Publicado en: Nuevo mundo (Madrid). 30/11/1905, páginas 10 y 11
EL señor Paco, el «Viznaguero» [sic], llegado que hubo al rincón de la tarberna, donde solía coger las enormes «pitimas» que habíanle colocado en el lugar de preferencia que ocupaba entre los más famosos «curdones» de Andalucía, sentóse lentamente, puso en libertad el imponente abdomen, desabotonándose el chaleco y parte de la pretina, dió un resoplido de satisfacción, colocó el sombrero sobre una silla, sobre otra el enorme acebuche que servíale de sostén en los momentos más críticos, limpíose el copioso sudor con un pañuelo de los de yerbas y exclamó después golpeando en la mesa con el puño cerrado:
—¡A, ver tú, «Cantinero», á ver si me das una miajita de orégano, que me duelen los ijares!
El «Cantinero», un chaval morenucho, escuálido, de cara truanesca y de rizados tufos que contemplaba indolentemente á los parroquianos rescostado contra una de las cuarterolas,canturreó,al par que dirigíase al mostrador sobre el cual la cristalería brillaba húmeda y limpísima alrededor de las doradas cafeteras:
Dale orégano á mi niña
que está mi niña mú mala,
á ver si con el orégano
recobra lo que le falta.
que está mi niña mú mala,
á ver si con el orégano
recobra lo que le falta.
—Señó Paco, ¿sabe usté lo del «Pucherete»? —preguntóle al «Viznaguero» Julián el «Pecoso», que reclinado contra la pared en una silla, en un extremo del hondilón,con los brazos cruzados sobre el pecho, en mangas de camisa, contemplaba en perezosa actitud el gato que dormitaba muellemente sobre el barril del amontillado.
—¿Lo del «Pucherete»? ¿Qué le ha pasáo al «Pucherete»? ¿Es que le han zurció por fin los pantalones?
—¡Cá, eso nunca, antes morir! Lo que le ha pasáo es que la mujer le ha dáo un crujío que le ha convertío un ojo en un coco de la Habana.
—¿Pero es de verdá eso? ¿Es posible eso, camará? ¿Pero es posible?
—Tan verdá como el bombardeo der Callao.
— ¡Paéce mentira, señor, paéce mentira que haiga hombres de esas jechuras; cuidao que sa menester..! Mira tú, «Cantinero», ¿no me traes eso que te he pedio?
—Ya está aquí, hombre, no hay que calar la bayoneta por tan poquilla cosa—repúsole el muchacho colocándole delante una bandeja con doce «cristales», capaces cada uno de ellos de hacer ver dobles los objetos al más miope de los nacidos.
—Pos cuidiáo que sá menester tener vendía á retro la vergüenza pá premitir esas cosas —continuó el «Viznaguero»— Lo que es si yo fuera el «Pucherete» otro gallo le cantara á Pepa la «Tomisera».
—¡Naturalmente que sí!—exclamó Julián con tono irónico,al par que contemplaba al viejo con burlona expresión.
—Parece que eso lo dice usté tocando á «quea» y ya sabe usté que yo no soy hombre que aguante esos repiques.
—¡Naturalmente que sí!—repitió el «Pecoso» en el mismo tono con que hubo de decirlo la vez primera.
El señor Paco le contempló con mirada trágica durante algunos momentos, apuró sin pestañear después dos ó tres «cristales» más, limpióse la boca con el dorso de la mano y dijo con tono en que la compasión y el desprecio vibraban al unísono:
—No me alevanto y no me voy pá usté, y no le saco á usté un riñon y no me lo como sarteáo, porque con tó usté no tengo ni pá empezar una merienda.
—Naturalmente que sí—tornó á repetir el «Pecoso» con el mismo acento de zumba, plácido y riente.
—No lo repita usté más—gritó el «Viznaguero» con acento iracundo al par que se incorporaba en amenazadora actitud—¡no lo repita usté ú no le quea á usté peca aonde yo no le ponga un «dátil», ó un prescinto ó una puñalá trapera!
Y al decir esto, centelleábanle al señor Paco los ojos con terrible expresión; en sus mejillas amenazaba saltar la sangre y sus manos crispadas y temblorosas prometían lo que las garras de tigres encolerizados.
Julián el «Pecoso» púsose pálido y se incorporó diciendo con tono que no hablaba nada bien de su bizarría:
—Pos no toma á usté mú á pecho una broma, ¡camará! Pos diga usté que pá ser amigo de usté se necesita acorazarse como si fuera uno un crucero.
—Es que yo lo aguanto tó menos que se me tome de lila—repúsole el señor Paco á quien la explicación del «Pecoso» parecía haber servido de poderoso freno.—Y sobre tó cuando lo que yo platico es el Evangelio; lo que yo digo lo mantengo siempre; el hombre que se deja sopapear por una mujer, eso no es hombre, sino dos varas de «fulá» ó de muselina morena; y se lo vuelvo á repetir á usted: ¡si yo estuviera encima de los tobillos de «Pucherete» otro gallo le cantara á Pepa la «Tomisera»!
Ya había transcurrido una hora; ya el señor Paco y el «Pecoso», dando generosamente al olvido insignificantes quisquillas, é inspirados ambos por el néctar olorosísimo y riente de las vides montillanas, hablábanse de tú, reconocíanse como las dos más altas personalidades de la provincia y no osaban incorporarse por temor á enterarse de modo contundentísimo de la mucha ó poca resistencia de la solería, cuando:
—Ya la cogiste, so pendón, so jartico de roár, so Pijolín, zo don vergüenza perdía — gritó la seña Pepa la «Tabardillos», dignísima consorte del «Viznaguero», penetrando en la taberna chancleteando, con el rugoso semblante lleno de indignación y puestos en járra los brazos escuálidos y renegridos.
—No, mujer... no... si yo no he bebió más que una copa; si ha sío que éste me ha convidáo—exclamó el señor Paco con voz temblorosa y asustada actitud.
—Sí, yo... yo... yo... lo he conviáo—exclamó el «Pecoso», golpeándose tres veces consecutivas en el robusto pecho...—yo lo he conviáo y él me ha conviáo á mí y dambos mos hemos conviáo y yo tengo pá usté...
—Anda pá casa, so charrán; anda pá casa—exclamó la señá Pepa, agarrando á su hombre por un brazo, no sin arrojar antes una mirada de cómico desprecio sobre Julián el «Pecoso».
—Yo no voy á ninguna parte, yo me queo aquí con éste y con estas señoras—balbuceó torpemente el señor Paco, señalando primero á su amigo y después las botellas que acababa de llenar por décima vez el «Cantinero».
—¡Tú, tú quearte aquí!
Y de tal modo vibró el acento de su irascible compañera en los oídos del heroico «Viznaguero», que olvidándose éste, como ocurríale siempre en casos tales, de sus alardes varoniles, inclinó humildemente la cabeza y murmuró con acento plañidero:
—Güeno... me iré contigo... pero no me jurgues con las uñas,que se me enconan.
—Pos anda ya pá casa ó te lisio; anda que vas á llegar á casa con el cuerpo dolorío.
Y mientras la señá Pepa tiraba desesperadamente del señor Paco,que no osaba declararse en rebeldía,y el «Pecoso» lo miraba alejarse como con ojos de espanto más que de sorpresa, el «Cantinero» decíale á éste:
—Ya ve usté que una cosa es predicar y otra cosa es el dar trigo.
Y dicho esto, dirigióse el muchacho hacia la pizarra que era el libro de cuentas corrientes, donde llevaba la de todos ó casi todos los «curdones» del barrio de la «Goleta».
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