lunes, 13 de mayo de 2013

Reseña de Del crepúsculo


DEL CREPÚSCULO, por Arturo Reyes.

Un tomo de versos postumos del finado poeta malagueño. Contiene 94 inspiradas y brillantes composiciones, precedidas de un sentidísimo prólogo, tierno homenaje filial de su hijo D. Adolfo.

La edición ha sido costeada por varios amigos y admiradores del genial escritor, entre los que figuran el marqués de Casa-Loring, D. Narciso Díaz Escovar, D. Antonio Cánovas y Vallejo, D. Luis Armiñán, D. José Jurado de la Parra, D. Ricardo León y otras distinguidas personas. Precio de la obra, 3 pesetas.

Un libro póstumo


 Publicado en: La Época (Madrid. 1849). 30/12/1914, n.º 23.055, página 2.


POESÍAS DE ARTURO REYES

Con el título Del crepúculo se ha publicado un libro póstumo de poesías del ilustre novelista y poeta Arturo Reyes, tempranamente arrebatado á la vida, cuando su talento, en plena sazón, podía brindarnos aún muchas obras tan notables como Cartucherita, Las de Pinto, Cielo azul, Béticas y tantas otras producciones de aquel fértilísimo ingenio.
La piedad de un hijo, que para mejor honrar la memoria y el nombre del gran escritor malagueño es también un literato de mérito, y la generosa admiración de un puñado de amigos leales, ha dado vida  á este libro, rindiendo un tributo de cariño al poeta, y prestando un servicio digno de aplauso á las Letras, porque Del Crepúsculo es una de las más bellas obras de Arturo Reyes.
Forman el volumen cerca de cien composiciones poéticas, insipiradísimas todas, llenas de sentimiento y de ternura. La mayoría de esas composiciones nos da á conocer muchos secretos dolores y amarguras del poeta, y del hombre, que en ambos aspectos era todo corazón y bondad. Por eso reservaba Arturo Reyes esas poesías para que fuesen publicadas depués de su muerte.
Lleva el libro un sentido y bellísimo prólogo de Adolfo Reyes, el hijo del poeta. Se titula Mi padre, y es un verdadero acierto. 

Con más detenimiento nos ocuparemos de esta obra, que deben leer y guardar todos los amantes de la poesía. Hoy nos limitamos á dar esta noticia, y á ofrecer como muestra de las bellas composiciones el siguiente soneto:

A los mios.

Yo quisiera sufrir vuestros dolores,
con el mío fundir vuestro quebranto,
derramar por mis ojos vuestro llanto,
sufrir de vuestra suerte los rigores.
Dejar tan sólo en vuestra senda flores,
las que al triste vivir le dan encanto;
veros tranquilos caminar, y en tanto
sufrir vuestros más hondos sinsabores.
Esto quisiera, y á mi Dios le pido
que en mi cáliz escancie el contenido
del vuestro, que es lo que mi ser ansía;
mas que lo otorgue el corazón no espera
pofípie si por vosotros lo sufriera,
el dolor ser dolor no lograría.


La pobre vida del poeta



La pobre vida del poeta muerto está contada por su propio hijo en el prólogo Del crepúsculo, libro recién impreso, que algunos amigos generosos han costeado. Es una vida de dolor y de miseria. Leo azoradamente estas poesías de Arturo Reyes, escritas en las postrimeras fiebres, mientras la Muerte le rondaba y me parecen más hermosas que los lozanos frutos de su ingenio nacidos cuando el poeta, en  plena salud, lleno de optimismo y alegría, nos trasmite la reidora sensación de los floridos jardines malagueños, la dorada playa del Palo, los verdes cañaverales, los viñedos óptimos y el Mediterráneo azul... y, sin embargo, estas poesías amargas, en las que el desengaño y la resignación se funden en un solo sentimiento, no me interesan. Me interesa más la visión de aquel hombre agonizante, lleno de espíritu, que llama á la Muerte para que ponga término á los rigores del Destino:

«¡Morir, quiero morir, morir ansío!
¡Oh, Muerte, ven, y tu crespón sombrío
ciñe por siempre á mi congoja fiera!»

