(CONCLUSIÓN)
II
Lo que aquella mañana hubo de decirle la señá Pepa á Lola, trata á esta hecha un mar de confusiones y llegada que fué la hora en que Toñico solía ir á su casa á quedarse tonto de gusto, mirándola, salióse, como siempre, al patio, y sentóse junto al brocal del pozo, junto el cual solía sostener sus sabrosas pláticas con su fiel enamorado.
—Pero oye tú, Lola—le preguntó la señá Rosalía, la casera, con voz llena de retintines—, ¿es que esta noche no tié mejor empleo en la ventana tu presonita graciosa?
— Eso será sigún lo que me pía el cuerpo— repúsole aquélla con acento malhumorado.
—Pos Joseito el Cartujano es quien lo dice; él es el que dice á tó el que lo quiere oir que esta noche viee á las diez á tu reja, pa tratar contigo de las primeras amonestaciones.
—Eso será sigún y cómo ¿verdá tú, Olores?—preguntó á ésta el tío Paco el Cenachero; y al ver que ésta no le contestaba, continuó:
—La verdá es que yo tampoco sabría por que camino tirar, y yo en el pellejo del Cartameño, armaba un jollín que había de soñar más que un retrato.
Pronto se generalizó la conversación entre los vecinos, y ya empezaba á sentirse cansada Dolores, cuando penetró en el patio Toñico el Catameño, el cual, con el sembrante triste y contraído, después de saludar á la concurrencia con voz sorda, dirigióse á Dolores, cogióle bruscamente una mano, la contempló con angustiosa ansiedad, con una mirada toda pena, toda súplica, toda amor y preguntóle con voz trémula, con voz casi asustada y tan apagada que no pudo ser oída más que por Dolores:
—¿Es verdá, Olores, lo que me acaban de decir? ¿Es verdá que vas á dejarme por uno al que le dicen Joseíto el Cartujano?
Dolores contempló á Antonio con mirada cobarde, y repúsole, procurando sonreir, y con acento tembloroso:
— Y ¿quién ha sío el malita sangre que te ha dío á ti con esa mala noticia?
—¡Qué importa quien haiga sío!... uno... y, ¡camará si me dieron tentaciones de matar al que me lo dijo; Pero aluego recapacité, y como yo comprendo que yo no me merezco que tú seas pa mí, me dije: puée que sea verdá... puée que no me quiera... puée que quiera á ese otro, y si ella quiée á ese otro, y si ella quiée á se otro, peirle que deje de quererlo sería como él me dijieran á mí manque me lo dijieran el rey en presona, que dejara yo de querer á la que es aún más que el agua que bebo, y que el aire que respiro.
—Pos ¡no he de quererte yo á ti, Toño!¡No he de quererte yo á ti, mi Toño!—exclamó Dolores, á quien más que las palabras, el acento vibrante y hondo, y casi sollozante de aquel empezaba á lastimar el corazón y á despertar la conciencia.
—Sí, ¡si yo no digo que no me quieras!.... ¡no dijo que no!... tú me querrás, pero como se quiée á un amigo... á un amigo... ¡qué pena más grande Dolores, qué pena más grande! Yo, desde jace mucho, muchísimo tiempo, no he pensao en nadie más que en ti; tú has sío siempre el rosal que me ha llenao el alma y el pensamiento de flores; cuando tenía un pesar, una duquita de muerto, pensaba en ti y se me orviaban mía [ilegible], cuando me dolía el cuerpo de tanto trabajar día y noche, decía yo: "Anda y paese y rómpete si sa menester, cuerpo mío, que es por ella y pa ella lo que sufres y lo que paeses, que es pa juntar pa que á ella no le farte naita, pa que tenga gloria que se le antoje"; y yo trabajaba y trabajaba, y juía de los amigos y no pisaba una taberna, y á juerza de suores y de fatiga tenía ya, sin que la tierra se [ilegible] las plumas pa fabricar mi nío aquí do pensaba en dicirle Mía [ilegible] pa tí tiées mi corazón y mi [ilegible] temblaba si es que tú los quieres creía haber ya tó de alegría... cuando...[ilegible] ganso de gloria [ilegible] Toñico el Cartameño y una y negrísimas pestañas.
Dolores vió aquella lágrima, vió aquella lágrima, vió á Toño [ilegible] brutal y rabiosamente los ojos [ilegible] puños cerrados, y [ilegible] se le incorporó en el alma, y
—Pero, ¿quién ha sío el remardita sangre que te ha dicho á ti, que yo no quieo pa mí tu nío y tu corazón? ¿Quién ha sío el que me ha alenvantao ese farso testimonio?
Y una hora después mientras Toño el Cartameño, radiante de [ilegible] veíase retratado en las anchas pupilas de Dolores, y el Cartujano alejábase aburrido y desesperado, de la calle cansado de lucir el garbo de su persona por delante de la cerrada reja de la mujer en [ilegible] las vecinas seguían cuchicheaban animadamente en pintorescas agrupaciones y la señá Pepa y el señó Frasquito, [ilegible] en el umbral de su sala y bañados en luz de luna, recordaban, sin duda con melacólica vaguedad, al contemplar á Toño y á Dolores, su ya bien remota juventud, y sus muertas alegrías.
Arturo Reyes
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