Publicado en Nuestro tiempo el 6/1901, n.º 6, página 114-120
La Goletera es la historia de unos amores interesantes que, por naturalmente humana, se desarrolla con la variedad de notas con que en la vida se ofrece el amor muchas veces. Este es el motivo principal de su éxito, consagrado por la crítica, pero formado al calor de muchas voluntades... de cuantas al encanto de las páginas de la obra voluntariamente se rindieron.
Otra cualidad que avalora el libro de Reyes es que aun cuando todo él es reflejo de hechos, dichos, aspiraciones y sentimientos de gentes de la más baja sociedad del pueblo en que la acción se desarrolla, con tal fuerza de arte está concebido, que si algún momento parece como puede ocasionar la repulsión del que lee, bien pronto el buen gusto se impone y vence, y sin dejar un punto de reflejar la vida, ofrécese esta vista por temperamento tan artístico, que el lector sigue de buen grado al novelador en fortuna adonde éste quiere llevarle, y es por su esfuerzo y la gallardía de su pluma ameno y sugestivo, hasta cuando describe escenas y lugares ocasionados á grave riesgo en temperamentos que no estuvieran tan discretamente formados como el de Arturo Reyes.
Pero concretemos algo acerca del asunto que es alma de La Goletera, y digamos lo que en síntesis viene á ser argumento de libro tan con justicia aplaudido.
Empieza el autor trazando admirablemente el marco que ha de servir al cuadro de su obra con la descripción de la vida social de los moradores de la calle de los Mármoles y en el corralón de Santa Isabel, en que uno de los personajes principales de la tragedia, Paco el de las Campanillas, tiene su residencia.
Paco es un excelente tocador de guitarra, el mejor de Andalucía tal vez, el mejor de los barrios extremos de Málaga desde luego, y vive en compañía de su madre, la señá Rosario, una vieja que adora en él, en una de las habitaciones del Corralón de Santa Isabel, especie de Casa de Tócame-Roque de la capital malagueña.
Paco se ocupa.. en tocar la guitarra. De eso vive.
Trini la Goletera es una andaluza morena, de ojos africanos y corazón de fuego, de poco más de veinte años, huérfana de padre, y que, como el de las Campanillas, vive con su madre, otra vieja que se mira en ella, y sólo para ella vive.
Trini, en brazos de la casualidad, viene á ponerse frente al de las Campanillas, en ocasión en que ya es tortura de los más apasionados amadores de entre la gente del bronce, por haber tomado una habitación contigua al Corralón de Santa Isabel.
De cómo se enamora el de las Campanillas de la Goletera, nos da testimonio muy elocuente Arturo Reyes, cuando hace decir al tocaor ante la presencia de Trini, á quien ve asomada á un balcón cercano al en que él se encuentra desperezándose de pasado sueño, y fumando un pitillo:
—¡Madre! ¡¡Madre!!... Venga usted. ¡Mire usted qué niña más bonita! ¿Quién es esta criatura, madre?
La señá Rosario acude á las exclamaciones del hijo, y con la frialdad de los años, sólo contesta á tanto entusiasmo dando el nombre porque pregunta su hijo. Esa, dice, es Trini la Goletera. Y ya con esto encuéntranse frente á frente los principales personajes del drama.
Corren los días. En el corazón del de las Campanillas brota un amor intenso por la Goletera, amor verdadero, que de humilde chispa tornóse en hoguera inmensa bien pronto, y en fuego devastador al fin, que amenaza devorarlo todo, al amador, á la amada, á la madre de ésta, á la del Campanillas, á cuantos en torno de la llama amorosa se mueven por una ú otra razón lógicamente humana...
Pero no adelantemos los acontecimientos, y digamos antes cómo llega á producirse esa anormalidad en el alma de todos estos personajes, para lo cual dejaremos en sus balcones respectivos y frente á frente al de las Campanillas y á la Goletera, en aquel su primer encuentro.
Hemos dicho de la Goletera algo que refleja su belleza material, pero no hemos contado que merced á ella tenía infinitos admiradores, todos en desgracia, pues cuando cualquiera de ellos pretendió llevar las cosas á mayor grado de consideración cerca de la moza, siempre que de admiradores pasaron á la categoría de pretendientes, oyeron de la Goletera invariablemente, unos y otros, la más desesperante respuesta. Aquella andaluza belleza igualaba á todos no rindiéndose á ninguno ¿Debía prometérselas más felices el famoso tocador de guitarra el Campanillas? Estudiemos el proceso del amor de éste por la Goletera.
