Publicado en: Nuevo mundo (Madrid). 1/9/1904, página 10, 11 y 12
¿Aonde vas tan de estampía? ¿Chavó, es que vas á avisarle al cura?
Y al preguntarle esto, detenía por un brazo el tío Cáncamo á Pepe el Perejilero.
—Déjeme usté, agüelito — repúsole éste con acento desabrido;—déjeme usté, que voy buscando á uno que me empreste una miajita de cutis y otra miajita de vergüenza.
—Pus aquí estoy yo, que la tengo almacená, y no sé lo que jacer con ella; con que asiéntate y toma resuello, que no están jechas mis sillas de jarales, ni güelen mal, ni le mientan la madre á nadie que no se lo merezca.
— Sí que me sentaré, hombre, sí que me sentaré, á ver si eso me refresca la sangre— exclamó Pepe uniendo la acción á la palabra, mientras el viejo sentábase también sobre el escalón, colocando las rodillas casi á la altura de la encorvada nariz.
Pepe, ya sentado, colocó el pavero contra la pared, al pie de la silla; desabrochándose el chaleco; se recogió los pantalones, en evitación de rodilleras; retrepóse gallardamente en la silla, y sacando un pequeño abanico, dió comienzo á abanicarse mientras decía:
—Camará, que me han metío en el cuerpo un calenturón, que me está jaciendo yesca.
—Pero ¿qué es lo que te pasa, chavó; qué es lo que te pasa?
—¡Qué quiée usté que me pase! Que me parece á mi que ya se me han muerto der tó mis quereles.
—¡Menos, chaval, una miajita menos, que á ti de ese cubril no te echa ni un regimiento con la bayoneta calá.
—No, que nó le digo á usté; yo no pueo seguir asín; esa paloma se ha creío que yo estoy relleno de gutapercha, y yo ya no pueo resistirla más, y no tengo más que dos caminos: jacer lo que jecho, ú sea ahuecar el ala, ó buscarme una esaborición y arrematar en la sala de autosias ú en el Peñón de la Gomera.
—Vamos, hombre, que no será la cosa pa tanto.
—Vaya si la cosa es de las que le agrian á cualquierita la merienda: supóngase usté, que al ir esta noche á platicar con ella, me la jallé de pico con el Tomatero, el del juego de pelota del huerto de los Claveles.
—Estaría el hombre explicándole el catecismo.
—El cate.... puñalá que me den por poca lacha que tengo.
—¿Pero tú qué jiciste al trompezarte con ellos en esa postura?
—¿Qué quiée usté que jiciera? Darle las güenas noches con la mar de linura, y preguntarle al Tomatero que cuál médico era el que le había recelao el acosón que yo le iba a dar por bajo de la clavícula.
—¿Y él qué te contestó?
—Pus me contestó que con las glorias se le había dío la memoria, pero que tenía apuntao el nombre en su casa y que ya me lo diría cuando nos trompezáramos por ahí; total, que el hombre arrió vela y se salió del puerto, y que yo, por no matar a mi Dolores, me he venío, y que no voy más allí manque me amarren á una yunta.
—¡Eso no se sabe!—exclamó el tío Cáncamo con acento lleno de incredulidad, y después, mirando fijamente el Perejilero, continuó:
—De tó lo que á ti te pasa no tiée culpa naide más que tú; las jembras tóas, y entren tóas y salgan las que puéan, son malinas pero que mú malinas, y pa ganarlas sá menester saber más que Merlín, y estar ya desengañaos de que son jierro, y tú no has salío entoavía, pa con ella de mantequilla de cacao, y lo que sá menester pa que tu Lola, que no es mala, pero que tiée por cabeza dos docenas de cascabeles, se ponga en su sitio es que tú te estires y te metas el corazón por debajo del contrafuerte y le des á su tiempo una de cal y dos de arena, y que te múes á la calle de tira y afloja, y que tengas pa con ella unas veces jiel en el pico y otra caramelos de los Alpes, y que cuando veas otra gachí, esa otra gachí se entere cómo sabes tú mirar con disimulo, y que Lola se entere tamién de que tú la has mirao, y que cuando te dé celos, tú le digas; de mó que ella no sepa si es verdá ú si es mentira, que pa ti no hay más mujer que ella en toito er mundo y.... basta ya, que ya se me arremató la cuerda.
—Pero entonces, agüelito, ¿Qué es lo que usté cree que yo debo jacer?
—Pos lo que yo creo que tú debes jacer, es dirte ahora mismito á dormir el berrinche, y no parecer por la ventana de Lola jasta que yo te vise el pasaporte.
