Publicado en El Imparcial (Madrid. 1867). 16/1/1911, página 3.
La Academia española ha propuesto este año para el premio Fastenrath á dos escritores que gozan de buena y merecida fama: Ricardo León y Arturo Reyes. Esta distinción académica renueva la actualidad de los últimos volúmenes que han dado á la imprenta uno y otro escritor. Ricardo León ha publicado hace, poco una nueva novela: «El amor de los amores» y antes «La escuela de los sofistas», recopilación de diálogos filosóficos ó filosófico poéticos. De Arturo Reyes he leído recientemente la colección de poesías que lleva por título «Béticas».
Es posible que la Academia, al otorgarles esa recompensa ó al proponerles para ella, haya tenido en cuenta, no sólo los libros últimos que acaban de citarse, sino también el conjunto y suma de la labor realizada por Ricardo León y Arturo Reyes. Puede premiarse una obra singular, que vigorosamente se destaque de entre las que son sus compañeras en el tiempo y puede y debe premiarse también, con ocasión de algún libro estimable, la obra entera de un escritor, el esfuerzo que ha consagrado á las letras. En mi humil[d]e opinión, los últimos libros de León y de Reyes no son de esas obras singulares que se elevan sobre la producción corriente de un literato, ni tampoco las más sobresalientes y acabadas que han escrito sus autores. Mas uno y otro tienen una personalidad en las letras contemporáneas que abona la elección de la Academia y la hace merecedora del aplauso público.
Ricardo León es un escritor nuevo, de reciente, pero justa y no improvisada fama, que no debe al lustre de una posición social ni al Compañerismo de la Prensa, sino á la perfección de forma con que apareció su primer obra importante: «Casta de hidalgos». En una época en que tanto abunda la literatura industrial, hecha de cualquier modo, siguiendo la inspiración del momento y los apremios del «pane lucrando», los libros de este joven novelista, donde se advierten una cuidadosa y paciente lima y una artística depuración del lenguaje, no podían menos de llamar la atención de los buenos aficionados á las letras. Hasta ahora no ha mostrado Ricardo León ser un novelista de poderosa vena creadora, de esos que arrancan á la realidad imágenes indelebles; pero merece ser considerado como uno de los más puros y elegantes prosistas castellanos de la nueva generación, y sus novelas están llenas de poesía, de delicadeza espiritual y de honradez artística. En Arturo Reyes, novelista, poeta lírico y cuentista, sobresale el don del color, que ha hecho de él un costumbrista incomparable del pueblo andaluz, lleno de jugosidad y de esa sabor de la tierra que, en marco más amplio y en obra más dilatada y sólida, han cultivado Pereda pintando la Montaña; Blasco Ibáñez, Valencia, y la condesa de Pardo Bazán Galicia, aunque los dos últimos, y especialmente la autora de «La Quimera», en quien esa nota local es un accidente, no sean sólo novelistas regionales. El huerto de Arturo Reyes es más pequeño; pero en su género ha escrito bellas y vivientes páginas, principalmente cuentos y escenas de costumbres en prosa y verso.
Ambos tienen un rasgo simpático común: el de haberse mantenido en el terreno del decoro del arte, sin hacer literatura celestinesca ni adular los gustos del público inferior.
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