Reseña publicada en La Lectura en enero de 1901, páginas 467-9.
En las ficciones novelescas he de confesar que estoy algo prevenido contra los hombres y las mujeres de la ínfima plebe, que calzan el coturno, que se muestran poseídos de las pasiones y sentimientos más sublimes, y que vienen á ser dignos personajes de verdaderas tragedias y no de aventuras picarescas como en Rinconete y Cortadillo, ó de parodias como El Manolo, El Muñuelo, Inesilla la de Pinto y Pancho y Mendrugo. Y no porque yo crea que el concepto de las virtudes más altas y la capacidad enérgica de ejercitarlas requieran educación esmeradísima y largos estudios. Por fortuna, para saber de ciencias es menester acudir á las aulas ó leer muchos libros; y para percibir, juzgar ó crear la belleza artística, sin extravíos de mal gusto, se requieren también preparación y enseñanza; mientras que para el conocimiento de lo bueno y de lo malo, apenas necesita nadie devanarse los sesos.. En la sociedad cristiana y culta de nuestros días, casi parece infuso, innato ó intuitivo dicho conocimiento. Bien podemos decir con el gran dramaturgo:
A ciencias de voluntad
les hace al estudio agravio.
Y, sin embargo, si se persiste y se toma como por sistema el que muchachas criadas en el arroyo y parroquianos de las más infectas tabernas de los barrios peores, resulten dechados de honestidad, de pundonor, de valentía heróica, de sufrimiento estóico y de cuantas son ó pueden ser las excelencias morales que hermosean el alma humana, bien podemos llegar al extremo de imaginar que la superior cultura, el bienestar, el aseo, la elegancia y la riqueza, debilitan el vigor y la bondad de los corazones, y que para ser moralmente bien estimados es menester estar ó bajar al nivel posiblemente más próximo al estado salvaje en nuestra refinada civilización del día. De esta suerte, á fuerza de querer ser demócrata y filántropo, puede el escritor caer en el error de ser retrógrado.
Hay también, en las novelas tabernarias, adornadas con las más exquisitas sublimidades, una enorme dificultad que vencer y que es rara vez vencida: combinar el lenguaje, cuando no rufianesco, vulgar é inculto, con un estilo elevado, apto para expresar los sentimientos más delicados y nobles. Y como esto rara vez se consigue, resultan los diálogos llenos de amaneramiento, de falsedad y de disonancia. A pesar de lo expuesto, como doctrina general, contra la cual he pecado yo también, dejándome llevar de la corriente al escribir algunas novelas, me complazco en declarar aquí que me han entrado ganas de retractarme y de abjurar de la doctrina general mencionada al leer La Goletera, de D. Arturo Reyes. Ventajosamente conocido y justamente celebrado era ya este joven malagueño, así por sus bonitas poesías, como por sus graciosos cuentos en prosa, y por sus novelas Cartucherita y El lagar de la Viñuela.
Su última obra, La Goletera, viene, en mi sentir, á confirmar su buena fama de novelista alcanzando para él diploma y título de escritor excelente.
Trini, su heroína, se parece, no por imitación, sino por coincidencia, á la dama de Calderón, en la comedia titulada No hay cosa como callar; pero Trini es más noble, más amorosa, más real y más humana que la dama de Calderón. Mejor que ella, siente, piensa y se conduce Trini. Y por arte admirable, Trini se expresa sin frases alambicadas y sin tiquis miquis primorosos, en el habla llana y vulgar de una mujer del pueblo.
Como la dama de No hay cosa como callar, Trini ha sido víctima de la violencia de un hombre; pero, con igual honradez y delicadeza que la dama, si Trini no concede su amor á ningún otro galán, por considerarse deshonrada, todavía es muy superior á la dama, porque se enamora de otro y lucha con su ardiente pasión y finge desdeñar á quien la adora y de quien ella está prendada. El burlador de Trini vuelve de Buenos Aires, donde ha pasado años y donde ha ganado bastante dinero. Quiere reparar su falta, casándose con Trini; pero ésta no es como la dama de Calderón, que acepta al burlador por marido, porque sólo piensa en restaurar su honor y porque no ama á nadie. Trini ama á otro y rechaza al burlador, que no le inspira amor, sino repugnancia. El hombre que ama á Trini es excelente y muy celoso de su honra. Trini no quiere ni debe engañarle. Y Trini no puede unirse con él, mientras viva el hombre que la burló y bajo cuya mirada se moriría de vergüenza.
Los casos y lances por donde llega el autor á resolver este conflicto, no pueden ser imaginados ni presentados con mayor naturalidad, verosimilitud, interés creciente y pasmoso ingenio. El amante, misteriosamente amado por Trini, sabe que ella le ama, y sabe su deshonra y quién ha sido la causa de ella, todo por una involuntaria revelación de la misma Trini, la cual estaba decidida á callarse, aunque la matase el silencio, para no ocasionar una lucha sangrienta entre los dos rivales, valerosos y poco sufridos ambos. La revelación, una vez hecha por medios verosímiles, ordenados con exquisito arte, hace inevitable el conflicto.
Los dos rivales salen al campo y riñen á puñaladas. La riña está vigorosamente descrita. Muere en ella el burlador, que en los últimos momentos y escenas de su vida se ha mostrado generoso y simpático. Así termina la novela. Aunque el autor no lo dice, y hace bien en no decirlo y en terminar donde termina, el lector puede suponer que, no castigado por la ley, porque su rival moribundo dice que su matador ha sido otro, cuya negra traición ha causado la riña, el vencedor y amante de Trini se casa al fin con ella después de haberla vengado.
Toda la narración, los diálogos ingeridos en ella, y los varios incidentes, que aquí se omiten y que de un modo tan magistral y tan hábil llevan al desenlace, interesan, conmueven y se apoderan con tal hechizo del ánimo del lector, que de seguro no deja el libro hasta que acaba de leerle.
J. V.
1 comentarios:
Realmente una buena crítica sobre la obra donde Arturo sale bien parado. ¿Sabéis quién es el autor?
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