jueves, 27 de diciembre de 2012

El lagar de la Viñuela. Capítulo sexto




—El mesmo, el mesmo, que es una pistola montá y tiene un corazón más grande y más duro que la piedra roá é Santa Marta. 

—¡Bah!, abuelito, parece mentira que usted diga eso; ese mozo no va á ninguna parte; á ese le injerto yo y da bellotas. 

—Pos vete con cudiao tú, no te vaya á salir la bestia respondona y jaga contigo lo que con Toval el Churumbero

—¡Qué fué lo que hizo con Toval? 

—Pos na cuasi, y eso que el mozo es de los de jierro al cinto y mano larga. 

—¿Pero qué fué lo que hizo con él? 

—Pos que Tovalillo empezó á buscarle la boca, y como Bernardo es más callao que un cerrojo, el otro se creyó que to er monte era orégano, y una tarde día e Sin Juan,—allá en la cañailla e Ponce, no sé por qué le dio un arrempujón; metió mano al corte y se fué con las de Caín pa el chavalillo; pero como éste es mu vivo y mu bruto, lo pilló en un revuelo, le quitó la herramienta, se la guardó mu tranquilo y endispués echó er cuerpo alante y quince dias estuvo Tovalico en un baño de árnica, sin que naide supiere aonde tenía los ojos, ni la boca ni las narices. ¡Como que cuando hablaba parecía jacerlo desde un sótano! 

—Pues mire usted, tío Juanillón, apesar de eso no he sentío repeluznos. Puede que algún día se entere usted de lo que da de sí la carne de ballena. Y sobre todo, Bernardo ¿qué pito toca en este asunto? 

—¿Qué pito? ¡Un millón e caracolas, camará! Pos si Dolores juera su hermana de padre y madre no la querría más que la quiere, y sobre to, que dende que los viejos están jechos tres muebles es el amo de to y allí su voluntad es el número uno y no se jace más que lo que él boquea, y jacen bien; er mozo, mejorando lo presente, es una prenda, y si el barquito sigue navegando es por él y por Agustín, que jace to cuanto puee, que puee mucho; es ya to un presonaje: es arférez. ¡Arférez en cinco años! Ya ves tú si habrá tenío que achuchar er mozo, y la verdá es que yo no sé cómo lo cuenta ni cómo ha resistió los dos balazos sin soltar la pelleja. ¡Sa menester tener duro el cuero! 

—Tiene usted razón; por más que en eso entra por mucho la fortuna. 

—Sí, sin dúa; pero también sa menester entrañitas e bronce; pos si cuando güerva sería un contra Dios no salir a recibirlo con música y fuegos artificiales. 

—¿Y se sabe cuándo volverá? 

—En cuántico trinque el otro galón, güerve pa casarse con Dolores; el hombre tiée consensia y no quiée dejar juera der palomar esa palomica blanca que le trujo er mar paso; por más que yo creo que la espiga no maura. 

—Como que parece que no es hija de Dolores. 

—Pos lo es, sigún dicen. 

—En fin, abuelo, me voy; no quiero que á la vuelta me coja la noche. 

—Pos jasta endispués, y ya sabes: mucho ojo, que la vista engaña—repúsole el tío Juanillón, levantándose para tenerle el estribo. 

Enrique montó con la ligereza propia de sus veinticinco años y partió al trote del fogoso bruto, después de estrechar la maño al viejo, que murmuró, viéndole alejarse envuelto en una nube de polvo dorado por el sol: 

—Yo ya se lo advertí, y si se emperra se la va á jallar, y si se la jalla, que con su pan se lo coma.



CAPÍTULO VI 

Un vistazo atrás 


Preciso es que antes de seguir hagamos algo de historia retrospectiva para que no vayan del todo á tientas nuestros lectores por las páginas de este libro. 

Como era de temer y como se puede deducir del diálogo mantenido por Enrique Miranda y el tío Juanillón en la venta de las Palomas, el mal paso de Agustín había tenido gravísimas consecuencias. 

Tres ó cuatro meses hacía ya que el mozo andaba á tiros con los insurrectos, cuando una tarde, Dolores, que habíase demacrado y andaba siempre con una nube muy negra encima del alma—después de contestar con un borbotón de llanto á unas preguntas de la señá Tomasa, un poquito puesta en cuidado con el á ojos vistas desmejoramiento de la Viñuela,— arrojóse ésta al cuello de su tía, que la llevó á su cuarto, donde sostuvieron una larguísima conversación. 

Al salir la señá Tomasa y Dolores de la estancia donde hubo de tener lugar la conferencia, lo hizo la primera con el rostro purpúreo y las manos en las sienes y la segunda con los ojos escaldados y las mejillas como la grana. 

