Publicado en La Época el 9/8/1910, n.º 21 479, página 2.
¿Por qué la mayor parte de los prosistas, cultivadores de distintos géneros literarios, publican su correspondiente libro de versos?
El hecho es indudable: aun los infanzones ó hijosdalgo de la literatura, aun aquellos que, como Menéndez y Pelayo y Unamuno, dedican sus talentos á la crítica ó la filología, nos regalan alguna que otra vez alma y oídos con poesías de una exquisitez horaciana. Raro es el escritor que no ha hecho versos en sus mocedades ó en su decadencia, porque también el ocaso de la vida tiene, como la juventud, nostalgias, desengañes y aun ilusionas que cantar; lo que sucede es que para el poeta de verdad todo es poesía, y para quienes lo son incompletos vibra tan solo una determinada cuerda.
Menéndez y Pelayo, por ejemplo, al sentir con intensidades nada comunes la poderosa belleza de la lírica greco latina, escribe en clásico. El goce supremo que siente al recoger en los libros los efluvios de la humana sabiduría, díctalo poesías llenas de unción y rendimiento hacia los patriarcas del arte y de la ciencia.
Arturo Reyes, familiarizado con los sentires andaluces; amante de aquel cielo incomparable, al que se agravia llamándole hermoso; conocedor de las añejas tradiciones morunas; saturado de las castizas gallardías de los romanceros, no pudo sustraerse á la sugestión de escribir renglones cortos, que tradujeran las distintas impresiones de su espíritu.
Así, en el libro Béticas, que acaba de editar — primorosamente, por cierto—, predominan los romances, género español por excelencia, que como ningún otro préstase á derrochar hipérboles, gritos de pasión, hidalgas confesiones de amor, caballerescas gallardías, fluidez incomparable de lenguaje.
«Evocación» parece que se ha copiado de un antiguo «Romancero», y como esa composición tiene varias, porque Reyes construye muy bien los romances, género literario al parecer fácil de hacer, pero que á la legua delata quién sabe hacerlo y quién no. Se necesita para ello estar saturado de lecturas de rancio casticismo, y conocer á fondo la historia de España y la civilización medioeval hispano arábiga.
Ossian, el falso poeta que tanto hizo desvariar á los nuestros á mediados del siglo pasado, no hubiera escrito mejor composiciones como las que titula Reyes «En el Desierto» y «Oriental». Todo lo que se relaciona con la guapeza, la donosura, la historia de Andalucía, inspira hermosos versos al autor de Cartucherita; léanse, por ejemplo, las composiciones «Acuarela» y «Sangre mora»: no puede pedirse mejor interpretación de las profundas pasiones que caldea el sol andaluz.
Es hermosa la sentida «Plegaria», dirigida á la Virgen por aquella joven que acaba de nacer al amor, y que desea justificar sus quereres ante la excelsa Señora, diciéndola:
«Sufre, y lo sigo... Madre, perdona;
mas son mis besos las golondrinas
que han de librarlo de las espinas
de su corona.»
Pero, aunque Arturo Reyes titula su libro «Béticas», intercala composiciones de diferentes tendencias y estilos, como «Pasa», que recuerda las punzantes ironías de Heine; «Despierta», un canto al verano, de un lirismo zorrillesco; «En Jimera de Libar», sextillas que pudiera firmar un Núñez de Arce, en las que canta sus amores y desengaños un mozo juncal que
«desemboca en el sendero,
sobre una yegua ensedada,
digna de ser retratada
por Moreno Carbonero.»
En resumen: aunque el novelista me parece superior al poeta, los versos que Arturo Reyes recoge en su libro Béticas deleitan y son dignos de su irisada inspiración .
Levantino.
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