lunes, 21 de enero de 2013

En Capuchinos

Publicado en: El Heraldo de Madrid. 26/12/1906, página 3.


EN CAPUCHINOS

Brilla el sol y brilla el cielo
como de zafir purísimo;
llenan los campos de aromas
el ambiente cristalino,
y por las calles dal barrio,
en bandurrios y en corrillos,
dan al viento sus decires
las hembras de más tronío
y los más de pelo en pecho,
del bronce, de Capuchinos.

A los mal templados sones 
de un mal templado organillo,
baila un tropel de muchachas;
en un taurómaco circo,
los rapaces, el arroyo,
convierten, y los vecinos,
á quienes rinden los años,
en las aceras tendidos,
ó sentados en las puertas
de los blancos edificios,
en que rejas y balcones
son verdes y reducidos
jardines, en sol se bañan,
entre el gallo que, cautivo,
en la nasa cacarea,
y el perro que, al griterío
de los rapaces, se asocia
con su estridente ladrido.

«Niñas, aquí está el florero»,
grita con acento rítmico
el florero, que sus flores
ve trocadas en cintillos 
y en joyas de pedrería
del sol al beso, y un himno
entonar todo parece
á la vida, y al unísono
suenan requiebros y júcaras,
y músicas y estallidos,
y regaños y pregones,
y vocear de chiquillos,
y alegres repiqueteos
de campanas.

Bien vestido,
bien lavado, bien planchado,
bien peinado y tan provisto
de dijes el calabrote
como las manos de anillos;
el pantalón estallante
en cadera y amplísimo
á lo largo de la pierna
y ajustado en el tobillo;
el brodaquín, de caladas
punteras, y tan ceñido
el marsellés, que semeja
un jubón; echado el fino
pavero sobre la frente,
lleno de arrogancia y brío
y con paso primoroso,
llega á la Carrera el Niño
del Tulipán en demanda
de la Niña del Chilindro,
que en una ventana luce,
dándole envidia al mismísimo
sol que reluce, su cara
y su cuerpo, dos prodigios
en uno sólo engarzados;
y su crujiente vestido
de percal; su chaquetilla 
azul, que los incentivos
arrogantes de su seno
modela; en dorados rizos
sobre la pálida frente
el cabello, en que prendidos
y abrasados se marchitan
dos claveles purpurinos,
y adornadas las orejas,
tan chicas como granizos,
con lucientes arracadas
cordobesas, de oro fino.
 Y al llegar frente á la reja
el Tulipán, decidido
á la reja se aproxima;
contempla á la del Chilindro
cual si fuera á hipnotizarla;
da al aire sus dientes nítidos
en estudiada sonrisa,
y con dulce y persuasivo
acento exclama:

— ¡Dios guarde
a la que eligió el Altísimo
pa que á mí me dé la muerte
cien veces con esos pillos, 
con esos dos petroleros,
con esos dos asesinos
que le ha puesto á usté en la cara! 
—¿Y qué hace usté con el pito
que no lo toca, so tonto? 
—Tonto, no; loco perdío; 
pero tan loco, ¡so mala!,
que si pronto no me alivio
me voy á dir á los Ángeles
con tós los que en aquel sitio
están por mó de esa cara.
—¿Y son muchos?

—Yo, de fijo,
no lo sé; mas me parece
que son más de ciento y pico ,
de millones y millones
y millones.

—¡Probeticos!
Créalo usté que me da pena
y que lo siento muchísimo; 
pero entre tantos millones
de locos no está mi tipo,
el tipo que á mí me gusta
precisamente.

—¡Preciso
que asín sea! ¿Y quién es ese 
que á usté le gusta?

—Un mocito
que parece embarsamao;
un forastero más vivo
que el azogue, más gracioso 
que toita España, más listo 
que Cardona, más gitano
que Heredia, más rebonito 
que un relicario de plata
y con más viento que un piso
cuarto en las casas de campo;
uno que aquí se ha venío
de no sé donde, diciendo 
que ná más que con un guiño
mata una tórtola, y como
tó eso es verdá, pos yo, hijo,
desde que lo vi no duermo,
y si duermo no espabilo,
y no como, y cuando como
me echo á morir; mas de fijo
quo esta noche como y duermo
como una marmota.

El Niño,
con las cejas tan fruncidas
como el rostro contraído,
después de haber escuchado
cuanto la Niña le dijo,
entre humillado y celoso,
entre iracundo y corrido, 
exclamó:

—¡Várgamo er cielo!,
y qué suerte que ha tenío
ese gachó qué usté dice;
pero, en fin, como es mi amigo,
y ha de alegrarse, me voy, 
señora, á escape á decírselo.
Y arrojando una mirada,
que á poder en explosivo
trocado hubiera, metióse
las manos en los bolsillos
del marsellés, cimbró el talle,
escupió por el colmillo
y se alejó lentamente; 
mientras con gracioso estilo
y á media voz, en su reja
cantaba la del Chilindro:
«Se gusta más que le gusto;
se quiere más que me quiere,
y los hombres que se gustan,
no gustan á las mujeres.»
                                                                    Arturo Reyes

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