La gran reparadora no tardó en llegar. Murió Arturo Reyes, y el matiz desconsolador de su agonía nos recuerda cómo murió Bécquer y cómo tantos otros, que no tuvieron bastantes energías en la voluntad para dejar de ser poetas. Paladeando estas amarguras espirituales, nosotros, los que hemos domado en el periodismo todo afán lírico y hemos cohonestado la licitud de vivir de la Retórica aplicándola á los menesteres de nuestros conciudadanos, nos preguntamos si estas vidas precarias y estas muertes desoladoras no son el castigo que una sociedad utilitaria y positivista impone á la inutilidad de la Poesía. La Naturaleza sabrá por qué y con qué sustenta á las cigarras que alegran los rigores estivales... pero la Sociedad humana no ha llegado á percatarse de la necesidad del poeta lírico. Ni siquiera en un país de bajo nivel cultural como España, le pueden sostener á escote, los trescientos, cuatrocientos ó quinientos lectores capaces de sentir la divina emoción de una ideal sutil, vestida con las alas de oro y púrpura del ritmo y la rima. No; en España sólo se puede vivir de las formas más bajas de la Retórica y la Poética: de la oratoria, del artículo político, del teatro cómico. Los cultivadores de otros géneros y especialmente de la poesía lírica han de tener rentas propias, como Campoamor, ó agenciarse una cesantía de ex ministro como Núñez de Arce ó encasillarse en un escalafón burocrático y llegar á jefe de Negociado de tercera como Salvador Rueda.

Y ahora más que antaño. Cada día se aleja más del pensamiento español la romántica pasión por la Belleza inútil, que no daba de comer á nuestros poetas pero que los honraba en una bohemia, que hoy parecería ridicula. Con Cánovas desaparece el estadista que admiraba sobre todas las cosas al forjador de un buen soneto: con la gentil Duquesa de Denia acaba aquella aristocracia que estimaba más en sus salones á Grilo, con no ser más que Grilo, que al heredero de sesenta abuelos bien templados.

Todavía, si el pensamiento español hubiese sacrificado al Poeta para poner sus amores y y sus entusiasmos en el General, ansioso de resucitar la epopeya, ó en el Orador, que lo sugestionara con sus rimbombancias, ó en el Político que le señalara la visión en el horizonte de ideales trocados en grandezas materiales, podría disculparse la mudanza, pero el pensamiento español está dejando de estimar y de querer á todo lo que no sea la rampante y triunfadora Vulgaridad, que mantiene nuestros espíritus á ras de tierra.

Así veo yo morir á Arturo Reyes. Retratándole, dice de él su hijo: "Era muy crédulo para las cosas de bondad. Amaba lo luminoso, lo recto y lo sencillo. Al través de los cristales de su cuarto de trabajo, embebecíase en la contemplación de los claros verdores; dejaba mecer su espíritu en el ritmo de las canciones populares, y más amaba á su tierra mientras más su corazón, harto de sentir, casado de ímpetus, iba fatigándose lentamente."

Muere así el Poeta en España. Conoció la Fama, saboreó el halago de los elogios en letra de molde, mientras que sus libros no le producían dinero bastante para vivir. No rindió, sin embargo, su Arte á la necesidad y á la penuria, pero le entregó la vida. Un hombre de corazón, D. Miguel Ibern, enriquecido en esfuerzos de voluntad y de trabajo, enterado de aquellas tristezas por el llamamiento que hizo en Mundo Gráfico nuestro Paco Verdugo, acudió en auxilio del Poeta, no como un Mecenas fastuoso, sino como un hermano, dispuesto á todo sacrificio. Así, descansando en el apoyo de este brazo fuerte y abnegado, Arturo Reyes continúa su labor, y mientras la muerte le acecha y le ronda, sigue cantando las quimeras deliciosas de la ingrata tierra andaluza, á la que más se ama cuando con más ahinco quiéramos ahuyentarla de nuestro cariño.

Ante el poeta agonizante, España sigue su camino. Se han interrumpido aquí, con el acabar trágico para nosotros del siglo XIX, todas las leyendas: la dorada de nuestra fuerza militar; la áurea de nuestra oratoria política; la broncínea de nuestro pueblo indomable... ¡Todas las leyendas que mantuvieron una artificiosa concepción de nuestra nacionalidad, todas menos la de la ruin vida á que deben someterse cuantos sean soñadores del Ideal, amadores de la Belleza, servidores de la Cultura, enaltecedores del Pensamiento!