—¿Pero cuándo me lo vá usté á visar, tío Cáncamo?
—Mañana mismo; pero con una condición, y esta condición es que me empeñes tu palabra de hombre de no arrimarte ni á los lindes tan siquiera de su casa, jasta que yo te dé mi premiso.
—Pero me avisará usté mañana ¿eh?
—Sí, hombre, sí; si lo que yo quiero pa arreglar este mal chapú es platicar cuatro palabras con tu Dolores antes de que tu güervas á su querencia.
—Pos siendo asín, se lo prometo á usté con toas las veras de mi arma.
—No, lo que yo quiero es que me des tu palabra de hombre de no dir alli jasta que yo te avise.
—Pos bien, ¡palabra de hombre!—exclamó el Perejilero tras algunos instantes de vacilación;—pero agüelito, que me vea usté mañana mismo, no sea cosa que si no la veo se me grieteen las entrañas y se me caiga alguna puente, de la pena.
—No tengas cudiao, hombre; no tengas cudiao, que tó llega, y ya verás tú el percal que yo me traigo pa amansar leonas y pa zurcir lo reto y pa pespuntear lo descosío.
II
Cuando el tío Cáncamo penetró en las habitaciones que ocupaban en uno de los corralones del Perchel Lola y su madre, ocupábase esta en atarse al cuello el pañuelo de la cabeza, en tanto aquella fresca, limpia y riente, iba de acá para allá, dedicada á sus domésticas faenas.
—A mala hora llego—exclamó el viejo al ver á la señá Rosario dar fin á su tocado de calle.
—Nadie llega á su casa á mala hora—repúsole aquella con afectuoso acento.
—Que Dios le pague á usté la lineza.
—¿Y cómo ha sio eso de descolgarse por este agüaero?¿Es que está usté jaciendo el padrón de las cédulas?
—No, señora; es que hoy me he alevantao con ganas de sol, y por eso he vinio á que me dé el sol en la cara.
—Ya se contentará usté con menos sol—exclamó mirándolo y sonriendo picarescamente Dolores.
—Güeno; pues siendo asín, yo me voy y güervo enseguía, y tan y mientras yo güervo, usté se quea aquí un ratico con mi lucero, pero muchísimo cuidao, no sea cosa que al volver yo tenga que mandarlo á la cárcel.
—Menos quéa, señá Rosario, que entoavía soy yo capaz de poner loquito á este jechizo, ná más que con un cimbreo de talle y con los ojos á dormivela.
—¿Y qué viento lo ha jechao á usté por estas aguas?—preguntóle Lola cuando ya hubo salido su madre.
—Pos te diré — repúsole el viejo con voz grave y campanuda— Si he vinío, no he vinío ná más que pa jacerle un favor ó una cosa mú parecía.
—¡Caramba, agüelito, con que esas tenemos!
—Pos sí, señora, esas tenemos.
—¿Y se puée saber de qué color y de qué jechuras es el vestío que me vá usté á regalar?
—Ya lo creo.
—Pos más vivo.
Y Lola diciendo esto, apoyó un codo en una rodilla y la barba en la palma de la mano, y quedóse mirando irónica y fijamente al viejo.
Este lió un cigarro, encendiólo, y tras hacerle los primeros honores al cigarro, repúsole á la muchacha con tono sentencioso:
—Pos bien, jechizo; el favor que yo te quiero jacer es el de dicirle que el pájaro que tú más estimas se está picando el embrague por mó de ti, por mó de tus malitos procederes.
—¿Y eso me lo cuenta usté ó me la canta, agüelito?
—Te lo canto y te lo cuento; tú lo tomas tó en chirigota, porque no sabes bien con quién te gastas los cuartos; á ti, porque Dios te mira con ojos de misericordia, te ha caío en suerte un chaval que no tiée desperdicio; güen mozo, con muchísimo reclamo en tós sus distritos, honrao y cabal y trabajador, y que no tiée más defertos que dos; uno que es el no gustarle más que el vino de lágrimas, y otro el haber perdío los papeles por una chavalilla más remala que un tiro, y más rebonita que ese sol que mos alumbra.
—¡Con que tan remala y tan rebonita!
—¡El Evangelio!¡Lo que se dice en la misa! Y conste que esto que yo te digo, te lo digo por tu bien, porque es que tú te crees que ese gachó no se puée librar de los espartos con liria que le pusieron esos dos pícaros que Dios le puso en la cara, y eso que tú te crées que tiée sus más y tiée sus menos.
