martes, 8 de enero de 2013

El lagar de la Viñuela. Capítulo decimosexto



Al salir al arroyo los dos en silencio y mirándose a hurtadillas, y al llegar á la cuesta que conduce al edificio, se tropezaron con el cortijero de Majá Nevá, que, al verlos, canturrió con voz cascada y sonriendo maliciosamente:

Ya pá los palomares
van las palomas,
y volando se arrullan
unos á otros.

Dolores enrojeció súbitamente, y Bernardo miró con rabia al cortijero que al terminar su copla les dijo:

-Ahi sus he dejáo una carta que ma dao Toñate er cartero pá ajorrarse el camino.

Cuando llegaron al llano, la señá Tomasa agitaba alegremente un sobre, y al verlos aparecer en el llano, les gritó:

-Oye, Dolores, Dolores, carta de Agustín.

La noticia hízole perder á la muchacha las tintas purpúreas que pusiera en sus mejillas la copla del cortijero de Majá Nevá, y á Bernardo subírsele toda la sangre á la cabeza.

¡Vaya un día que había proporcionado la mala suerte á los chicos del lagar de la Viñuela!¡Vaya un día!¡Luego dicen que Dios no ahoga; vaya si ahoga cuando le da la repotente gana!


CAPÍTULO XVI
La procesión por dentro.

La carta de Agustín fué leída, como todas, por Bernardo; esto sudaba tinta china, como por acá solemos decir, cada vez que tenía que llevar á cabo empresa tan ardua, y milagrito que no le costaba una enfermedad en los ojos á fuerza de darse en ellos restregones.

Cada vez que se recibía carta, reuníanse todos alrededor de la gran mesa; todos ponían los ojos en Bernardo, y el silencio era turbado solamente por la desesperante y accidental tartamudez del lector, por las exclamaciones, ora de júbilo de los cortijeros, ó por los escarceos de Araceli, que maldito si estaba conforme con aquel recogimiento, del cual encargábase de turbar cada dos minutos con sus antojos de niña mimada y caprichosa.

En aquella ocasión congregárose, como siempre, todos alrededor de la mesa; apesar de que el crepúsculo vespertino alumbrada aún vagamente, fué encendido un candil; sentárose todos con la mayor compostura; los ojos del matrimonio chispeaban de júbilo y de impaciencia; la Vieñuela continuaba pálida, Bernardo cejijunto; el tio Salustiano contemplaba fijamente la interrumpida pleita.

Dió comienzo Bernardo á la lectura; su rostro anunciaba los tropiezos y dificultades que tenia que vencer para desempeñar su cometido.

-Lo que es hoy no se ha corrio- dijo enseñando la carta, escrita en una sola carilla

-¿Estará malo?- preguntó llena de inquietud la señá Tomasa.

Bernardo empezó á deletrear antes de leer en alta voz; hacíalo para sí; á medida que iba deletreando el contenido de aquella página, iban atirantándose sus músculos, enarcándose sus cejas, palideciendo intensamente.

-¿Está malo?- preguntó de nuevo la seña Tomasa, llena de inquietud.

-No, señora, no está malo, y er día 20 lo tendremos aquí, Dios mediante.

Las palabras del mozo, que por cierto las fué soltando lentamente y con voz trémula, fueron acogidas por los Cantuesos con tremendas manifestaciones de alegría; el señor Juan hizo crujir la mesa de un puñetazo, capaz de desequilibrar á un planeta; la señá Tomasa se abrazó a Dolores con los ojos llenos de lágrimas, haciendo rodar el sillón de brazos encargado y encauzar su voluminosa persona durante las horas de holganza.

La muchacha habíase quedado como muerta; la noticia habíale caído cual un escopetazo, y, sin saber qué cara poner, miraba al zagal, que á su vez la contemplaba con tremenda expresión de angustia

El tio Salustiano soltó la pleita, acercóse á su hijo, le puso una mano sobre un hombro, y díjole en voz baja y con acento brusco:

-A ver, lée, lée tóo lo que ice.

Bernardo miró sombríamente á su padre.

-¡Sí, léelo tóo. Jesús y qué alegria, Dios mio! Si paéce un sueño, ¿verdá, Dolores? Anda, anda, y ¡cómo van a rabiar todas las mozas y tóos los mozos del partío!

Y la señá Tomasa, al par que decía esto, iba de acá para allá respirando fuerte, dando suspiros al viento, manoteando y acariciando á todo el que cogía por delante.

Se restableció la calma, por fin, y Bernardo, haciéndose superior á la congoja que le mordía en el pecho, dió lectura a la carta.

Esta estaba escrita al galope; eran algunas líneas; no hacia en ellas más que anunciar su regreso.

-Ahora si que va e veras, Dolores; drento de ná lo tenemos aquí y mos lo vamos á comer á besos; sa menester dir preparándole la sala; hay que mercar una cama de jierro de pirindolas, poique ahora gorberá jecho un Don Melindres y le gustarán las cosas mu pintureras; por fin, hija mía, por fin. ¡Josús, Josús y Josús, y qué alegrón más grande!

-Oye, Dolores: á ver si sacas un jarroncico de er de jace dos años; esta noche sa menester jechar al aire una cana- dijote el Cantueso alegremente.