Un día, á los pocos del encuentro de Paco y Trini, la madre de ésta cayó en cama con enfermedad gravísima. Una pulmonía que amenazaba dejarla á ella sin vida y á Trini la Goletera solita en el mundo. Ocurrió lo que es natural en casos semejantes. Que á casa de la Goletera acuden para ayudarla en los menesteres que el cuidado de su madre en tan grave trance exigía, no solamente Lola la de los Claveles, su prima, sino que también alguna gente de la vecindad, entre ella Paco el de las Campanillas y su madre la señá Rosario.
Cómo se portó Paco durante la enfermedad aquella, no hay para qué decirlo, constando ya hasta qué punto habíasele entrado por el alma la hija de la enferma. Él fué en casa de la Goletera verdadera providencia para todo; para buscar á los médicos á deshora, para ir á la botica, para acudir allí donde fué menester, de noche como de día. Hubo un instante, el día en que la enfermedad de la madre de la Goletera ofreció mayor peligro, en que Trini lloraba sin consuelo su desgracia terrible...
Allí surgió consolador y amante y ofreciéndose con el alma el Campanillas. La Goletera oyó aquel inesperado eco de aliento, tan hondamente sentido y tan elocuentemente expresado, con inmensa gratitud... Dió las gracias con sinceridad extrema al de las Campanillas, y éste no se sabe qué acertó á ver en la gratitud aquella, que desde aquel instante alimentó su esperanza en proporción tal que creyóse por un momento vencedor afortunado de aquella fortaleza, decidiéndose á dar, por fin, el paso en que tantos y tantos otros antes que él habían naufragado.
La madre de la Goletera sanó, y para festejar su restablecimiento, acordóse una juerga, á que, además de Trini y su madre, asistieron Lola la de los Claveles, Pedro el Pipirigaña, novio de Lola, y Paco el de las Campanillas, que, acompañado de su guitarra, prometía ser alma de la fiesta con sus primores en el arte de rasguear la vigüela, como antes lo había sido con sus solicitudes mientras la madre de la Goletera estuvo enferma.
Y allá se fueron las personas dichas al arroyo Toquero, lugar que, por sus elementos naturales, era delicioso paraje para la fiesta en proyecto.
No hacía falta —bien se vió durante la juerga—que el de las Campanillas se declarara á Trini la Goletera, pues ya ésta en los ojos del tocaor habla leído más que él pudiera decirle. La juerga deslizóse sin más incidente que uno, que ya al término casi de ella determinó el exceso de vino consumido.
A Lola la de los Claveles le dio la borrachera por mirar más que á su novio el Pipirigaña—que allí estaba, como queda dicho—á Paco el de las Campanillas. Esto no sólo excitó el amor propio de la Goletera que se abrasó en celos, sino que obligó al Pipirigaña á reconvenir á su novia y á faltar un tanto de palabra al de las Campanillas.
La Goletera, más discretamente, también reconvino á su prima por poner los ojos donde no debía. La de los Claveles satisfizo al Pipirigaña con una copla, en que se mostraba amorosa con él y le tachaba de injusto. Sólo Paco no parecía darse por enterado de nada, ocupado en tocar la guitarra y en devorar con los ojos á la Goletera. Esta actitud del de las Campanillas no satisfizo mucho á Trini, quien pensó acaso que Paco debió contestar las insolencias con que el Pipirigaña en sus celos le ofendiera. La juerga acabó, en fin, para que las cosas no pasaran á mayores, y cada cual regresó á su domicilio.
Bien al contrario de lo que por su actitud en la fiesta pudo deducirse, el de las Campanillas, que era muy hombre, había tomado nota de lo que el Pipirigaña le dijo con gran molestia para la Goletera, y aquella misma noche buscó á su ofensor, y lo que no hizo en la juerga porque era hombre que sabía el respeto que se debe á las mujeres, lo hizo entonces, provocándole, desafiándole y haciéndole, en fin, con toda la nobleza que el caso requería, un chirlo en una mejilla, con que quedó el Pipirigaña marcado para siempre.