—Por la Virgen Santísima, tía Tomasa, por la Virgen Santísima no le diga osté na al tío; mire osté que si se lo boquea me tiro por un barranco. 

—Hay cosas que no se pueen callar manque se quiera, Dolores; hay cosas que pa no verlas hay que saltarse los ojos. ¡Charránl ¡Y lo que ha jecho! ¡Dios mío y lo que va á decir tu tío cuando se entere! ¡Qué esazón más grande, Virgen santa, que esazón más grande! 

Cuando la noticia le fué administrada al Sr. Juan, lo cual hizo la señá Tomasa con la mayor delicadeza, y el viejo pudo darse cuenta de lo ocurrido, ¡Dios de Dios!, tuvieron que dejarlo solo. ¡Vaya un genio el del hombre! Él tardaba en irse del seguro, pero cuando se iba era un trabucazo; verdad es que la cosa era para arrancar á cualquiera. Si Bernardo era su mano derecha, Dolores era el más dulce de los recreos de su vejez. Dolores se lo había ganado con sus buenas acciones y sus zalamerías, y la traición de Agustín le dolió como una puñalada. 

Durante varios días nadie se atrevió á mirarle frente á frente. Como que los pasó el hombre hablando solo, mordiéndose los pulpejos, peleando con su sombra y sembrando el aire de amenazas que metían miedo. 

Al fin y al cabo, como no hay temporal que no amaine, tornaron las aguas al río, y 

—No llores más—dijo bruscamente una tarde á la muchacha,-no llores más. ¡Lástima que á un parral tan gracioso le haya caío la ceniza! Y to por ese zanguango que no vale lo que un jálito de tu cuerpo; en fin, á lo jecho, pecho; yo le pondré á ese mozo cuatro letras que le van á picar más que un pimiento chirle; eso ha sío un sacrilegio; tú debías haber estao pa él más sagrá que la Virgen en la ermita. Ha escupío á lo alto y á tos mos ha llenao la cara e saliva; pero lo que él ha ensuciao sa menester que lo lave, y lo lavará, ¡vaya si lo lavará!, jasta que te deje otra vez más blanca que la flor del armendro. 

La carta á Agustín fué motivo de grandes discusiones. ¿Quién la iba á escribir? Ninguno de los de casa se atrevía á llevar á cabo obra de tales magnitudes; tampoco era cosa de poner á un extraño al corriente de lo que ocurría; el mal grano se muele en molino propio. Unos opinaron que el señor cura, otros que el maestro, otros que el arzobispo de Sevilla; pero cuando ya todos se desesperaban ó, mejor dicho, votaban por el primero, el Sr. Juan se dio en una pierna un manotazo capaz de truncar una pirámide y murmuró con aire de triunfo: 

—Ya sé yo quién la va á escrebir sin que se entere naide. 

Y sin exponer la idea concebida, retiróse á descansar, para á la mañana siguiente, cuando aún las estrellas esmaltaban el azul, coger el jaco y salir con dirección á Málaga. 

Apenas hubo soltado, ya en la capital, en el parador de San Rafael, especie de Hotel Roma para los próceres de Iznate y Alfarnatejo y otras parecidas procedencias, apenas hubo soltado el jaco, repetimos, se dirigió y metióse en uno de los portales de memorialista de los varios que aún viven en la ciudad bravía de las doscientas tabernas y una sola librería, á expensas de soldados amantes, criadas enamoradas y labriegos sin acepillar. 

El memorialista, un viejo obeso, pulcro, sonriente, con gafas de oro, calva medio cubierta por un gorro, color sano, bigote encanecido y mirada maliciosa, hízose pronto cargo de aquel mal negocio, y después de acariciarse durante algunos instantes con el extremo de la pluma las mejillas, con aire grave y meditabundo dio comienzo al trabajo en hermosos y clarísimos caracteres. 

Cuando hubo terminado, leyó para sí lo escrito con gran atención, ultimó con algunos acentos, puntos y comas la inspirada página, y después, volviéndose con aire de docta suficiencia hacia el Sr. Juan, dio lectura en alta voz á la carta, que era una filípica capaz de conmover, no ya á Agustín, sino á la mismísima roca Tarpeya. 

—Mu rebién que está eso; ¡pero mu requetebién! 

—¿Y quién firma? 

—Ponga osté: Tu padre. 

—Hombre, siempre se pone, el nombre de pila. 


(Se continuara)

1 comentarios:

Pepa dijo...

Siempre había oído eso de "Málaga, ciudad bravía de las doscientas tabernas y una sola librería", pero no sabía que la escribió mi bisabuelo. ¡Qué bonito este capítulo , habla del Hotel Roma, del Parador de San Rafael, y de los memorialistas…!

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