Y si este dolorido lamentar mío, toca en el corazón á algunos patricios malagueños, recuerden que ha sido dejada en olvido la idea de alzar una estatua á Arturo Reyes en un jardín público de Málaga. Ya Sevilla ha pagado á Bécquer, gracias al esfuerzo de los admirados hermanos Quintero, la deuda in memoriam que le debía. Si Andalucía no honra á sus poetas, si Córdoba no recuerda á aquel humilde trovador tan andaluz llamado Enrique Redel, si Almería olvida al malogrado lírico Pepe Durbán, si Málaga no enaltece á Reyes, ¿con qué anhelo espiritual compensará esas vergüenzas de nuestra raza que no enseñan respeto más que para el cacique y admiración más que para el caballista y el torero?

Dionisio Pérez

Reseña de Del crepúsculo


 Publicado en: La Correspondencia de España. 25/12/1914, n.º 20.771, página 7.

Del crepúsculo, por Arturo Reyes (poesías postumas), con un prólogo de D. Adolfo Reyes.
Este es un libro que nos ha conmovido profundamente al llegar á nuestras manos.

Quisimos mucho al llorado novelista, cuentista, poeta malagueño; admiramos su peculiarísimo estilo, su gracia netamente andaluza, su ternura exquisita, su habilidad de narrador, su inspiración fácil y elevada, sus dotes de observador certero.

Le conocíamos personalmente. Sabíamos que era bueno y modesto, espejo de padres y de esposos, de amigos y de ciudadanos... Su muerte nos llenó de pesadumbre.

Ahora, después del año de su desaparición del mundo de los vivos, su hijo D. Adolfo, escritor y poeta de vuelos y de porvenir, heredero de las eminentes cualidades del ilustre autor de sus días, ha recogido en un volumen, que es una ofrenda, las poesías póstumas de Arturo Reyes, dolorosas, amargas, de hombre enfermo y resignado que se siente morir.....

Avaloran el libro un prólogo, bellísimo, en  que el hijo traza, con delicadeza suma, á grandes rasgos, la biografía de su llorado padre, y un retrato, muy bien hecho, de éste, tal como era pocos meses antes de sucumbir á sus prolongadas dolencias.

Agradecemos el envío del libro. Ya sabe Adolfo Reyes que en esta casa se guarda perdurable y cariñoso recuerdo del malagueño simpático y genial, dignísimo y desgraciado, á quien su patria chica horara, cuando ya estaba herido de muerte, con un homenaje muy parecido á una reparación tardía.

Reseña de Del crepúsculo




"Del crepúsculo",—Poesías póstumas de Arturo Reyes.—Costeada por varios amigos del autor, aparece ahora una edición de sus versos póstumos.

Bien conocida la personalidad literaria de Arturo Reyes, no necesita que se elogien sus versos, sobre todo los del último volumen, que además del mérito de las composiciones que en él se incluyen viene á ser un homenaje merecido que á la memoria del poeta tributan sus amigos y admiradores.

Encabeza el libro un prólogo, muy bien escrito, por D. Adolfo Reyes, hijo del difunto vate malagueño. En este prólogo se contienen datos biográficos muy interesantes acerca del poeta. 

Reseña de Del crepúsculo


Publicado en: El Globo (Madrid. 1875). 14/12/1914, n.º 13.482, página 2.

Del crepúsculo. - Poesías póstumas de Arturo Reyes.

Así se titula el tomo de poesías que ha publicado el hijo de Arturo Reyes, costeado por varios amigos de aquel exquisito escritor y excelso poeta, como recuerdo al cariño de que se supo hacer acreedor.
Ocioso es dedicar adjetivos rimbonbantes  á este libro, en cuyos versos se destaca la vigorosa concepción del talento esclarecido de aquel gran poeta Arturo Reyes, que supo pintar como ninguno la sin rival belleza de su patria chica, de esa Málaga que él supo engarzar en los joyeles de su potente inspiración y amor de todos sus amores.

Arturo Reyes, poeta de colorido maravilloso, era un prosista castizo, correcto y de una plasticidad que sorprendía; ahí están "Cartucherita", modelo de modelos de novelas de costumbres contemporáneas andaluzas, y más aún que andaluzas; malagueñas; "El Lagar de la Viñuela", superior, si cabe, á la anterior, y "La goletera", que acabó de definir la briosa forma de escritor de que ya gozaba en el mundo de las letras.
En "Del crepúsculo" se advierte la influencia que en su ánimo habían impreso las dolencias, y buena, prueba de ello son las poesías "¡Sed tengo!" y "A la muerte".

En el prólogo de la obra, dedicado á la; memoria de Arturo Reyes por su hijo Adolfo, se ve 1a lucha pertinaz y titánica que sostuvo en su juventud, llegando adonde llegó por su propio esfuerzo; venciendo como vence siempre el que dispone dé un caracter tenaz y de un talento avasallador
para oponerse á las miserias qué la vida encierra.