El Campanillas fué encerrado en la cárcel, noticia que llegó á la Goletera por su prima la de los Claveles, acompañada con las maldiciones que estimó del caso, dirigidas á quien de aquel modo había desfigurado el rostro de su novio. Impresionó la nueva desagradablemente á Trini, quien, sin embargo, encontró muy de su gusto que el Campanillas demostrara su vergüenza y su valor, aunque fuera á tan dura costa para él. No podía ser que el hombre que la cortejaba resultara un mandria.
Mientras el Campanillas estuvo preso, la Goletera demostróle su predilección mandándole un expresivo recado con Pepillo el Cuchufleta. Recibió el preso la buena nueva con tal emoción, que aun dudaba de que fueran ciertos los términos satisfactorios en que se la daban. Asegurábale la verdad de lo dicho Pepillo, y el Campanillas confiesa su locura por la Goletera en un arranque tan delicado, que hasta parece impropio de los labios que lo dicen.
—Mira—le dice al Cuchufleta —, que no me engañes: que oyéndote, me ha nacío en el corazón una vara de azucenas.
Como lo del chirlo del Pipirigaña no tuvo consecuencias, con dos meses de cárcel y la elocuencia de un letrado, liquidó el de las Campanillas su vengativa acción contra el novio de la de los Claveles. Apenas dejó la cárcel, fuese á ver á la Goletera, lleno el pecho de esperanzas que pronto se enfriaron, pues Trini á la declaración del de las Campanillas, á sus ofrecimientos de vivir por ella y sólo para ella y á sus propósitos de hacerla suya, respondió que que le quería como un buen amigo, pero no podía hacer nada más en su obsequio.
Estrechó el cerco el amante, y sólo obtuvo de la Goletera la promesa de que ya que no suya, tampoco sería de otro hombre. En este punto, y cuando el de las Campanillas deja la casa de la Goletera más muerto que vivo, al ver el término de sus soñadas venturas, descúbrese el por qué Trini mostrárase tan displicente con cuantos la habían pretendido, tan indiferente á las ofertas amorosas del de las Campanillas. Trini sentía en el fondo de su alma el hielo de una deshonra en que ella no fué parte, y resultó víctima. La ocasión habíala entregado á la brutalidad lujuriosa siendo casi una niña, y ella no podía ser de nadie sin exponerse á una gran venganza, pues el autor de la infamia de que padecía, ausente de Málaga entonces, podía aparecer, y dada su ralea, más era de esperar de él una acción villana que nada meritorio.
De aquí la actitud extraña de la Goletera para con sus adoradores. Quería al de las Campanillas, como acaso quiso á alguno antes de conocerle á él, pero no se juzgaba en condiciones de corresponderle, cercada de continuo por razonables temores. La Goletera lloraba á solas con su madre su desventura y su infortunio, sentía que la pasión por el de las Campanillas le mordía muy adentro, pero se repudría y se abrasaba y se consumía, fingiendo una entereza y una indiferencia y una pasividad de que estaba muy lejos.
Mientras estos acontecimientos se desarrollaban, el marcado en la cara por Paco, el novio de Lola la de los Claveles, meditaba una venganza contra su ofensor. La preparaba ya y casi la tenía al ocurrir los hechos relatados. Ofreciósela la llegada al muelle de Málaga del Cantimplora, que atracó en una de esas expediciones de españoles que devuelve la República Argentina.
De este nuevo personaje sábese en la población andaluza que emigró un día, como tantos otros, y que vuelve á su tierra con algunos pesos que ganó, no se dice en qué. Amigo el Cantimplora del Pipirigaña, con él vive casi á diario desde su vuelta á Málaga. Joven aún el Cantimplora y con algún dinero, nada más lógico que piense en casarse; ya decidido á ello, el Pipirigaña oriéntale hacia la Goletera, mujer para él que ni pintada, si no fuera porque es finca que guarda cautelosamente Paco el de las Campanillas.