—¿Y qué es lo que usté crée que puéa pasar?
—Pos lo que yo creo es lo que veo, y lo que yo vide esta mañana es pa jacerle creer á cualesquiera.
—¿Y qué fué lo que usté vió esta mañana, agüelito, si es que no le han encargao á usté que lacre el sobre?
—Pos lo que yo he visto, ha sio esta mañana á tu hombre enganchao en los flecos de una pelinegra, que mejorándote a ti, es un fenómeno de bonita, y un fenómeno de salá y un fenómeno de garbosa.
—¿Y aónde y cómo y cuándo lo vió usté con esa tres veces fenómeno?
—Pos lo vide á las once, á la verita de la fuente de calle de los Cristos.
—¿Pero quién es esa pelinegra?
—El milagro lo digo, pero el santo no, y el milagro te lo digo poique yo te miro bien, y me dá lástima que por mó de tú ser caprichosa, pierdas lo que tú te merece ú sea un hombre de los que ya no se encuentran, ni dándole el encargo á los jurones.
—Pos bien, agüelito, yo le agradezco á usté la mucha ley que me tiene, pero mi Pepe no es capaz de jacerme una mala chaná por naita de este mundo.
—No diré yo que lo sea, pero el hombre que tiée hipotecá la chaveta á una mujer, ese hombre no se está de palique hora y media con otra en una esquina.
—¡Con que hora y media!—exclamó Dolores poniéndose pensativa.
—Hora y media justas y cabales; y no es eso lo peor, sino que me parece á mí que ese gachó no vá á que ese gachó no vá a poner más los pinreles en tus posesiones.
—No, eso no puée ser; eso no lo puéo consentir yo—dijo Lola con tan extraño acento, que el tío Cáncamo frunció las cejas, sin saber si aquella hablaba en serio ó en tono de zumba.
—Ni yo quiero que lo consientas, ni tampoco quiero que pase, y si tú me prometes que te enmiendas, yo te prometo que yo jago que esta noche venga tu José; pero ya sabes que yo te jago este favor con la condición de que de aquí pa alante cuide más y mejor la jaza de tus quereles.
—Sí, señor, yo se lo prometo á usté ¡Charrán! ¡Hora, hora y media de palique con otra mujer!
—Hora y media, desde las once á las doce y media; y vaya una jembra, camará; no será tan bonita como tú, pero merecía ser tu prima hermana.
—¡Chavó que gachí esta! Cualesquierita sabe si platica que quéa ú con el corazón en la mano— murmuraba momentos después el tío Cáncamo, alejándose lentamente calle arriba
III
—Gracias á un divé que te encuentro—díjole el viejo á Pepe el Perejilero, al toparse por fin con él en la barbería del Lentejas.
—Pos no he estao metío en ningún sótano— repúsole aquel, rehuyendo mirar al viejo frente á frente.
—Lo mismo dá. Conque vamos á ver si alegras ese perfil y le das gracias á Dios de lo mucho que yo chanelo y de la mucha pupila con que me echó al mundo mi madre que esté en gloria, y de que ná más que en un doblaillo, tengo más sabiduría que en tó el terno el sabio Salomón y toita su parentela.
—¿Pero qué es lo que pasa, tío Cáncamo?
—Pos lo que te digo, que me rio yo del que inventó el furminante; que tó lo he dejao yo ya más liso que tu pechera; que tu Lola está rabiando por verte de nuevo en su ventana, y que ahora mismito te voy á llevar allí, y que voy á decirle que me ha costao más trabajo llevarte, que trabajo costó la toma de los Castillejos.
—¡Pero, tío Cáncamo!
—Sin peros que valgan; ahora mismo te llevo yo allí, y si Lola te pregunta qué es lo que has estao jaciendo desde las once á las doce y media, cuando te lo pregunte jaces como si te atorrullaras, y después, como si te acordaras de pronto, le contestas que á esas horas estabas tú tomando el sol y pensando en sus jechuras en el espigón ú en la escollera ú donde te dió la repotente gana.
—¡Pero si es que yo no puéo decirle eso!—exclamó Pepe con dolorido acento.
—¿Y eso poiqué?—preguntóle encorvando las cejas el anciano.
—Pus por eso, porque á esa hora precisamente estaba yo platicando con ella por la ventana.
Y según cuenta á todo el que lo quiere oir el dueño de la barbería, jamás tuvo tantas probabilidades de saber por experiencia lo que duele una bofetada del tío Cáncamo el novio de Dolores, Pepillo el Perejilero.
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