Y como final de estas cortas líneas dedicadas á la memoria de aquel que fué buen esposo, buen padre y buen amigo, repetiremos con su hijo: "No digáis de él nació..., murió..., sino amó intensamente y sufrió agúdos dolores. Mantenedle piadosamiente en vuestra memoria, porque este fué su mayor deseo."

Donde las dan las toman. Capítulo Tercero

Publicado en: El Heraldo militar (Madrid). 8/8/1914, página 3.

 (CONCLUSIÓN)

—Yo te había visto, mujer, yo te había visto, cuando tu madre me dijo aquella barbaridá; tú fuiste a salir de la alcoba y yo te vide esa carita graciosa, poro como el mal trago ya me lo había bebío y se me había puesto al revés el corazón y había visto amortajaítas pa siempre las alegrías de mi pecho, dije yo: adonde las dan las toman, y pa que no juegue más con pistolas vizcaínas, le voy á dar la esazón, y te la dí; pero ya se acabó tó, y yo te perdono, y tú me perdonas; si tu madre y mi amigo lo permiten te voy á dar un beso en esa clavellina de tu cara pa endulzarme el amargor de boca.

Y se dieron el beso anunciado y algunos más mientras la señá Dolores y el Torozona sonrientes y satisfechos, contemplaban como iluminados por el sol brillante, cual si fuesen de riquísima pedrería, las rosas y los claveles de las pintadas macetas.

Arturo Reyes

Donde las dan las toman. Capítulo segundo


 Publicado en: El Heraldo militar (Madrid). 6/8/1914, página 3.


(CONTINUACIÓN)

—Ya vuelvo—le dijo al «Torozona», y salió del hondilón como si fuera á pedir para alguien los Santos Oleos.

Cuando nuestro hombre penetró en el aposento de la señá Dolores, se incorporó ésta violentamente, se dirigió y se detuvo delante de él, cruzó los brazos y exclamó con sordo acento de reproche:

—Ya te saliste con tu gusto, so pendón; ya te saliste con la tuya; lo estabas pidiendo á voces; tú no podías tener á la vera un relicario como era mi Pepa.

— Como era y como es — exclamó sordamente Toño.

—No; como era, porque ya se ha enturbiado la fuente y ya has conseguido lo que querías.

—¿Qué es lo que yo he conseguido?—rugió Toño, abriendo enormemente los ojos—¿qué es lo que dice usté, agüela?

— Yo digo los Evangelios; yo te di lo que tú no merecías, una prima hermana de la Virgen del Carmen, y tú, que no distingues, te creíste que era una chancla y te empeñaste en tirarla á la calle y la tiraste, y como... Julián el Tormenta estaba en la acera de enfrente esperando el maná, pos vela y tú...

No pudo continuar la vieja. Toño, al oir aquello, había sentido morderle un tigre en las entrañas, ¡su Pepa, su Pepa con el Tormenta!


La señá Dolores se asustó de su obra, quiso enmendar el yerro; pero Toño, lívido y arrebatido, se lanzó hacia la escalera sin oir á la vieja que le gritaba:


— Ven, ven acá, ven por Dios, que tó es mentira.

III

Una hora después estaban de regreso Pepa y lavseñá Dolores en el aposento de éste; habían recorrido todo el barrio, cada una de ellas por un lado, sin encontrar á Toño.

Apenas hubo tomado resuello un instante exclamó Pepa:

Yo me voy, madre; yo me voy otra vez hasta encontrarle; yo me estoy muriendo; no me llega la camisa al cuerpo. ¡Virgen Santa y si encuentra al «Tormenta»! ¡Virgen Santísima y lo que va á pasar!

Y cuando ya se dirigía Pepa hacia la puerta se abrió ésta violentamente y apareció en el umbral el «Torozona» jadeante, sudoroso y con el semblante contraído.

—«Torozona», ¿y mi Toño? ¿aónde está mi Toño?—preguntóle Pepa con voz angustiada, y cogiéndole violentamente por un brazo.

—¿Tu Toño... tu Toño?

—Sí, sí, mi Toño, ¿aónde está mi Toño?

—En la cárcel—repúsole el «Torozona» con voz sombría.

—En la cárcel, ¿y qué ha jecho, qué ha sío lo que ha jecho?

—Pos no ha jecho cuasi na, diez años de chirona tie por lo menos.

—Pero, ¿por qué, Dios mío, por qué?—exclamó Pepa, rompiendo en desesperados sollozos.

