Publicado en La Correspondencia militar el 30/3/1901, n.º 7.063, página 3.
Aquella crítica literaria que desde tiempo inmemorial tenía fama de adusta y de severa ha venido poco á poco humanizándose y haciéndose de tal suerte bondadosa y campechana, que ya no le cuadran los atributos del peso y de la espada de la pagana deidad de la justicia, sino los ubérrimos senos de la caridad cristiana que amamanta á la vez dos criaturas y acaricia todavía á otras que esperan turno.
Solamente para la literatura dramática suele conservar la crítica de ahora sus severidades judiciales; pero para los otros géneros sólo ternuras de madre, ó cuando menos mimos de nodriza, suele emplear á diario.
Juzguen otros de este estado de derecho, y si á tanto se atreven lleguen hasta el colmo de criticar á la crítica; yo no la aplaudo por generosa ni la censuro por débil, pero señalo el hecho de que no se publica libro alguno que no resulte una maravilla, y únicamente me lamento de que á fuerza de echar las campanas á vuelo por el más pequeño motivo, suenen á cascadas cuando tenemos que repicar gordo en las fiestas de precepto.
¿Qué epíteto laudatorio ó qué superlativo encomiástico de los que á diario prodigamos con tanto rumbo no está ya ajado y descolorido á fuerza de uso?
De todo esto viene á resultar que los que no tenemos un guardarropa de príncipe de Gales, apenas tenemos ya que ponernos cuando queremos vestirnos.
Cayó en mis manos La Goletera, de Arturo Reyes, y apenas comencé á leer la descripción de la malagueña calle de Mármoles en un domingo de sol espléndido, y encantado en la contemplación de aquella fresca y luminosa acuarela me entré en la pulcra y bien oliente vivienda de Paco el de las Campanillas, me embargó de tal suerte el ánimo la sugestión del diálogo pintoresco y gracioso de los personajes, y despertó de tal suerte el asunto mi interés, que no acerté á suspender ni un momento la lectura del libro , y de un tirón se me metieron en el alma, para quedarse allí á vivir, las 200 páginas de la novela con todos los lances, todas las sales, todo el sentimiento y toda la grandeza que en ellas ha derramado á manos llenas la musa popular andaluza que á Arturo Reyes inspira.
Ni la atención se fatiga en la maraña de peripecias rebuscadas, ni el espíritu se alarma ante la tesis de terribles problemas, ni el estómago se revuelve ante la repugnante llaga social á cuya contemplación minuciosa se la convida, como suele acontecer en otras novelas de las que dicen que se estilan.
La acción es sencilla y se desliza lógica y suavemente; el asunto es el eternamente joven del amor; el problema está en un concepto, estrecho, delicado, nobilísimo del honor, sentido á la española, y las pasiones que en la novela luchan tienen un sello de sincera espontaneidad y de vigor gallardo, que ni los hechos, ni las personas dejan de sernos simpáticos en su respectiva esfera.
Con estos elementos, es cosa fácil hacer un cuento para honesto recreo de la infancia, con mayor ó menor limpieza y corrección en la forma; pero inocente y soso.
Lo que en mi humilde concepto es dificilísimo, es conseguir como Arturo Reyes lo ha conseguido, hacer una novela de primer orden que hace sentir y pensar y que así conmueve por la intensidad de sentimiento de lo que me atrevería á llamar la sustancia del asunto, como recrea y maravilla por la naturalidad y graciosísima forma de su chispeante diálogo.
A los que hayan leído ya La Goletera no quiero amargarles el gusto que de sus bellezas les queda, relatando de prisa y con palabras mías el argumento; y á los que todavía no leyeron la novela de Arturo Reyes, no quiero perjudicarles amenguando prematuramente con mi prosa el interés que el libro encierra. Léanlo, y después de que sigan con irresistible curiosidad las acciones de Tomi y de Paco, y lleguen á la trájica [sic] escena de éste y del Cantimplora, me agradecerán este respeto que ha sabido guardar.
Conste, pues, que creo sinceramente que La Goletera es una de las mejores novelas que han visto la luz de algunos años á esta parte; pero como todos los elogios de puro usados van teniendo poca autoridad á priori, y los que yo le dedico, por ser míos, habrían de merecer menos crédito que ningunos, me limito á declarar mi opinión: á invitará los lectores á que por sí mismos se convenzan, y á invitará aquél que con su lectura no se deleite y entusiasme á que me tire la primera piedra.
Carlos Luis de Cuenca
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