viernes, 7 de diciembre de 2012

Desde el surco


Reseña publicada en El Imparcial el 4/4/1896, página 4.

DESDE EL SURCO

Poesías de D. Arturo Reyes.—Carta-prólogo de D. Gaspar Núñez de Arce.—Madrid, librería de Fernando Fe, 1896.

Desde que los... incalificables decretaron la muerte de la poesía, quién sabe si movidos de un sentimiento análogo al que pudieran pretextar los murciélagos si se decidiesen á pedir la supresión de las águilas, no tienen las prensas momento de reposo; tan frecuente y copiosa es la producción poética.

De injustos pecaríamos si por contradecir á los adversarios de la forma consabida sustentásemos la bondad de todas las colecciones de Versos publicadas de algún tiempo á esta parte. La mayoría parece haber sido dada á los vientos de la publicidad con el deliberado propósito de probar, como tres y dos son cinco, que gran número de vates abrevan en el pilón de Helicona, imposibilitados de beber en los manantiales purísimos de la Castalia, y que no pocos van, en vez de jinetes en el alado bruto, asidos á la robusta cola de Pegaso. Pero así como en estéril desierto hay oasis deliciosos donde las extenuadas caravanas logran saciar la sed y reparar las ya casi agotadas energías, también en medio de esta superabundancia de copleros, mediocres muchos, insignificantes los más, aparecen de vez en cuando algunos poetas dignos del favor del público y acreedores al examen de la critica. Al número escaso de los escogidos pertenece D. Arturo Reyes, autor del volumen intitulado Desde el surco.

Prosáico es el titulo. Aunque se corresponde justamente con la idea predominante da la obra, quizá debiera el Sr. Reyes haber elegido otro que respondiendo con igual exactitud al pensamiento capital del libro, lo sintetizara de distinta manera. La estética, necesaria en todo, lo es más aun en una colección de renglones desiguales.

Por fortuna, el mal efecto que causa Desde el surco visto ó leído por el forro, se trueca en placentera sensación á medida que el lector va devorando, una tras otra, las composiciones del tomo, composiciones en las cuales, si existen descuidos que censurar, abundan, en cambio, plausibles aciertos.

Si el limitado espacio de que disponemos lo consintiese, trascribiríamos de bonísima gana cualesquiera de las poesías del Sr. Reyes con objeto de que los lectores de EL IMPARCIAL admiraran sin necesidad de ajenos encarecimientos el buen gusto del poeta, y apreciaran por sí mismos con cuánta soltura maneja el metro, con cuánta exactitud emplea el vocablo, con cuánta parsimonia utiliza el tropo y con cuánta precisión establece la imagen.

En la imposibilidad de hacerlo así por el motivo indicado, nos limitaremos á recomendar la lectura de las composiciones poéticas del Sr, Reyes, en las cuales, así en las amorosas, como en las descriptivas, como en las genuinamente líricas, hay, según ya hemos dicho, bastante que aplaudir.

El Sr. Reyes, que está dotado de talento nada común, que lo sabe y que sin duda por eso no se cansa de darse palmadas en la frente diciendo, como Chenier, «aquí hay algo,» sueña sin cesar con el renombre. La pena de no alcanzarlo; la amargura, no exenta de envidia, que le posee viendo cual otros se encumbran en tanto que él se queda abajo, en el surco, le arrancan trágicos gritos. Falto de la resignación cristiano-filosófica, inseparable compañera del mérito altivo, no formula una queja sin acompañarla de una protesta. La ilusión perdida, la celebridad, fuego fatuo que más le huye cuanto más lo persigue, le hacen prorrumpir en deprecaciones y en lamentaciones que no carecen de belleza, porque siempre ha sido, es y será, el dolor elemento poético de primer orden.

En muchas de las poesías del libro se revela el pensamiento fijo, lo que los incapaces de sondar en el abismo del corazón humano llamarán, tal vez, la monomanía del poeta.

Dad, pues, al ilustre vate franca acogida
al que humilde en la sombra su voz levanta;
¡que el que canta en la cumbre le de al que canta
en el fondo del surco la bienvenida!

