lunes, 24 de diciembre de 2012

Reseña sobre El lagar de la Viñuela



En marzo de 1896, y con ocasión de haber dado á la imprenta el Sr. Reyes el tomo de poesías que lleva por título Desde el surco, decía yo, desde las columnas de la revista profesional Centro Pedagógico, que, en cuanto se despojase el poeta del pesimismo no sentido que le embargaba y que le hacia aparecer como un romántico que sólo sentía la inspiración de un monoideismo, habría de destacarse la figura del genial cantor, con caracteres propios y matiz peculiarísimo, en nuestras corrientes literarias. 

Al afirmar, en aquel entonces, tal extremo, lejos estaba de pensar que el autor de tan bellas composiciones abandonase la lira, para entrar de lleno en el campo de la novela, y así, cuando en el pasado año dio á luz el Sr. Reyes su obra Cartucherita, creí que la producción no habría de señalarse sino como un intento de pintura ó como un descanso en la labor poética. Recuerdo que, en el almuerzo que amigos y admiradores de Reyes organizaron, en el pasado abril, para festejar el triunfo de Cartucherita, hubo de sentarse á mi lado Gonzalito Anaya, un joven que promete mucho, y con él me condolí de que Reyes hubiese dejado el verso para cultivar la novela. 

Hoy reformo mi juicio, aun lamentando que el autor de El Contrabandista haya relegado al olvido las musas; y tanto más es este mi juicio sincero, cuanto dejo sentada mi equivocación; y, como palpable prueba de lo que Reyes puede hacer y da lo que hace, aparece hoy El Lagar de la Viñuela, no ya como un cuento más ó menos determinado por el estudio de caracteres y temperamentos (que, en mi concepto, es lo que. informa la novela Cartucherita), sino como una verdadera novela, en la que resplandece la personalidad artística del autor de tal forma, que quien conozca á Reyes sabe que no pueden ser de otro aquellos giros y aquella diáfana belleza que se transparenta tras los bellísimos diálogos, y, quien personalmente no le trata, fácilmente puede reconstruir la personalidad, merced á la lectura de cualquiera de los bellos capítulos que componen el libro. 

Se ha asegurado por un eminente crítico, al tratar de la obra que motiva estas líneas, que el autor de El Lagar de la Viñuela presiente lo bello, supliendo con este innato presentimiento su poco conocimiento de las literaturas, y yo creo que no es tal presentir lo que caracteriza á Reyes, sino una vibración estética bajo cuyo influjo todo lo ve al través de un prisma de una belleza, determinada por el ambiente andaluz, que constantemente siente dentro de sí, y cuyo concepto artístico sabe expresar con tal propiedad, que son sus cuadros verdaderas fotografías luminosas de una realidad vivida. 

Salvador Rueda y Arturo Reyes aparecen hoy como cultivadores de lo que, con más ó menos propiedad, ha dado en llamarse novela andaluza: los dos han enfocado el objetivo de sus temperamentos de artista al estudio de los cuadros y costumbres de esta hermosa tierra; los dos estudian y sacan sus personajes de la realidad, y, sin embargo, la factura es distinta, como distinto es el temperamento de los dos artistas. Se distingue Rueda por su descriptiva, por su poesía, por la tonalidad de sus bellísimos paisajes, por el colorido que siente dentro de sí, apareciendo en sus preciosas novelas ese ambiente local, esa frescura propia del que ha visto y recuerda, con memoria de artista, cuadros y paisajes que emergen del fondo de antiguos y bellos recuerdos. 

Reyes, por el contrario, no tendrá esa visualidad de cuadros (tal vez porque no haya sido actor dentro de uno de esos paisajes) pero posee una facilidad pasmosa para el diálogo, conoce más lo interno y sabe buscar la emoción artística en el estudio de las pasiones, sin que por eso descienda á análisis psicológicos ni á procesos pasionales. 

La Reja y El Lagar de la Viñuela son novelas que acreditan la personalidad de cada autor. Las dos, amalgamando lo descriptivo de una con el diálogo de la otra, formarían una obra completísima. En la una, Rueda, con esa poderosa retentiva que le caracteriza para la descripción, traza páginas que son verdaderas maravillas de color y luz, y, en la otra, Reyes, viviendo en cada personaje, nos deleita con diálogos y giros, en los que no se sabe qué apreciar más: si la naturalidad ó la pintura de los caracteres. 

La fábula en que descansa la obra es sencilla: no podía ser de otra manera, siendo de Reyes, que ama lo bello en lo no complicado y que rechaza las disquisiciones psicológicas y los argumentos que son traídos para plantear una tesis ó solucionar un problema. 

En mi concepto, Reyes vio el cuadro, trató sus personajes, se bañó en la luz de los montes de Málaga, aspiró la poesía del paisaje, tal vez presenció el hecho que informa el libro, é, impregnado de todos estos elementos, recogidos, por su temperamento, estos datos, se puso á escribir, y, de un tirón, sin soltar casi la pluma, llevando al papel aquellas imágenes que se proyectaban con tanta luz en su sentir, formó El Lagar de la Viñuela, que es acreedor, por más de un concepto, al aprecio del público. 


G. PÉREZ ARROYO

2 comentarios:

Pepa dijo...

Una crítica muy emocionante en la que se realiza una comparación entre Rueda y Reyes.

Ambos fueron amigos pero Arturo se sintió decepcionado con él cuando acudió a Madrid ya que Rueda no supo prestarle esa mano amiga que tanto necesitaba mi bisabuelo en esos momentos. Quizás Rueda vio en su paisano más que un amigo a un contrincante que podía hacerle sombra y no se quiso arriesgar...

Muy buen trabajo!!!

JLG dijo...

Pepa, completamente de acuerdo en tu apreciación sobre la reseña y la relación de Rueda con Reyes.

Muchísimas gracias por tu felicitación y tu comentario.

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