Publicado en La España moderna el 1/6/1901, páginas 138-140.
La
abundancia de asuntos ha sido parte para que vaya retrasándome en dar
noticia á los lectores de LA ESPAÑA MODERNA de algunas obras literarias
publicadas en los últimos meses. A fin de ir liquidando este atraso, me
limitaré á decir breves palabras acerca de los libros á que me refiero.
Uno
de ellos es La Goletera, novela del celebrado escritor D. Arturo Reyes.
Se ha publicado ya su segunda edición, lo cual dice mucho en
demostración del agrado con que el público ha acogido esta obra, pues es
sabido que, á excepción de los libros de media docena de escritores de
primer orden, como Galdós, Pereda, etc., las primeras ediciones de
las obras literarias no suelen agotarse, ni venderse siquiera, y no hay
lugar por tanto, á las segundas.
A sus méritos positivos de escritor,
une el Sr. Reyes la feliz circunstancia de haber tenido propicia á la prensa desde que publicó su primera novela Cartucherita, y haberse dado á
conocer de este modo rápidamente.
La Goletera tiene un marcado aire
de familia con las dos novelas anteriores del autor, y no es extraño que
lo tenga, puesto que procede de la misma pluma y las ha seguido tras un
intervalo de tiempo no muy largo. Es, como aquéllas, un cuadro de
costumbres andaluzas, y los méritos de la nueva novela son del mismo
género de los que aplaudimos en las anteriores, si bien en ésta los
aumenta la mayor experiencia adquirida por el Sr. Reyes en el arte de
novelar. Se observa, efectivamente, en La Goletera, mayor soltura en el
desarrollo de la acción; hay progreso en la manera de presentar en
escena y de mover á los personajes, y también en la naturalidad del
lenguaje que en boca de ellos pone el novelista.
Los defectos que pueden señalarse en La Goletera son también semejantes á los de Cartucherita y El lagar de la Viñuela. Todas
estas novelas son, en realidad, cuentos largos. La parte episódica es
muy rudimentaria. El autor profundiza poco. La psicología de los
personajes es superficial, epidérmica, á fleur de peau, como dicen los
franceses. Sus pasiones no tienen complicación alguna, son elementales y
sencillas. Mientras se mantienen dichos personajes en este terreno,
mientras no pasan de las formas comunes de lo afectivo, resultan
figuras vivas y animadas. Cuando se elevan á más altas regiones, pierden
casi toda su naturalidad, y con ella casi todo su encanto.
El Sr. Reyes
es, ante todo, un colorista. La calificación de color aplicada á lo
literario abarca una amplia esfera metafórica: vale tanto como adecuada y
expresiva representación de lo sensible, de lo exterior, con sus
caracteres individuales. En esto sobresale el autor de La Goletera; por
eso puede decirse que su estilo tiene mucho colorido, y sí parece
demasiado manoseado el símil pictórico, que es muy representativo,
que expresa muy bien lo físico, la vida exterior. De ahí que en su
novela lo que más atrae no es la acción en sí misma, ni los caracteres
de los personajes, sino las escenas descriptivas, algunas de ellas
secundarias con relación al argumento de la novela.
El asunto
corresponde también á esta tendencia colorista del estilo: lo
representado está en armonía con las formas de la representación
artística. En La Goletera vemos escenas de celos entre mozas de empuje y
majos enamorados y valientes; amores y puñaladas; la guapeza y el ardor
de la pasión amorosa, los dos rasgos característicos con los cuales
nos representamos el tipo popular andaluz. Gran parte de nuestro público
tiene debilidad por esta clase de asuntos. Y acaso es un error creer
que lo que se ha llamado el andalucismo es una superposición artificial
de influencias extrañas al verdadero carácter español, como sostienen
algunos. Precisamente por la conformidad entre las tendencias del
carácter nacional y el andalucismo, se explica la influencia de éste
hasta en sus degeneraciones y caricaturas, como el flamenquismo.
Pero
si la representación de escenas y de tipos corresponde en La Goletera á
la realidad popular, no podría asegurarse lo mismo de la vida interior
de los personajes, de los sentimientos é ideas por los cuales aparecen
movidos. El Sr. Reyes, como muchos literatos buenos y malos, y hasta
algunos eminentes, de España y de fuera de España, idealiza
interiormente á sus personajes populares, atribuyéndoles refinados
sentimientos morales que son, en gran parte, resultado de la educación y
de las condiciones de vida de las clases elevadas. No es nueva esta
tendencia, y se explica fácilmente que haya sido para los literatos una
tentación muy viva la de presentar el contraste entre la humildad de la
condición social de un personaje y la elevación de sentimientos que le
convierte en tipo caballeresco. Mas estos contrastes suelen ser
puramente artificiales é imaginarios. Muy lejos estoy de querer
significar con esto que el pueblo sea inmoral, ni siquiera menos moral
(dadas sus condiciones de vida) que las clases elevadas de la sociedad. Lo
que quiero decir es que tiene otra manera de ser moral. El problema de
la conducta humana no se ofrece bajo el mismo aspecto en una cabaña que
bajo el dorado techo de un palacio. El código de las conveniencias y de
las preocupaciones que regula tanta parte de la conducta de todos los
hombres, nobles ó pecheros, campesinos ó ciudadanos, es un código de
clase que, en cada una de éstas, dicta diferentes reglas. De ahí que los
sentimientos de exaltado honor caballeresco que mueven en ocasiones á
Trini la Goletera, á Paco el de las Campanillas [sic] y al Cantimplora,
personajes todos ellos de la novela del señor Reyes, me parezcan
colocados un tanto fuera de su lugar propio. La discusión de este punto
me apartaría acaso de los propósitos de brevedad que he anunciado al
principio, por lo cual la omito, reduciéndome á hacer la indicación
anterior.
No diré tampoco que en el ancho campo de las posibilidades
no pueda darse alguna vez el caso de esta trasposición de sentimientos;
pero los literatos que entienden y pintan de ese modo los personajes
populares, no suelen concebirlos como tipos excepcionales. Lo que les
ocurre es que, sin darse cuenta de ello, trasladan sus propios
sentimientos de clase á los entes creados por su fantasía, y les
atribuyen lo que por más noble y elevado tienen, sin curarse de si
pegará ó no en las figuras novelescas y dramáticas, dada la condición
social que se les supone.
Con todo, la novela del Sr. Reyes es obra de
muy agradable lectura. Entretiene y no fatiga. Llena, pues, cumplidamente el fin más inmediato de las obras de literatura amena.
E. GÓMEZ DE BAQUERO
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