—Pues por ná cuasi, porque le ha metió una puñalá al «Tormenta» en los pertorales que no ha dicho
pío siquiera, ¡valiente puñalá!, como que parece que se la ha dao con el espolón del «Carlos V.»

Una exclamación de horror brotó de la garganta de la «Tripicallera», mientras la seña Dolores decíale al «Torozona» con voz desgarradora:

—Y tó por mí; «Torozona», vaya usted por Dios corriendo por un piquete pá que me fusilen.

— Mejor será que sus traiga este pañito de lágrimas— exclamó el «Torozona», asomándose á la puerta del cuarto y volviendo con Antonio cogido por el brazo.

Un minuto después decíale el Toño á Pepa mirándola con infinita ternura:

(Continuará.)

Donde las dan las toman. Capítulo Primero


I

Cuando Pepa la «Tripicallera» penetró en la sala de su madre, entreteníase ésta en hacer prodigios con la aguja en algo parecido á una chapona acariciada por los intensos rayos de sol que inundaban el aposento y convertían en joyeles de piedras preciosas las flores que en tiestos y macetas orlaban el renegrido balcón.

Pepa entró en la estancia á modo de torbellino y sentóse sin deor oste ni moste en una silla, apoyó un codo en el espaldar y una meijlla en la palma de la mano y dio comienzo á redoblar nerviosamente con los tacones sobre los rojos ladrillos.
La señá Dolores desdobló el escuálido busto, se colocó las gafas á modo de venda sobre la rugosa frente y exclamó con acento de reproche, contemplando fijamente á su hija:
—Que Dios te los dé mu güenos.
— Usté perdone, madre, usté perdone; es que yo estoy mu malita, es que á mí mi hombre concluye de golverme loca.
—Tú te tieés la curpa, pero ya á la cosa no se le puée echar tapas y medias suelas, y por un gustazo un trancazo.
—Pero si es que no se puée aguantar á ese charrán.
—Ya le lo ecíamos yo y tó er mundo antes de que fueras á la parroquia.
—Sí, pero es que yo tenía una venda.
—Y vamos á ver, ¿qué hay de nuevo?
—Pos hay de nuevo que yo no puéo más, que tengo repudría la sangre, que hace dos horas, al ir á casa de Pepita la Infundiosa, me tropecé con mi hombre, y lo vide yo, yo, yo con mis ojos, pegar la hebra con Toñuela la de los Lunares, con ese estornúo de mujer, con ese tiesto, con esa cresta de gallo mínimo, que no vale lo que yo espertoro.
— ¿Y qué más? 
—¿Quié usté más? Pus, sí, hubo más; que cuando los vide me fuí pa ellos, y dicen que la Toñuela tiée un ojo como un melocotón, y... mire usté, qué añadío voy á encerrar en un guardapelo.
Y al decir esto sacaba del bolsillo y se lo mostraba en la crispada mano una abundante maraña de pelo rubio.
—Pos mira, en dándole una poca de cal, un añadío pa mí; ¿y qué más pasó?
—Pos pasó que á mi hombre, que está pidiendo á voces un ronzal, se le puso la rabia en el corazón y me llevó á la casa y me ha puesto el cuerpecito acardenalao.
Y la muchacha rompió en acerbo llanto al recordar la contundente escena.
Minutos después deciale su madre empujándola suavemente hacia la alcoba:
—Anda, métete ya dentro, que estará por venir, y lo que es la digestión, se la cortamos; ¡vaya si se la cortamos!

II

Toño sabía dónde estaba Pepi; durante una hora logró dominarse, no sin dar fin á una botella de Montilla ayudado por Juanico el «Torozona» en la taberna del «Ballenero»; pero después se le puso en pie algo en la conciencia y le dijo:
—No seas bruto, hombre, no seas bruto; tu Pepa es más bonita que el sol, más buena que un bálsamo,
te quiere con delirio y tú eres un animal, porque después de faltarla un día si y otro no, y el de enmedio con toditos los jarambeles con que te tropiezas, le amoratas el cutis de terciopelo, y eso es
una judiada, y el día menos pensao se va á cansar tu rosicler de aguantarte y te da el tifus y el cólera y hasta la fiebre amarilla, y vas á andar por esas calles de Dios haciéndole la competencia al «Melena» y á Joselito el de «Vélez».
Y pensando en aquello que le decía, lo que se le había incorporado en la conciencia, no pudo aguantarse más.

(Continuará.)