El Cantimplora, reputado de siempre en la Goleta como hombre de pelo en pecho donde los hubiera, no había de detenerse por el único pero que á la Goletera poníale el Pipirigaña ¡La Goletera! Tenía esta mujer para el Cantimplora el amargo de un recuerdo que guardaba muy hondo hacía algún tiempo, y sólo para él. No habló jamás á nadie de la cosa, pero por su acción infame con aquella mujer, acaso se fué él á América, como quizá su vuelta obedecía á haber sabido que el padre de la Trini—otro bravo—había ya muerto y no podía hacer en él la prometida justicia.
El Cantimplora, no obstante el recuerdo, aguijado por el incentivo de la pintura que de la Goletera le hacen, muy otra entonces de cuando él la ofendió, decídese á probar fortuna cerca de ella. Su plan consiste en ofrecerle una reparación á la honra por él mancillada, casarse con ella, si le admite, poner después con sus ahorros y los de Trini una carnicería, y por último, si hay alguien que se oponga á semejante programa, quitarle de en medio del modo que sea menester.
Y dicho y hecho. Preséntase el Cantimplora en casa de la Goletera. Repuestas ésta y su madre de la sorpresa que tan inesperada visita les produce, convencen al hombre de lo loco de su pretensión, demuéstranle el horror que les produce y le quitan toda esperanza de realización de sus proyectos. El desairado pretendiente despídese de la Goletera, prometiéndola que, si no es suya, tampoco permitirá que sea de otro.
Tras varios días de ausencia completa del Campanillas, ocúrrele rondar á la Goletera el día en que va el Cantimplora á exponer sus pretensiones. Ve el de las Campanillas salir al que toma por su rival, y ciego de ira, preséntase á la Goletera, la increpa y le pide cuentas de su conducta.
La muchacha niégase á lo que la exige el de las Campanillas. No tiene usted derecho—le dice—á recriminarme, y remordiéndose el corazón, le añade: Usted no es nada mío; y le muestra la puerta por donde tan atropelladamente entrara.
El de las Campanillas, en un rapto de locura, quiere deshacer á la que es causa constante de sus inquietudes, pero se repone un poco y sale como de huída.
Ya están todos los factores del drama en acción.
Paco vuélvese á su casa desesperado á buscar en el calor de su vieja el consuelo que el amor le niega. El Cantimplora mal devora su despecho en disquisiciones con el Pipirigaña, quien le objeta para exacerbarle más en contra del de las Campanillas:
—Ya te decía yo que esa finca estaba mu bien guardá.
La madre de Paco maldice hasta la hora en que su hijo conoció á la Goletera. La de Trini reniega del momento en que conocieron al ladrón del Cantimplora, y en esta intensidad de pasión camina la novela hacia su fin.
Si odio tiene el Cantimplora á Paco el de las Campanillas, éste no odia menos al Cantimplora, en quien encuentra el enigma del desvío que Trini le manifestara. Adivínase claramente que el choque de estos dos hombres será terrible.
La madre de Paco, ¡madre al fin!, no se resuelve á una actitud pasiva. Sale de su casa, entra en la de la Goletera, y á ésta dícele tales cosas en defensa del amor de su hijo, y tantas en contra de la conducta que la Goletera sigue con él, que á punto está la muchacha, agotado el sufrimiento, y en lógico desborde del amor que por Paco siente, de confesar las causas de una conducta que todos juzgan inexplicable. Véncese otra vez y deja salir de allí á la madre del de las Campanillas en un mar de confusiones y sin nada concreto que poder decir á su vuelta al hijo que la aguarda.
Mientras se desarrolla en casa de la Goletera la anterior escena, el Cuchufleta, que acompaña á Paco constantemente en la tarea de ahogar en vino sus ansias amorosas, ha llegado á casa de éste, y vaso tras vaso toma una borrachera fenomenal mientras da esperanzas en su cuita amorosa al de las Campanillas. Llega la madre de Paco, cuenta á su hijo la entrevista que con la Goletera ha tenido, tórnase Paco todo curiosidad por saber hasta los menores detalles, y el Cuchufleta apenas le deja oir con sus continuas interrupciones de borracho latoso.
—Voy á dejar á este en su casa—dice Paco á su madre—, y vuelvo á que me lo cuente usted todo.—Sale con el borracho á la calle, éntrasele á pesar suyo en una taberna, sigúele Paco para sustraerle al peligro, y en esto aparece en la misma tienda Pedro el Pipirigaña, el señalado por Paco en la cara y el inseparable del Cantimplora.
