jueves, 31 de enero de 2013

¡Dios te salve, maestro!

Publicado en: La Unión ilustrada. 20/2/1910, página 7 y 8

¡Dios te salve, maestro!

¡Arturo Reyes! ¡Cuantas alegrías! ¡Cuantas horas de gozo le debe mi espíritu á este hombre insigne, lleno de modestia, que ha encerrado su vida en este rincón de sus amores, en Malaguita la bella!
 
¡Dios te salve, maestro! Tú eres el cantor de Andalucía. Por la magia de tus escritos divinos, la gentes saben de nosotros, de nuestras pasiones, de nuestras costumbres, de nuestro cielo azul y de nuestras mujeres y nuestros hombres.

Tus paisanos, si dejaran, por un instante no más, la pereza innata de la raza, debieran levantarte un monumento, como recuerdo eterno de tu gloria.

¿Quien, como tú, logró juntar las saludables alegrías andaluzas, las hondas penas de nuestros amores, la voluntad bravía de nuestras hembras y el carácter noble y jactancioso de nuestros hombres? Tu espíritu observador buceó allá dentro de nuestros corazones y tu pluma trasladó al papel con indelebles trazos el sello personalísimo de nuestra raza. Tus obras vivirán lo que viva el Arte. Tu nombre irá unido al de la historia de Málaga, y las generaciones posteriores rendirán el tributo de su admiración á esas joyas de la bella literatura que se llaman «La goletera,» «El lagar de la Viñuela» y «Cartucherita.»

Málaga, como una de esas mujeres de tus libros, de ojos de antílope y pelo de azabache, arrullada por el murmullo de las olas y envuelto su busto arrogantísimo en un pañolón de Manila, te mira con ojos de gratitud y de amor, como á hijo predilecto.

Tú eres la gloria, el orgullo de nuestra tierra. Como poeta, tienen tus versos el encanto oriental de las poesías del cordobés Abul-Beca y como novelista tu nombre figurará en primera línea en la historia de la república de las letras españolas.

Yó, el primero de tus admiradores y el último de los escritores andaluces, te venero como á un dios y quisiera  coronar tus sienes con laureles y con mirtos, como pobre homenaje de mi culto idólatra hacia tu arte maravilloso. 

¡Maestro, rey, cantor divino, poeta excelso, Dios te salve!
                                     
                           CARTUCHERITA. 

Gracias á la amabilidad de nuestro querido amigo el eminente escritor don Arturo Reyes, podemos ofrecer al público dos bellísimas composiciones poéticas, inéditas ambas, que formarán, parte de su libro «Béticas,» próximo á publicarse.
 
El nombre de su autor nos releva de elogiarla. ¡Con decir que son de Arturo Reyes..!
   
Hélas aquí:

Plegaria

 Llega ante el ara con paso lento,
y al par que Inclina la tersa frente,
que abrasar quiere su pensamiento,
dice, de hinojos, con dulce acento
la penitente:
Madre divina de los pastores,
luz increada del alma mía,
dulce consuelo de pecadores,
áncora bella, flor de la flores,
Virgen María.
 
  Urna celeste, fuente sellada, .
lirio fragante que el cielo orea,
nívea paloma de Dios amada,
Tú la elegida, la Inmaculada
de Galilea.
 
Tú, que en quien lloras secas el llanto,
broquel divino que nos escuda;
Tú, que mitigas todo quebranto;
Tú en toda herida bálsamo santo,
ven en mi ayuda.
 
Ven, que ya empiezan mis azahares
á marchitarse, que mi contento
ya la fortuna trocó en pesares;
ven, que ya huye de tus altares
mi pensamiento.
 
Mi pensamiento, que, conturbado
y enloquecido, rasgar pretende
las níveas galas que Dios le ha dado;
ven, que ya un fuego por mí ignorado
toda me enciende.

Un dulce fuego que me envenena,
que en mi alma esfuma tus claridades;
un dulce fuego que me enajena
y que mi pobre corazón llena
de tempestades.

Tuya tan sólo yo ser quería;
repetir sólo tu sacro nombre;
mas llegó un hombre junto á mí un día,
y con amante melancolía
díjome el hombre:

Yo de cariño por tí me muero;
tú eres la imagen que yo he soñado;
de ti tan sólo la dicha espero;
tú eres la palma que en mi sendero
Dios ha sembrado.

Para mi puso pródigamente
tantos fulgores, tantos hechizos
en tu mirada resplandeciente;
para mí puso nieve en su frente
y oro en tus rizos.

Dios, con las luces con que iluminas
cuanto contemplas, me galardona;
que son tus besos las golondrinas
que han de librarme de las espinas
de mi corona.

Así me dijo, con voz que aún suena
dentro del alma, cual un murmullo
donde su ritmo puso la pena;
voz de tan hondas ternuras llena
como un arrullo.

Y de aquel hombre, desde aquel día,
la imagen flota como en sus lares,
dentro de un alma que ya no es mía,
que te han robado, Virgen María,
de tus altares.

Te la robaron su voz tan grata,
que en mí despierta dulces antojos,
y algo sin nombre que me arrebata
cuando contemplo cuál se retrata
su alma en sus  ojos.

Su alma que envuelven densas neblinas...
Sufre, y lo sigo... Madre, perdona; 
mas son mis besos las golondrinas
que ha de librarlo de las espinas
de su corona.

Cantar

 Ayer me dijistes que hoy;
hoy me dices que mañana,
y mañana me dirás
que se te quitó la gana.

En el desierto

Así cantó el berebere
cruzando los arenales
sobre el corcél [sic] que prefiere.
Gacela de las dunas; paloma de los cielos;
más blanca que la espuma del mar y que los velos
de Cos y Cachemira;
que como perfuman los campos los rosales,
y las santas mezquitas las mirras orientales,
perfuma con su aliento la onda que respira.

La que hace que del cielo olvídese el asceta,
por la que de su guzla al son canta el poeta
sus trovas africanas;
aquella por quien llenos de afanes los infieles
trocaran sus vestidos por blancos alquiceles
y por corvos alfanjes sus hojas toledanas.

Aquella que se cimbra si el céfiro la orea,
la que cuando camina parece que aletea
para tender el vuelo;
la que es entre las bellas más bellas que el sol baña,
 lo que es entre las verdes colinas la montaña,
lo que entre las estrellas la luna es el cielo.

La que más incentivos y encantos atesora
 que Medina creyentes, que jardines Bassora,
que goces el serrallo,
que tintas el celaje, que el astro centelleos,
que celdas los panales, que el pájaro gorjeos
y que mi vida hazañas y crines mi caballo.

Tú aquella por quien muero de amor, ven á mi tienda
de pieles de camellos y te daré en ofrenda
de amor, ricos collares,
de sangrientos rubíes y perlas irisadas,
y túnicas y velos de urdimbres recamadas
y ajorcas relucientes y anillos á millares.

Tendrás siempre a tus plantas sedosas alcatifas,
más muelles que las muelles que huellan los Califas,
y espléndidos cojines
y tules tan ligeros cual lo es el viento alado
y pérsicos tapices y un lecho regalado
por esencias de rosas y esencias de jazmines.

Tendrá cuanto acaricie tu mente soñadora,
tu esclava será el alma del hombre que te adora;
tendrás, mi hermosa ingrata,
si quieres, cuanto quiera mirar tu ojos bellos,
bajo mi tosca tienda de pieles de camellos
en cofres primorosos de sándalo y de plata.

Así cantó el berebere
cruzando los arenales
sobre el corcel que prefiere.

ARTURO REYES        


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