Publicado en: Nuestro tiempo (Madrid). 1/1912, n.º 157, página 143.
No sé si lo he dicho ya alguna vez, pero no me importa repetirlo: que cada libro de este fecundo escritor es un nuevo y preciadísimo regalo literario.
Una de las cosas que más me admiran en Arturo Reyes es lo que pudiera llamarse inagotable variedad, dentro, generalmente, de la más perfecta unidad, de sus narraciones.
Sin ir más lejos, sus tres últimos libros son una demostración palpable de lo que digo.
De Andalucía, cuento; Cielo azul, novela; De mis parrales, cuentos, son tan hermanos como no es posible serlo más. Por sus asuntos, su ambiente, sus personajes, su estilo, el parentesco de estos tres libros no puede ser más estrecho y ostensible. Y, sin embargo, y á pesar de esto, distínguense perfectamente entre sí, cada cual con su personalidad propia bien acentuada.
Si al que no conociese ninguno de estos tres libros se le diera uno de ellos y se le dijese: «Leído éste, puedes imaginarte los otros dos», se diría una falsedad y se privaría al tal del placer de recibir muy gratas y muy nuevas emociones estéticas.
Y no hay contradicción alguna en todo esto, aunque pareciese haberla. Es un hecho. Que el hecho es raro, no hay duda, pero así es. ¿Su explicación? Yo no encuentro otra que el gran talento de Arturo Reyes, sus grandes dotes de observador, su gran temperamento de artista.
No sé si lo he dicho ya alguna vez, pero no me importa repetirlo: que cada libro de este fecundo escritor es un nuevo y preciadísimo regalo literario.
Una de las cosas que más me admiran en Arturo Reyes es lo que pudiera llamarse inagotable variedad, dentro, generalmente, de la más perfecta unidad, de sus narraciones.
Sin ir más lejos, sus tres últimos libros son una demostración palpable de lo que digo.
De Andalucía, cuento; Cielo azul, novela; De mis parrales, cuentos, son tan hermanos como no es posible serlo más. Por sus asuntos, su ambiente, sus personajes, su estilo, el parentesco de estos tres libros no puede ser más estrecho y ostensible. Y, sin embargo, y á pesar de esto, distínguense perfectamente entre sí, cada cual con su personalidad propia bien acentuada.
Si al que no conociese ninguno de estos tres libros se le diera uno de ellos y se le dijese: «Leído éste, puedes imaginarte los otros dos», se diría una falsedad y se privaría al tal del placer de recibir muy gratas y muy nuevas emociones estéticas.
Y no hay contradicción alguna en todo esto, aunque pareciese haberla. Es un hecho. Que el hecho es raro, no hay duda, pero así es. ¿Su explicación? Yo no encuentro otra que el gran talento de Arturo Reyes, sus grandes dotes de observador, su gran temperamento de artista.
0 comentarios:
Publicar un comentario