Los que beben en la tasca preguntan al recién llegado por su amigo el Pipirigaña, vengativo siempre, y como si no hubiera visto á Paco, responde:
—¿El Cantimplora? El Cantimplora va ahora mismo á dar un bocado á la manzana más bonita de todos los manzanos de la Goleta.
Al oir esto Paco el de las Campanillas, se va al Pipirigaña como una flecha, y dándole en el hombro le pregunta si podría él decir qué manzana es esa que va á morder el Cantimplora.
—No hay inconveniente—le responde aquél—; la que á usted le parezca la mejor manzana de la Goleta, esa es la que va á morder el Cantimplora ahora mismito.
El de las Campanillas, fingiendo gran tranquilidad, deja la taberna, toma rumbo distinto al que realmente quiere seguir, para no denunciar sus propósitos, dirígese rápidamente á casa de la Goletera y llega á la puerta de la habitación de ésta al tiempo en que el Cantimplora segunda vez prueba fortuna en sus pretensiones. Oye Paco la nueva declaración, pero oye también algo que habla de deshonra, y al lado de la
ardiente confesión de cariño que por él hace Trini, siente que algo se le agarra al pecho y se lo oprime amenazando ahogarlo. Aquel odiado rival es quien deshonró á la Goletera, sí; escucha la confesión de Camtimplora, cuando vencido por un sentimiento generoso, casi inverosímil, y desde luego único en él, promete respetar la voluntad de la Goletera, que está por Paco y solamente por él, y no meterse con el Campanillas para nada.
Generosidad tardía. Paco comprende que su dicha es imposible mientras el Cantimplora viva; le acecha, le aguarda y le desafía.
Los dos rivales están frente á frente, y como son muy hombres, escogen pronto lugar apropiado al duelo.
Al saber el Cantimplora el nombre de quien había llevado al de las Campanillas á casa de Trini, replica: Si usted no me mata, yo enseñaré á ese mozo á que vengue sus cosas él solo.
Y con esto empieza el duelo, demostrando guapeza y serenidad increíble los dos tiradores de navaja. Iba á rendirse ya á la fatiga el de las Campanillas por el continuo ir y venir, saltar y agacharse en busca ó en defensa de su contrario, cuando en un supremo esfuerzo alcanzó con su arma el pecho enemigo. El Cantimplora cae bañado en sangre, exclamando:
—¡De las de chipé! ¡Valiente cartel te ganas!
La herida era enorme. Llevado el Cantimplora al hospital, se moría á chorros cuando llegó el juez, y á sus preguntas de ¿quién le ha herido á usted?, el Cantimplora, agonizante, exclama:
—¡El Pipirigaña! ¡El Pipirigaña!
Este nuevo é inesperado arranque generoso del Cantimplora, sobre servir como venganza suprema contra un cobarde, devuelve la felicidad á dos corazones dignos de ella. Paco el de las Campanillas y Trini la Goletera pueden ser dichosos. ¡Con qué fiebre no se cobrarán de un amor que les costó tanto!
Asi termina Arturo Reyes su hermoso libro, libro cuyo estilo es siempre adecuado, trasunto fiel de un pedazo de vida, reflejo acertado de afectos y pasiones, y respecto del cual no cabe decir más que, puesto que en él ha salvado el autor con inspiración dichosa y arte magistral las dificultades inherentes al género á que pertenecen los personajes que le dan vida—según expresión del insigne maestro D. Juan Valera—, es justo que se rinda la voluntad y el espíritu, como en efecto se rinden, á su lectura, y merece en la expresión más amplia el unánime aplauso con que lo han recibido el público y la crítica.
FÉLIX DE MONTEMAR
2 comentarios:
Esta crítica tan bien elaborada podría ser de Espronceda, pues se firma parece ser con un seudónimo que corresponde con el principal personaje de "El estudiante de Salamanca", obra de dicho autor.
Muy interesante. Gracias.
Querida Pepa, por desgracia, Espronceda murió a mediados del siglo XIX.
En internet he encontrado que el pseudónimo Félix de Montemar fue utilizado por el periodista madrileño Fidel Melgares.
Muchísimas gracias por el comentario y por tu apoyo.
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