-Y que saque tamién unas pericas en durce que ella arregló el otro dia con sus mesmas manos, que valen cien mil millones e millones- añadió la cortijera.

-Y tú, Bernardo, llama ar porquero y ar Chamullo: quiero que también ellos festejen la güena noticia.

Bernardo hubiera abrazado al Sr. Juan; necesitaba estar solo; la pena se le comía, sentíase próximo á estallar. ¡Dios santo, qué pena la suya! Lo primero que hizo al salir fué trepar á lo alto del monte, y ya allí, dejarse caer en tierra.

-Ya esto no tié cura- murmuró con acento hinchado de sollozos,- Ya está afilao er cuchillo que me ha e dar la muerte; ya se vistió pá mi tó de luto; ya se me acabaron pá siempre las alegrias e mi corazón y las lucecitas e mi pensamiento.

Cuando el Chamullo vió llegar á Bernardo, hubo de preguntarle:

-¿Qué traes tú por aquí?

-Ná- repuso el mozo con su voz aun llena de roncas y tristes vibraciones, -que su mercé me ha dicho que tú y el porquero sus vayáis pá allá, poique esta noche hay fiesta; sa recibío carta de Agustín diciendo que güerve.

Media hora después estaban todos sentados en el llano; tres ó cuatro jarros de vino habían puesto en punto á casi todos los del lagar; Bernardo, ya algo calamocano, templaba la guitarra; su padre no apartaba de él los ojos; la señá Tomasa le hubiera hablado de tú en aquellos históricos instantes al mismísimo Carlos V ; el Cantueso, mandando mucho noramala todos sus alifafes, andaba enjotado en sacarla á bailar; el Chamullo y el porquero sentíase capaces de cualquier borricada, y la Viñuela miraba llena de desasosiego á Bernardo, el cual, con muchísima razón, pasaba por uno de los tocadores de primera fila del partido.

La luna asomó por tras la loma del cortijo de Millán, y pronto la perspectiva quedó bañada en sus argentadas claridades; Bernardo empezó á arrancar de la guitarra quejumbrosas armonías; el alma apenada del mozo parecía llorar en aquellas dulcísimas cadencias.

-Vamos, Dolores, canta- dijo el Cantueso.

Comprendió ella que era preciso rescatar sus angustias; y sacando fuerzas de flaquezas, echó la cabeza atrás y cantó con voz melancólica y suave:

Luna que en los cielos vives
y estás viendo mi quebranto,
no le cuentes a quien quiero
las penas que estoy pasando

Bernardo se comía con los ojos á la cantadora; la pena, la luz de la luna, el vino, el cantar aquel, las armonías de la guitarra, combinóse todo como para sensibilizar sus fibras y exaltar su imaginación y avivar el fuego en sus venas; y cuando la última nota del canta de Dolores se fué desvaneciendo como finísimo hilo de cristal en el dormido espacio, sintióse necesitado también de dar al aire sus quejas, y sin que nadie se lo solicitara, apenas dejaron los circunstantes de jalear á la huérfana, cantó con voz apenada y dulcísima:

No hay un llanto en este mundo 
más triste que er llanto mío,
que de sé me estoy muriendo
á la verita del río.

Aquel cantar fué una estrofa de lágrimas, un borbotón de rimadas desesperaciones.

-Arza tú, que vas á bailar conmigo- gritó á su mujer el Cantueso.

-Mía, mía er tábano envejecío.¡Urrio á la posá viejo petate!

-¿Yo á la posá? Ya verás tú

Y diciendo esto, se incorporó el Sr. Juan y se dirigió á Dolores, diciéndole:

-Anda, y no me desaires tú, prenda rica.

Sonrió Dolores ante aquella ocurrencia, miró vacilante á la señá Tomasa, que sonreía también viendo la decisión del anciano, y no encontrando medio de evadir el compromiso, se incorporó gallardamente y ¡aquello fué el disloque!, como gritó el Chamullo con sobrada razón.

El cuerpo de la huérfana parecía de goma á juzgar por sus admirables cimbreos, por la suavidad de sus ondulaciones y por la elegancia de sus giros; mientras bailaba, su rostro estaba purpúreo; los sedosos bucles de sus cabellos jugueteábanle sobre la frente; sus ojos fulgían como estrellas; su falda, plegándose el cuerpo, delataba sus encantos; sus brazos el enarcarse, dejaban admirar el seno alto y rígido.

Bernardo seguía con ojos como brasas los cadenciosos movimientos de la bailadora: sus manos temblaban, su respiración era ardiente.

-Yo ya no puéo más- gritó á poco el Cantueso, dejándose caer en una silla jadeante y sudoroso, mientras la señá Tomasa le decía riendo:

-¡Ah, indino! ¿Conque esas tenemos? Viejo pícaro, ¿conque esas tenemos?

Dolores también se detuvo, murmurando:

-Tampoco puéo yo más.

-Ni yo tampoco- Dijo Bernardo con acento sombrío, colocando la guitarra contra la silla.

Poco después empezó a languidecer la fiesta.

Dolores y Bernardo estaban sombríos; esto hubo de llamar otra vez la atención de los cortijeros; el señor Juan les miraba de vez en cuando al soslayo, y rascábase la cabeza sin sacar en limpio

[(Se continuará)]

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