Con esta deprecación dirigida al cantor de Raimundo Lulio y del Idilio termina el Sr. Reyes la composición-prólogo titulada Mis versos.

Dirigiéndose á un actor, su amigo de la primera juventud, que ha logrado cierta notoriedad, exclama:

... Tú ya no mirarás, como yo miro,
brotar de las penumbras
de los sueños fatídicos la escueta
y amarga decepción, siempre vestida
de ilusiones ya muertas...

Recuerdos, A Espronceda, Divagaciones y otras poesías, están llenas de amargos reproches al adverso destino.

Jamás encuentro á mi lado
en la terrible contienda,
de una esperanza la ofrenda
que me aliente y que me escude;
ni hallo nadie que me ayude,
ni nadie que me comprenda.

Así se expresa en una de las hermosas espinelas de Recuerdos.

La desesperación producida por el semi-anónimo va en crescendo hasta que por fin el poeta, cansado de luchar, desesperanzado, rendido, dice á su «alma» en el cuarteto con que pone remate á los preciosos tercetos de la última composición del libro:

Deja ya reposar al que ha bebido
del tósigo mortal la última gota;
déjame al lado de mi lira rota
ya para siempre descansar vencido.

La muerte causada así, por envenenamiento poético, es muy artística; pero quien siente y piensa como el Sr. Reyes, y quien como el señor Reyes sabe expresar con tanta gallardía su sentimiento y su pensamiento, no tiene derecho al descanso. Seguros estamos de que no descansará porque es poeta, y los poetas—ya lo dijo el autor de El último Abencerraje,— son pájaros á quienes cualquier ruido hace cantar.

Si nosotros estuviéramos autorizados para ello, reprenderíamos fraternalmente al señor Reyes por su desmesurada ambición de ser famoso. La fama se adquiere con facilidad en este país de los ilustres, de los eximios y de los egregios. Cualquier insignificante la obtiene sin gran esfuerzo, y cualquier osado sube y sube por razón de su vacuidad hasta perderse de vista. Pero ¡ay! esas elevaciones son efímeras y cuestan caras. En cuanto los globos llegan á determinadas alturas, estallan y vienen á tierra hechos pedazos. Cosa muy distinta la gloria, se va formando como las estalactitas y las estalagmitas en las grutas, merced á una labor silenciosa é inadvertida para el vulgo, que un día, el menos pensado, se detiene lleno de admiración, deslumbrado por resplandores cuya existencia ignoraba. Demos, pues, tiempo al tiempo, que él hará justicia a quien la merezca.

Por otra parte, ¿á qué apetecer la notoriedad si una vez conseguida solo contrariedades y desazones acarrea? Quien merecidamente la obtuvo es con frecuencia blanco de la ruin envidia, de la soez injuria y del grosero ultraje. Amarrado al duro banco de la fama, forzoso le será sufrir sin quejarse la flagelación contínua de los necios.

La notoriedad... ¡Oh! Las violetas, si las violetas se hallan dotadas de alma sensible, cifrarán su orgullo en llenar de suaves aromas el ambiente ocultas entre las hierbecillas del prado: los ruiseñores no buscan ensordecedor estrépito para poblar el aire de sublimes armonías, sino que se complacen en cantar en los sitios más callados y recónditos de la fronda. Procedan los vates cual las violeta y los ruiseñores, ya que en cierto modo tanto se asemejan á ellos, y den sus canciones y el «perfume de sus canciones» sin cuidarse de la remuneración ni del aplauso. De no hacerlo así, más valdría que se arrancaran de las sienes la corona de laurel, vistieran el traje histriónico del juglar, y, birrete en mano, fueran de villorrio en villorrio recitando coplas para regocijo de la muchedumbre.

Declamos que los versos del Sr. Reyes no están exentos de lunares, pero ¿para qué notarlos?

«Manchas hay en el sol, lo cual no empece que sea el astro rey padre del día».


N. REY DÍAZ

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