencio, continuó:
— Bien podías darme también á mí un caramelo pa que yo me endulce la boca.
Joseito vaciló un instante, y tal vez no hubiese accedido á la demanda de señor Pepe el Matute, á no decirle Antoñuelo, con acento zumbón y sonriendo picarescamente:
—Anda, hombre, no seas roñoso y dale lo que te pie pa que se endulce tamién la boca como se la endulzó el Lebrijano.
Sacó Joseito del bolsillo de la chaqueta lo que el tabernero le pedía, y todavía, no había podido paladearlo casi, cuando, tras escupirlo violentamente.
—¿Pero qué es lo que me has dao tú a mí chavó, si esto es más amargo que la tuera?—exclamó, haciendo un mohín que estaba pidiendo á voces un fotógrafo.
—Pos mire usté, señó Pepe, yo le juro a usté que es de la misma familia que el que se ha tomao sin decir ni pío tan siquiera, ese león de Perico el Lebrijano.
Y mientras decía esto Antoñuelo, Joseito miraba al señor Pepe el Matute con candorosa expresión y con la sonrisa en los labios.
Arturo Reyes
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